Faltaron los líderes, apenas tuvimos conductores

Faltaron los líderes, apenas tuvimos conductores

La pandemia le dio la oportunidad a la clase política de calzarse el traje de visionaria, despojada de los intereses de grupo. Pero fue en vano: la grieta volvió a ganar la partida.

Las mayores calamidades sociales desafían a los seres humanos, los ponen en evidencia como individuos finitos y los obligan a redescubrirse en la misma trinchera para afrontar la adversidad, dejando de lado rivalidades, enconos y resentimientos. Sobre esas necesidades colectivas de organización y urgencia por las soluciones surgen los líderes, esos personajes que convencen, seducen e imponen visiones, que conducen con naturalidad porque transmiten confianza y seguridad en las peores circunstancias, sean de gravedad social, institucional, económica o política. O sanitaria, como la pandemia que sacude al mundo.

Ejemplos en la historia hay cientos. La covid sacó a relucir lo mejor de la humanidad en los primeros tiempos, hermanó y disimuló las enemistades, y hasta hizo olvidar la grieta; los enemigos compartieron ideas, la gestión y la planificación. Liderazgo compartido, socializado, esperanzador. Fue un pantallazo, luego aparecieron las miradas diferentes, interesadas, generando distanciamientos.

Alejamientos y disputas nacidas desde la peor característica del animal político de la dirigencia; la de no compartir el poder ni la gloria, ni siquiera efímera, el egoísmo por sobre lo colectivo, lo sectorial por sobre lo comunitario, lo partidario por sobre la sociedad. El quiebre como meta. Líderes sin grandeza, de mirada cortoplacista, carentes de una visión totalizadora que exceda las divisiones, incapaces de dejar la animadversión de lado para soñar en conjunto.

No hace falta hacer nombres para descubrirlos en el país y en la provincia, tampoco era necesario un virus que desparramara muerte por el mundo para que cada uno muestre lo que es y lo que quiere representar.

En la Argentina la dirigencia se sube a la ola de la grieta porque es la única forma en la que se siente capaz de sobrevivir. No se arriesga a dialogar con el otro, a intercambiar ideas, a planificar con el adversario; la grieta es el negocio político de la hora porque garantiza la supervivencia del grupo frente a una sociedad dividida, fragmentada y resentida.

En público la exhortación al diálogo es permanente, tan exagerada y unánime que se vuelve sospechosa, como si se pretendiera guardar las formas desde lo discursivo para no quedar mal parado frente a una sociedad que duda de la clase política, que la observa con desconfianza y la considera una casta privilegiada; lo cual no está alejado de la realidad si casi la mitad de los argentinos viven en la pobreza. Dirigentes que conducen pero no lideran, que se trepan a los odios de grupos para sobrevivir, representando el pensamiento de los que no quieren confraternizar con el otro. Miedo a dar el paso que los engrandezca.

La pandemia fue una oportunidad para calzarse el traje de líderes, de visionarios, de despojarse de los intereses de grupos y empujar en la misma dirección, dando una señal a los que reniegan constantemente de los otros y de mostrar que la mejor oportunidad de despegar es entre todos. Imposible. La dirigencia está enamorada de la grieta, de la fractura social, por eso ya se siente a gusto con el clima del año electoral que se acerca, porque allí podrán diferenciarse de las peores formas con la excusa de que hay que elegir a los propios para que el país y la provincia sean mejores.

Lo único cierto es que cada vez se está peor, y a ese resultado han contribuido todos, sin necesidad de justificar una grieta, ni de culpar al otro. Hay responsabilidades compartidas y 2021 no parece que vaya a modificar conductas ni que vaya hacer resurgir nuevos liderazgos, de espíritus amplios, carentes de mezquindades, distintos a los de las últimas décadas. Esa espiral de decadencia va de la mano del defecto argentino de despreciar al compatriota por pensar distinto.

El año electoral va a potenciar las diferencias, y los conductores de cada lado van a apostar a la división, porque son incapaces de mostrar grandeza y porque no saben jugar de otra forma. La zona de confort de la dirigencia perjudica a la Argentina y a Tucumán. A no sorprenderse de la agresividad de los discursos y de un país, otra vez, dividido.

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