Las otras muertes

Fue un acto de desesperación. No vio otra salida. Para él, había una sola: quitarse la vida. Una vida que había perdido sentido lejos de la escuela, sin posibilidades de acceder a una clase virtual, pasando las horas encerrado en una casa que en realidad son cuatro palos que sostienen paredes y techos de plástico. Del otro lado, un mundo para nada amable en el que solo podía hacer amigos si decidía entrar en el círculo de las drogas, algo que él no quería. Ese fue el duro relato de Bautista -nombre ficticio- después de haber llegado a la guardia de emergencias por un intento de suicidio.

Duele escuchar esta historia. Saber que es solo uno de los más de 40 casos de jóvenes que atienden por la misma causa cada mes en la guardia del hospital Padilla. Un curso escolar completo. Se suman otras conductas de riesgo: intoxicaciones con drogas, peleas, asaltos y accidentes de tránsito. Las muertes de adolescentes en todos estos hechos marcados por la violencia se han incrementado el último año. Quienes trabajan en las emergencias lo notan día a día. Son números que crecen a la sombra de la pandemia de covid-19 y del discurso de muchos funcionarios que dicen, por ejemplo, que la educación nunca se detuvo en 2020 y que la asistencia llegó a casi todos los rincones de la provincia.

El marcador final

Hay una frase que está dando vueltas por el mundo y que asusta. Según los expertos, el marcador final del daño mental del coronavirus se mostrará en la tasa de suicidio de este y de los próximos años. Es que ya nadie duda de los coletazos que la pandemia tiene y tendrá en la salud mental de la gente. ¿Cuál será el costo real que tendrá que pagar la sociedad en general?

¿Cuántos adolescentes, como Bautista, no saben ni siquiera si van a poder comer cada día? Muchos de ellos vieron en estos meses crecer la violencia en sus hogares. Sintieron la angustia de su familia por la falta de trabajo. Debieron salir a hacer changas para ayudar en casa. No tuvieron una sola clase virtual y tal vez no puedan volver a la escuela. ¿Cuántos estarán deprimidos, angustiados y desesperados?

Está claro que los sistemas educativo y de salud tendrán que poner especial atención en los adolescentes. Generalmente, a los servicios sanitarios les cuesta pensar en ellos: se supone que están en una edad en la que son saludables. Por esa misma razón, cuando se mueren por causas que se pueden evitar o cuando se autolesionan es mucho más doloroso para las familias y para la sociedad.

Pero en realidad, cuando se buscan explicaciones, queda claro que los jóvenes están demasiado desprotegidos. Incluso antes de la pandemia ya lo estaban. Uno de los últimos informes del área de Salud Mental del Ministerio de Salud local señala que desde el 2001 aumentó en forma preocupante la mortalidad por suicidio entre los 15 y los 24 años (la cantidad de casos se triplicó). Las tentativas de suicidio suman en toda la provincia casi 2.000 casos al año. En la mitad de esas consultas aparecen chicos de 10 a 19 años. El consumo de alcohol en esa franja etaria creció un 113% desde 2001 (encuesta de la Sedronar). También el abuso de otras drogas: en una década, las asistencias por adicciones aumentaron un 70% en Tucumán (desde 2007 a 2017). Además, son los que más mueren en accidentes: representan el 44% de las víctimas. fatales. Las estadísticas de desempleo también los tienen como protagonistas. Y las cifras de embarazo adolescente no paran de crecer, según los informes de Unicef.

La película completa

La muerte es la escena final de un montón de capítulos. Hay que ver la película completa. Porque también es cierto -como advierten los psicólogos- que nuestros chicos están creciendo en una sociedad que dejó caer muchos valores, que no pone límites y que no contiene.

Por lo pronto, el aumento de los suicidios y de las autolesiones nos obliga a visibilizar mucho más este tema. Es el último tabú. El drama más silencioso. Que nos exige pelearla hoy más que nunca ante un contexto que ha dejado deprimidos a muchos adolescentes por el aislamiento social, los proyectos que quedaron truncos y el deterioro de los lazos sociales. No basta con abrir más consultorios y líneas telefónicas de ayuda psicológica. Hay que pensar en más capacitaciones y oportunidades laborales para ellos. Habrá que hacer un plan para que vuelvan a ocuparse los pupitres que quedaron vacíos. Se podría pensar -¿por qué no?- en una guía que llenen los alumnos al volver a clases y donde se puedan ver las señales de quiénes necesitan ayuda cuanto antes. Hay que desterrar mitos. Armar un protocolo emocional para actuar desde cada escuela. Ya está demostrado. Hablar -como se debe- del suicidio no lo fomenta. Es peor el silencio… ese que tal vez les da la peor respuesta cuando los chicos, como Bautista, se preguntan si su vida tiene sentido.

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