El camino a la genialidad
El camino a la genialidad

"El coeficiente intelectual y las notas académicas están sobrevalorados", sentenció el doctor en musicología estadounidense Craig Wright, quien lleva más de veinte años estudiando a las personas más brillantes de la historia y el presente.

En una reciente entrevista con la BBC de Londres, Wright echó por tierra varios mitos sobre los estándares respecto de lo que es la inteligencia y la genialidad.

Explicó que el mejor alumno de la clase no es necesariamente el más inteligente e incluso deslizó que en algunos casos hasta podría ser lo contrario.

Wright publicó en octubre del año pasado el libro The Hidden Habits of Genius: Beyond Talent, IQ, and Grit: Unlocking the Secrets of Greatness ("Los hábitos ocultos de los genios: más allá del talento, el coeficiente intelectual y el coraje: desvelando los secretos de la grandeza").

En ese trabajo Wright detalla 14 rasgos que tienen en común los genios.

El profesor, que lleva años enseñando "curso de genialidad" en la Universidad de Yale, contó que, según pruebas certificadas, la mayoría de los premios Nobel no alcanzan el Coeficiente Intelectual (CI) más alto que existe, que es de 130 para arriba (Promedio muy superior al resto de población. Individuos con altas capacidades intelectuales), sino que casi todos mostraron un CI que oscila entre 115 y 120, dígitos más, dígitos menos.

Según la Escala Wechsler de Inteligencia, un CI de entre 110 y 119 puntos es “Alto, pero dentro del promedio normal”; y un CI de entre 120 y 129 puntos es un “Nivel de inteligencia superior al promedio”, pero que no llegan a ser “muy superiores” o “excepcionales”.

El “promedio normal” del ser humano se ubica entre 90 y 109 puntos, que es el CI que tenemos el 90%  de nosotros.

Cuando Wright dice que casi todos los ganadores del Nobel no son personas extraordinarias, se refiere a que, si bien están un poco por encima del promedio normal, están muy lejos de las mentes más brillantes.

Cerebros de otro planeta

Algunos ejemplos de los coeficientes intelectuales más altos conocidos:

Terrence Tao (CI de 230): Un australiano que ganó la Olimpiada Internacional de Matemáticas a los 13 años y se doctoró a los 20 años en la Universidad de Princeton.

Christopher Hirata (CI de 225): Estadounidense que ganó la medalla de oro en la Olimpiada Internacional de Física; a los 16 años ya trabajaba en la NASA y a los 22 años se convirtió en doctor en astrofísica en la Universidad de Princeton.

Kim Ung-Yong (CI de 210): Coreano de nacimiento, a los seis meses ya hablaba y a los apenas tres años dominaba cuatro idiomas. La NASA lo contrató cuando tenía ocho años.

Garri Kasparov (CI de 190). Azerbaiyano, gran maestro de ajedrez, político y escritor, campeón del mundo de ajedrez desde 1985 hasta 1993.

James Woods (CI de 180). Actor estadounidense que tuvo su paso por el Massachusetts Institute of Technology (MIT).

Judit Polgar (CI de 170). Ajedrecista húngara, considerada una de las mejores jugadoras de ajedrez de la historia. En 1991 obtuvo el título de Gran Maestro Internacional, a los 15 años. Es la única mujer que ha conseguido figurar entre los diez primeros ajedrecistas de la clasificación mundial.

Sir Andrew Wiles (CI de 170). Matemático británico. Alcanzó fama mundial en 1993 por exponer la demostración del último teorema de Fermat, uno de los teoremas más famosos en la historia de las matemáticas.

Paul Allen (CI de 170). Empresario, magnate y filántropo estadounidense. Cofundador de Microsoft junto con Bill Gates.

Stephen Hawking (CI de 160). Físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico británico, cuyo descubrimiento más conocido (entre muchos otros) es la teoría de los agujeros negros.

Genios versus genios

La Real Academia Española define a "genio" como: "Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables".

Según Wright esta definición es limitada, porque sólo definiría al “genio en potencia”, pero que aún no ha llegado a serlo.

“Los académicos que escribieron esta definición están diciendo que todo lo que debes hacer es ser capaz de usar tu cerebro para crear ideas originales. Eso incluye que el creador se quede con la idea para sí mismo”, explica.

Esa es la diferencia que marca este profesor de Yale. Una cosa son personas que tienen un CI muy alto, pero que sólo se han beneficiado a sí mismos, como varios de la lista anterior que mencionamos, y los verdaderos genios, según Wright, que son personas que han generado un gran impacto en la historia y han logrado cambiar el mundo, más allá de su CI no tan alto o de sus notas académicas bajas.

Algunas características comunes de estas mentes es que son eruditos (saben de distintas áreas) y tienen un pensamiento lateral (ven distintas cosas de forma simultánea porque han vivido una cantidad de experiencias y, como resultado, pueden combinar distintos elementos que otros no podrían porque son aparentemente disímiles).

También son apasionados, obsesivos y extremadamente trabajadores.

"Un genio es una persona con poderes mentales extraordinarios cuyos originales trabajos o conceptos cambian a la sociedad de alguna forma significativa, para bien o para mal, en todas las culturas y a lo largo del tiempo", define Wright.

