Tapia, de promesa de Atlético a pelearle al cáncer y volver al fútbol

Tapia, de promesa de Atlético a pelearle al cáncer y volver al fútbol

Tapia, de promesa de Atlético a pelearle al cáncer y volver al fútbol

Pablo Alejandro Tapia tiene 34 años. Su nombre, hasta hace unos años, estuvo ligado a Atlético, como una promesa futbolística. De él hay hoy una historia para contar. De alegrías, de sinsabores y de una enfermedad que no lo venció, cobijado en la fe y en el apoyo de los suyos.

Tapia vive a unas pocas cuadras del club Estación Experimental, en el que hace pocos días volvió a jugar en el equipo de veteranos. “Es una alegría muy inmensa volver a jugar después de tanto”, dice. Lo hizo después de tres años y medio sin pisar un campo de juego, donde fue feliz haciendo goles. En el “Decano” hizo todas las inferiores. Y debutó en Primera a los 16 años, a nivel liguista, de la mano de Alpidio Elizeche. Luego se codeó con los planteles de Andrés Rebottaro y de Jorge Solari en competencias nacionales.

Era un delantero que se movía en todo el frente de ataque y no perdonaba a la hora de inflar una red. Pero una lesión no le permitió triunfar en su club, y a los 20 años decidió cambiar su destino. Vistió distintas camisetas, en Amalia fue goleador y ascendió al Torneo Federal y al Argentino B. Pero en 2017, cuando militaba en el equipo salteño Progreso, de Rosario de la Frontera, le diagnosticaron cáncer en la sangre (linfoma de Hodgking).

"Un día comencé a sentir distintos síntomas, mareos, dolor muy fuerte en la cabeza. Volví a Tucumán y me hice los estudios. Y apareció el cáncer. Son ganglios que se forman en todas las partes del cuerpo. Lleva su tiempo curarse, depende de cómo uno se sienta. Hoy ya estoy en la parte final del tratamiento, ya hace ocho meses que dejé la quimioterapia”, contó el futbolista.

Tapia, carpintero de profesión, es muy creyente. “Mi vida hizo un giro de 180 grados. Me cobijé en la fe de la Congregación Pueblo de Dios y conté con la ayuda de Eva, que fue mi madre espiritual, ya que falleció recientemente. Ella me enseñó a caminar cargando mi enfermedad. También me apoyé en mis hermanos del Refugio Los Sellados -cerca de La Florida- y en la familia Aguilar. Cuando uno recibe la noticia de sufrir cáncer, hay que saber sobrellevarla. Hay que tener mucha paciencia, semblanza, prudencia con esa palabra, porque no es fácil que te lo diga un médico. Hay que estar preparado mentalmente”.

Un día, Tapia pudo volver a entrenarse. Y, al poco tiempo, jugar. Su vida tiende a la normalidad. “Me levanto a las 7 para llevarlos a la escuela a mis hijos Mauro (17 años) e Joaquín (10). A las 8 ya estoy en la carpintería, que está en Cruz Alta. Este trabajo me ayudó mucho, fundamentalmente en el tema psicológico”, sostiene.

“Mi objetivo es ayudar de corazón a todos. De transmitir un mensaje. En el deporte, enseñar a los chicos que hay que ser agradecido a Dios”, asegura Tapia sobre sus planes. Y agrega: “a mis 34 años, soy un agradecido de todos. Es increíble cómo me siento, con mucha fuerza. Está la adrenalina de tocar una pelota, de ponerme los botines, el pantalón y la camiseta. Los veteranos de Experimental me ayudaron, y me ayudan, mucho. Como lo hacen familiares, amigos, quienes están en el lugar de oración al que asisto y, sobre todo mi pareja, Pilar, que es muy importante en mi vida. Es la que me sostiene y me da la fortaleza para seguir”.

De su pasado, dice estar arrepentido de haberse ido de Atlético. Y que hay dirigentes que se enojaron con esa decisión. “Yo era una fija en el club, una de las promesas. Pero sentía la necesidad de crecer futbolísticamente y también económicamente. Al tener una familia muy humilde y con ocho hermanos, en ese tiempo las cosas estaban muy difíciles”, admite. Y sobre su futuro es concreto: “mi sueño es ahora darme un tiempo y tratar de volver a jugar en la Liga. Mi pase está en Amalia. Mi idea es poder volver a jugar ahí”.

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