Café entre Weber, Fukuyama y Perón

Café entre Weber, Fukuyama y Perón

El japonés podría poner en duda si estamos en tiempos de una finitud de la política entendida como proyecto colectivo. El alemán podría constatar en estas tierras cómo ha cedido la responsabilidad. El argentino sabía de deslealtades.

En 1992, Francis Fukuyama publicó “El Fin de la Historia y el último Hombre”. Enunciaba su tesis de que la historia, interpretada como la lucha entre ideologías, había llegado a su fin.

Influido por la exitosa expansión de la globalización promovida por el capitalismo financiero, y además por el estrepitoso derrumbe del sistema soviético, el japonés proclamó la muerte de las ideologías y el triunfo definitivo de la democracia liberal en el marco del capitalismo. La realidad desmintió luego tan tajante afirmación. La proliferación de guerras provocadas por los resurgentes nacionalismos desafió la lógica globalizadora: China y Rusia desarrollaron pujantes capitalismos de Estado que hubieran generado la envidia y admiración de Perón.

Si Fukuyama posara sus ojos sobre el sistema político de Tucumán, estaría tentado de pontificar en tono grave “la muerte de la política”.

Chau responsabilidad

Arranquémosle otra licencia a la imaginación. Reemplacemos al japonés por Max Weber, gran pensador político en la bisagra entre el siglo XIX y el siglo XX. Fantaseemos que por curiosidad se ha puesto a observar el funcionamiento de las instituciones tucumanas.

Según Weber, la política se regía por la ética de las convicciones, condicionada por la ética de la responsabilidad, que obligaba a los gobernantes a tener en cuenta las condicionalidades existentes a la hora de aplicar sus convicciones. Ante esa delicada tensión, le preocupaban los problemas que pudieran surgir de la aplicación práctica de la ética de la responsabilidad, es decir que el exagerado hincapié en ella llevara a los gobernantes a traicionar sus principios.

Rápidamente, el Weber imaginario vería que ese problema no existe al analizar los parámetros por los que discurren la política provincial y la conducta ética de los miembros de los poderes del Estado.

Lo primero que descubriría es que los actores políticos carecen tanto de proyectos colectivos de poder, como de propuestas concretas, con sustento técnico, para aumentar el ingreso, el empleo y la calidad de vida del ciudadano. Todos repiten cansinamente un repertorio de frases y lugares comunes, de generalizaciones.

Tal carencia de diferencias conceptuales claras imposibilita un debate político elevado sustituyéndolo por un torneo de diatribas, calumnias, de ataques personales y hasta de groserías.

Simple conclusión: no puede haber ética de las convicciones si no existen las convicciones. Por lo tanto, desaparece la tensión con una inexistente ética de la responsabilidad.

Virtudes y hedonismo

La política exalta en los hombres sus mejores virtudes, pero también desnuda sus peores miserias. Alguien puede abrazar la política guiado por el amor a la patria y un altruista afán de ayudar a quienes sufren privaciones o son víctimas de injusticias. En ese caso, desarrollará el patriotismo, la solidaridad, la sensibilidad, el heroísmo. Si por el contrario, predomina el hedonismo del poder y la ambición material, el resultado será la codicia, el egoísmo, la mediocridad y la falta de valores morales.

Nadie espera que un político sea un ángel, pero sí que tenga ideales y que su compromiso se imponga al impulso primitivo de corromperse. Si por el contrario, en esa lucha interior, triunfa el lado que reniega de las convicciones, o estas no existen, estamos en problemas.

Cuatro por uno

Los grandes teóricos de la República, espantados por las atrocidades de las monarquías, no pensaron la democracia desde una cándida fe en la bondad humana. Elucubraron las instituciones previendo acotar lo más negativo de la naturaleza humana. Había que superar los vicios de la monarquía que, al concentrar el poder en una sola persona, generaba arbitrariedad, corrupción, violencia y abusos.

Por ello apoyaron la gestión del Estado y el poder en tres grandes columnas que se controlaran y neutralizaran entre sí. Con el tiempo, ya no alcanzaron los controles cruzados de los tres poderes del Estado. Se construyeron también sólidos sistemas de control público, de los cuales la Auditoría Pública del Reino Unido es emblemática. Cuando alguien ingresa a ese edificio en Londres, lee: “por cada libra que gaste este organismo, el Estado británico debe ahorrar al menos 4”. Control brutal del manejo del dinero público.

El problema de nuestra adolescente y precaria democracia es que, desaparecidos los proyectos colectivos y los planes de desarrollo, sólo existen proyectos personales de poder, que muchas veces transforman los cargos públicos en cotos privados que pretenden ser vitalicios. Si esta imagen se proyecta desde la cúpula del poder, esas reglas se difunden por todos los estamentos del sistema político. Todos pretenden eternizarse en sus quintas y pasarlas de vitalicios a hereditarias.

Al no existir la dimensión colectiva y tratarse de pujas personales, desaparecen los códigos de honor que deberían guiar la acción política. Por eso las pujas políticas pierden sus límites y se hacen salvajes, pulverizando el sentido de la lealtad, sublime valor humano.

Si no hay proyectos colectivos ni programas de gobierno, y la acción política se traduce en luchas personales sin cuartel, y no existen reglas éticas ni códigos de honor ni lealtades permanentes, la política se vuelve un lodazal putrefacto.