Y hasta inventó una fórmula de la genialidad: G=SxNxD.

Significa que la genialidad (G) es igual a cuán significativo (S) es su impacto o cambio, multiplicado por el número (N) de personas impactadas y por su duración (D) en el tiempo.

Cerebros incomprendidos

Durante la entrevista con la cadena londinense, Wright dio algunos ejemplos de genios que no tuvieron un CI “muy superior” o que no les fue bien en los estudios: “Beethoven tenía problemas para sumar y nunca aprendió ni a multiplicar ni a dividir. Picasso no sabía el abecedario. Walt Disney se quedaba dormido en clase y a Virgina Woolf ni siquiera le permitieron ir a la escuela, a pesar de que a sus hermanos los mandaron a Cambridge. A Charles Darwin le iba tan mal en los estudios que su padre llegó a decir que sería una vergüenza para la familia y Albert Einstein se graduó en física cuarto en su generación, de un total de cinco alumnos”.

“Cada uno de ellos no estaría a la altura de los estándares académicos actuales y, aún así, todos han pasado a la historia por su genialidad en las artes o la ciencia”, agregó el doctor en musicología.

Otros genios de la actualidad, como Bill Gates, Bob Dylan u Oprah Winfrey, abandonaron sus estudios e igual alcanzaron el éxito y un gran reconocimiento en sus respectivas áreas.

Para ponerlo más claro. Según la definición de la RAE, Einstein podría haber creado la teoría de la relatividad, pero en una isla desierta, sin que nunca hubiéramos escuchado hablar de él.

Según la teoría de Wright, Einstein supo comunicarla y aplicarla de tal modo que cambió el mundo para siempre. G=SxNxD.

Los padres muchas veces le damos un mensaje equivocado a nuestros hijos, al exigirles sólo altas calificaciones.

“A mis alumnos les digo que quizás las notas no son tan importantes, que deberían salir a explorar el mundo, hacer distintas actividades, equivocarse, caerse y tener que levantarse”, cuenta el docente, a la vez que reconoce que a muchos padres no les agrada el mensaje que les transmite a sus hijos.

En el camino hacia la genialidad, Wright pone en primer lugar al esfuerzo. ¿Y cómo hacer que alguien quiera esforzarse? “Incentivando las pasiones”, responde.

“El esfuerzo no es un motor en sí mismo, sino la manifestación externa de otras motivaciones internas. La pasión es un motor que se manifiesta como trabajo duro y que puede ir desde el amor hacia algo hasta la obsesión”.

Lo que Wright dice puede traducirse con una consigna bastante conocida que sostiene: “si amas lo que haces, no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida”.

Hay una salida

Pasión y esfuerzo, con moderadas dosis de obsesión. Una buena fórmula para inculcarle a los más jóvenes, de modo que puedan elevar sus cabecitas por encima de la chatura, de la mediocridad generalizada.

¿Dónde ubicaríamos a Einstein en la agrietada sociedad actual? Sin dudas en un laboratorio de física.

Según los estándares de la educación formal, a Beethoven habría que haberlo mandado a aprender a multiplicar y a dividir. Por fortuna para la humanidad, él se fue a tocar el piano.

Competir presionados en clases, como vemos, a veces puede ser un desgaste innecesario.

Es la misma escuela que nos lleva a seguir compitiendo en adultos por mezquindades, poniendo el eje en las diferencias, motorizados por el odio antes que por el amor al prójimo, a la sociedad, al mundo.

La verdadera competencia, la positiva, debe ser contra uno mismo, por superarnos cada día, con el firme objetivo enfocado en alcanzar la genialidad, en querer cambiar el mundo, desde nuestras íntimas pasiones, nuestros talentos, nuestras experiencias y aventuras.

Gastamos demasiada energía en pelearnos, sobre todo en esta fragmentada Argentina, en buscar a los culpables de nuestras miserias, en vez de canalizarla hacia el esfuerzo y la pasión.

La política -y sus gestores, los políticos-, ya sabemos, nos adoctrinan en sentido contrario, a invertir todo nuestro tiempo, energía y creatividad en destruir al adversario, al que disiente con nuestras ideas.

Y esa lucha encarnizada nos está costando nada menos que un país y lo más valioso que tiene, la única esperanza que puede salvarnos y sacarnos del estiércol: la juventud.

Si nos esforzamos en que los chicos encuentren sus pasiones y luego puedan desarrollarlas, la cultura del esfuerzo y del trabajo vendrán por añadidura.

Nunca es un sacrificio hacer lo que nos gusta. “Si amas lo que haces, no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida”.

En cambio, si los jóvenes nos escuchan todo el día culpar a tal o cual presidente, gobernador, intendente por nuestras frustraciones, sólo estamos formando gente frustrada, llena de odio y resentimiento, educada sólo para culpar al otro por sus fracasos.

La política, al igual que las notas académicas y la educación formal, está sobrevalorada. Por eso no encontramos ni encontraremos por este rumbo una solución.

La salvación, ese viaje hacia la genialidad, está dentro de nosotros mismos, de cualquiera de nosotros, siempre que esté proyectada a ayudar a los demás, a embellecer más este mundo, con las artes, a mejorarlo, con la ciencia, y a disfrutarlo en plenitud, con nuestras pasiones postergadas o menospreciadas.

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