“Es triste no poder volver, aquí todos están encerrados”

Es tucumana, tranqueña, de Chuscha, hace ocho años que está en Alemania con su esposo y sus dos hijos; y no podrá regresar -como siempre lo hace- a pasar las fiestas con sus hermanos y familiares. Quedó atrapada en Europa por culpa del coronavirus. “Es muy raro, y triste, porque no existe la posibilidad de que vaya, de poder juntarme con quien quiero para cerrar etapas y decirle adiós a este año”, dijo María Angela Ruiz a LA GACETA, quien está en Konstanz, en el estado de Baden-Württemberg, al sur del país, sufriendo el frío inviernal, que llega a menos de cero grados. Vive con su esposo, Julián Torres Dowdall (44), doctor en biología, y sus hijos Jorgelina (5) y Alonso (2).

Cuenta que la primera etapa de la pandemia en ese lugar se pudo salir y hacer actividades al aire libre, pero que en la nueva, desde el miércoles, se cerraron las escuelas y los negocios por la nueva ola de covid-19. “Todos están encerrados, las compras se deben hacer on line, se aguarda la Navidad para pasarla en familia. Aunque en Alemania se puede viajar y festejar con parientes, sólo cuatro adultos; los niños se cuentan a partir de los 14 años”, comenta.

La situación epidemiológica modificó el ambiente en la ciudad. “Siempre en diciembre hay mucha decoración en las calles del centro, están los mercaditos de Navidad, donde se vende Glühwein, un vino caliente con especias (azúcar, canela, cardamomo, clavo de olor y un toque de naranja fresca), y todos se juntan a celebrar pese al tremendo frío; hoy eso no ocurre, sólo hay un pino decorado en el centro”, describió la tucumana. “Falta el mercadito de Navidad (Weihnachtsmarkt), se extraña, la covid pudo más que la tradición”, lamentó.

Según María que hubo episodios de miedo en las primeras épocas de la pandemia. “Mucha gente asustada por causa del virus: cuando se prohibió ir a las plazas, con unos vecinos compramos una cama elástica para que los chicos jueguen dentro de casa; pero hubo personas que protestaron y que se quejaron, planteaban por qué nos juntábamos, si era riesgoso”, dijo. “Se produjo mucha paranoia en el inicio, en extremo, reinó la incertidumbre y el miedo a contagiarse”, señaló, aunque risueñamente contó: “se agotó el papel higiénico, no había; parecía que se venía el fin del mundo, pero la gente en vez de comprar comida enlatada agotó el papel higiénico”.

Sin embargo, menciona una característica muy germana para pararse frente a la enfermedad: “el alemán es un individuo que crece con un policía dentro, siempre se están controlando los unos a los otros. Si te parás en un semáforo, están viendo que nadie vaya a adelantarse o cometer una infracción porque lo reconvienen. Te van a decir que estás actuando mal, les encanta eso”, dijo.

María cuenta que hay personas que no están dispuestas a vacunarse en Alemania y que ella prefiere esperar un poco para hacerlo. Cautelosa, considera que circula una excesiva información al respecto que no termina aclarando el panorama.

Respecto de los hispados, menciona que sólo se les hace a quienes han estado en contacto con un caso positivo. “En el laboratorio donde trabaja Julián -dice-, sólo dejaban pasar a los que se dedicaban a los animales vivos. Cuando ibas a un a restaurante te tomaban el nombre, el teléfono por si aparecía un caso y tenían que llamarte para un control”, precisó.

La pareja se fue de la provincia en 2005, pasó por Estados Unidos y recaló en Alemania. La idea de volver siempre está, “porque desde mi perspectiva -señala María, que tiene una maestría en español- uno siempre es un sapo de otro pozo, siempre sos de otro lugar. Extraño la calidez y lo no tan protocolar de los tucumanos, caerle a los amigos sin avisar, tomar mate. Ya volveré”.