Botones de muestra

En 2003, Julio Miranda impuso con fórceps a su sucesor José Alperovich, obligando al justicialismo a aceptar a un gobernador que ni siquiera cantaba la Marcha de los Muchachos Peronistas. Apenas asumió, el nuevo gobernador decidió dinamitar los vestigios de poder mirandista. Dicen que en el acto de asunción, el entonces presidente Eduardo Duhalde, mientras escuchaba a Alperovich, susurró a los oídos de Miranda: “ya mismo hay que hacerte asumir como senador: este te puede poner en cana”.

Doce años después, Alperovich probaría cuan amarga fue su propia medicina. Tras imponer con el dedo a la fórmula que lo sucedió, el binomio empezó a embestirlo hasta dejarlo fuera de la cancha.

El mismo vicegobernador, que rompiendo la tradición de las fórmulas rituales de juramento al asumir la banca de diputado nacional, juró por “el mejor gobernador de la historia de Tucumán” en 2013, tiempo después comenzó sus ataques contra Alperovich con furia salvaje. Con su virulencia, Osvaldo Jaldo encerró a Alperovich y obligó a Juan Manzur a definirse.

Se revivió el “baile de la silla” en el que siempre hay una menos que el número de bailarines. En 2017 había dos sillas y tres bailando. Jaldo era el más débil, se apresuró en embestir contra Alperovich y en las dos sillas se sentaron él y Manzur.

“El mejor gobernador de la historia” pasó a ser aborrecible y sus leales debieron atenerse a las consecuencias.

“Juan” y “Osvaldo” decidieron aplicar el “verticalato” y todo el mundo a reportarse. Dirigentes que habían sobreactuado durante la era alperovichista su obediencia y acatamiento a José, empezaron a huir de él como si fuese la peste.

¿Qué hubo ocurrido para que se rompiera el contrato electoral? Alperovich había salido del gobierno dejando claro que el rol de Manzur era solamente el de cuidador de sillón hasta que volviera en 2019. Era “su” lugar y Manzur “su” invento. Manzur dejó hacer a Jaldo en sus embestidas contra Alperovich, mientras se preparaba para su segundo mandato. Para Jaldo, el trato entre ambos era claro: yo te ayudo a desalojar del escenario a Alperovich para que tengas un segundo mandato, pero después me toca a mí. Manzur ¿consintió? Vaya a saber.

Apenas fue reelecto empezó a poner límites a las apariciones de Jaldo y a mostrar sus apetencias de seguir. En el medio, un verdadero festival de traiciones. Sergio Mansilla era ultraalperovichista y se transformó en manzurista. Daniel Deiana era hombre de Bety Rojkes y hoy es espada de Jaldo. Javier Morof huyó de Fuerza Republicana hacia el Frente para la Victoria en épocas Alperovichistas, luego se hizo manzurista y hasta acompañó al “canciller” en uno de sus tantos viajes. Hoy es uno de los voceros de Jaldo.

Durante ese lapso, el gobernador, era presentado en 2015 por Cristina como un “brillante ministro de su gobierno”. Lo mencionaba con cariño por su nombre de pila. Incluso pregonaba: “sé que Juan será un gran gobernador” y lo despidió con dolor y afecto. Dos años después “Juan”, mirando a la cámara fijamente en el programa de Joaquín Morales Solá declaraba: “Cristina Kirchner cumplió su ciclo y además no está más en el peronismo”.

El libro de pases se movía frenéticamente: jugadores que besaban con verdadera pasión la camiseta de José Jorge, ahora lo hacían con la de Juan Luis. Manzuristas vehementes de 2017/19 ahora se ponen el uniforme osvaldista. Un verdadero festival de traiciones. En el peronismo, pero también en el radicalismo y en Fuerza Republicana.

Es el vale todo de la política sin convicciones ni códigos éticos, ni proyectos que aglutinen en función de ideas u objetivos que vayan más allá del reparto de lugares.

Perón, que supo de innumerables deserciones después de ser derrocado en 1955, dijo con una sonrisa socarrona en alusión a un dirigente famoso por sus coqueteos con el poder, siempre dispuesto a negociarlo: “no diga usted que es un traidor, es muy fuerte, digamos que es un hombre…. de lealtades reiteradas”

En la política tucumana, en el todos contra todos, no se discute una sola idea política: sólo se exponen impúdicamente ambiciones y los actores cambian de alineamientos con buenas pagas.

Entre tanto, la elección del defensor del pueblo ha dejado flotando en el aire dos interrogantes: 1) ¿Se adelantó Jaldo en los tiempos políticos al exponer abiertamente su afán de suceder a Manzur cuando este iniciaba su segundo mandato? ¿No fue una imprudencia de su parte? 2) Del lado opuesto…. ¿Manzur está pensando bien sus pasos? Parece decidido a lanzar una verdadera carnicería de quienes él considera “desleales” y hasta amenaza con llevar “a las urnas” la pelea.

Mientras imaginariamente Fukuyama, Weber y Perón miran con expresiones diferentes la arena tucumana, a lo lejos comienza a sentirse un sonido de campanas. ¿Por quién doblan? Pero tal vez ese es otro problema.

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