A 30 años de la convertibilidad, el programa que generó ilusión y terminó devorado por la crisis

A 30 años de la convertibilidad, el programa que generó ilusión y terminó devorado por la crisis

La ley nació en 1991, con Menem y su ministro Cavallo. La necesidad de tener disciplina fiscal y monetaria en el país.

PARIDAD. El 1 de enero de 1992 entró en vigencia el Peso por el Austral.   PARIDAD. El 1 de enero de 1992 entró en vigencia el Peso por el Austral.

La Ley de Convertibilidad sirvió para poner blanco sobre negro una situación que los argentinos corporizaron por efecto de la hiperinflación de fines de la década de 1980: la moneda que más se usaba era el dólar y no el Austral. Por esa razón, recuerda el ex ministro de Economía de la presidencia de Carlos Saúl Menem, Domingo Cavallo, la única forma de poder llegar a tener una moneda sana en esa terrible realidad inflacionaria, era crear un Peso Argentino a imagen y semejanza de la divisa estadounidense y que sea respaldada por dólares, dice en la charla que mantuvo con LA GACETA.

Hoy, hace exactamente 30 años, se promulgó la ley 23.983, de Convertibilidad del Austral, el punto de partida lo que se conoció luego con la paridad uno a uno del Peso con el dólar estadounidense. En realidad se trató de un tipo de cambio fijo. Asimismo, en 1991 se prohibió cualquier tipo de emisión monetaria sin el respaldo de divisas en las reservas del Banco Central. “La experiencia fue exitosa porque, instantáneamente, comenzó a funcionar y se observó una economía estable, sin inflación”, indica Cavallo en la charla telefónica con nuestro diario.

“Lamentablemente -indica el economista cordobés- en la mente de aquellos que se endeudaban, sean estos del sector público como del privado, había una concepción acerca de que la inflación les permitía aliviar sus deudas, algo imposible con ese sistema monetario de paridad”. “Llegado un momento de crisis extrema, como la que vivió la Argentina a fines de 2001, varios sectores impusieron, en la práctica, la idea de disponer de la inflación como una licuadora de deudas”, apunta. Ese fue el fin de la Convertibilidad. “Siempre destaco que no fue la devaluación lo que llevó a la salida de aquella convertibilidad, sino que fue la pesificación, es decir, que se dispusieron que todos los contratos, incluidos depósitos y prestamos bancarios pactados en dólares se reconvirtieran a contratos en pesos”, señala el ex conductor del Palacio de Hacienda. Por esa razón, acota, luego vino una inundación de pesos en la economía, una moneda que la sociedad no quería. “De nuevo estamos viviendo un clima de inflación y, hacia el futuro, para volver a la estabilidad habrá que introducir alguna reforma monetaria que no puede ser diferente a lo que ha sido aquella convertibilidad”, vaticina.

Con la experiencia adquirida y con los errores del pasado, Cavallo apunta que no necesariamente el tipo de cambio debe ser fijo entre el peso y el dólar, pero aclara que sí debe ser estable. “Si hay fluctuaciones, deben girar alrededor de un promedio. Hoy estamos muy lejos de esa herramienta, pero creo que en algún momento se llegará a eso, cuando algunos actores del sector privado y, sobre todo, los políticos dejen de usar a la inflación como una forma de conseguir algunos objetivos que no son los que deben perseguir una buena política económica”, sostiene el ex ministro.

Las enseñanzas

La Ley de Convertibilidad concebida por Cavallo perduró durante 11 años, pero con altibajos. Adrián Ravier, doctor en Economía Aplicada, indica que aquel sistema permitió que, a principios de la década de 1990, mantuviera la estabilidad monetaria y de los precios, una de las pocas veces que ese episodio se dio desde que se creó el Banco Central.

“Fue un acierto salir del aislamiento y abrirse comercialmente al Mercosur, con el fin de multiplicar las exportaciones y las importaciones intrazona, pero no cerrarse a otros mercados del mundo, con aranceles elevados, que no permitió la inserción plena hacia otros mercados”, puntualiza.

Una de las enseñanzas que ha dejado aquel sistema es, según Ravier, que “un sistema de convertibilidad cambiaria sólo puede resistir en el tiempo en la medida que un país tiene equilibrio fiscal”. La Argentina, durante ese proceso, apeló a la monetización de su rojo fiscal, a financiarse con más endeudamiento. “Por eso -explica el economista-, en los años de convertibilidad, la deuda pública se duplicó y eso fue explosivo para el modelo, más aún cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros acreedores se resistieron a seguir financiando el déficit público argentino”.

Ravier explica que, el segundo mandato presidencial de Menem, no pudo resistir los shocks externos. Las sucesivas debacles que se observaron en aquellos años contribuyeron a debilitar las variables socioeconómicas, desde el comercio exterior hasta los niveles de desocupación y de pobreza, desafiando a un sistema monetario que venía resistiendo y que hizo eclosión durante la crisis de fines de 2001. “Si no hubieran estado presentes estas crisis, tal vez la Argentina hubiera sostenido su ritmo de crecimiento económico. Además, hubiese amortiguado lo que vino después, cuando la actividad cayó más de 10 puntos porcentuales, en 2002”, acota. Ravier coincide con Cavallo en el hecho de que la salida de la Convertibilidad fue un duro proceso que terminó con la pesificación asimétrica, la confiscación de los depósitos y la consecuente crisis socioeconómica en el país por el constante cambio de las reglas de juego.

Las sucesivas crisis se llevaron puestos todos los planes económicos que, a lo largo de las últimas décadas se han instrumentado para tratar de encarrilar la situación del país. Para el caso puntual del programa de Convertibilidad, “el Talón de Aquiles fue el esquema de tipo de cambio fijo, la paridad uno a uno, cuando todas las economías emergentes que comercializaban con la Argentina se fueron devaluando año tras año”, advierte Esteban Domecq, economista y director de Invecq Consulting.

Esa sucesión de hechos desafortunados para la convertibilidad argentina, según el experto, arrancó en 1995 con el efecto “Tequila” en México; continuó en 1997 con las crisis del sudeste asiático y con la devaluación rusa de 1998 y de la brasileña de 1999. “Todo eso fue como un golpe de Knock Out para el país que vio cómo se estrangulaban sus cuentas externas.

Domecq está convencido de que el Plan de Convertibilidad pudo haber sido bueno en materia de reformas estructurales que necesitaba la Argentina para resolver el problema de la inflación, pero la paridad fija no fue sostenible en el tiempo.

La enseñanza central de aquel sistema que nació hace tres décadas es que, en la medida que un país no tenga equilibradas sus cuentas, con disciplina fiscal y monetaria, le será difícil combatir la inflación y contar con un tipo de cambio que amortigüe los shocks externos y las devaluaciones de las economías emergentes.

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