Notas de González

Notas de González

González es el gran personaje de la narrativa de Schkolnik. En la segunda mitad de los 90, sus provocadoras tesis y sus historias circulaban entre un nutrido número de lectores que lo seguían a través de LA GACETA. Despertaba tanto rechazo como fascinación por su nada convencional manera de enfocar los más diversos aspectos de la vida. Pero indefectiblemente llevaba a los lectores a sus terrenos preferidos: al cuestionamiento de lo dado, a las preguntas esenciales, al debate de ideas.

DURO DE MATAR. A González lo dieron por muerto varias veces. En una oportunidad, figuró como víctima de un accidente de bicicleta. Pero volvió. DURO DE MATAR. A González lo dieron por muerto varias veces. En una oportunidad, figuró como víctima de un accidente de bicicleta. Pero volvió.
20 Septiembre 2020

Por Daniel Dessein

PARA LA GACETA / BUENOS AIRES

“La conversación de González era la de un viajero que discutía itinerarios y comentaba paisajes con sus compañeros de travesía. Que yo sepa, sin embargo, nunca se alejó de los aledaños de la plaza Belgrano. De hecho, el escenario de nuestras discusiones era un café del pasaje Dorrego que mira a los grandes tarcos”. Este es el primer párrafo de un texto que Samuel Schkolnik publicó, el 18 de septiembre de 1994, en LA GACETA Literaria. Era el primero de una larga serie que aparecería en este suplemento durante cinco años y que engendraría su novela Salven nuestras almas.

González se sumerge en los temas que obsesionaron a su autor. La primera de sus notas se conecta directamente con el último texto que escribió Schkolnik. El retorno es un relato que apareció en LA GACETA Literaria, el 26 de septiembre de 2010, una semana después de su muerte. “Iban tras es el bisonte…” Así comienza el relato que narra la cacería de un grupo de hombres primitivos. “Los que vamos tras el bisonte tenemos el sueño liviano y la memoria espesa”. Esa es la primera frase de una de las dos primeras notas de González que “reproduce” Schkolnik a partir del texto inaugural del 94. Lo central en ambos textos es la descripción de la angustia del hombre que debe poner en riesgo su vida para alimentarse. Pero la diferencia en la nota de González es que esa descripción se relaciona con la vida convencional de ciertos hombres contemporáneos que albergan sensaciones ancestrales. “Cuando los otros duermen nos desvela que algo cruja en el departamento de arriba; cuando formamos fila en el supermercado nos asalta el recuerdo de un desfiladero en el que el viento sopla como en una flauta de hueso…Es difícil entonces guardar la conducta que se debe; en convenciones y bautismos hemos sido mal mirados…Sin embargo, el alimento esencial tras el que vamos es el de todos, ¿qué culpa tenemos de que la diversidad de envases haga difícil reconocerlo? (Más todavía que sus muchas maneras, disimula su verdad el que ahora esté tan al alcance de la mano, tan ajeno al orden del arco y del cuchillo, tan supeditado a los relojes, a la evolución de los precios y a las disposiciones bromatológicas).” Encontramos aquí muchas de las marcas de la saga de González: asociaciones sorprendentes, descripciones literariamente ricas y un humor exquisito.

DURO DE MATAR. A González lo dieron por muerto varias veces. En una oportunidad, figuró como víctima de un accidente de bicicleta. Pero volvió. DURO DE MATAR. A González lo dieron por muerto varias veces. En una oportunidad, figuró como víctima de un accidente de bicicleta. Pero volvió.

En la segunda tanda de las “Notas”, publicada un mes y medio más tarde, aparece un tópico que fascinaba a Schkolnik. “Hay un procedimiento rápido y seguro que permite averiguar cuánto vale una persona, y es el de observar cómo le miran las mujeres… Es cierto que las mujeres prestan más atención a los gerentes que a los filólogos, pero no ha de ser en vano; creer que las artes, las letras y las ciencias importan más que los negocios, la política y la gimnasia, es profesar ideas demasiado humanas, del todo insignificantes para la vida.

Las mujeres tienen razones que la razón no comprende, y en saber acatarlas reside la sabiduría de las personas.”
Después de diez meses, ante el reclamo de numerosos lectores, reaparece González en una nueva entrega. Allí conocemos más datos del misterioso “filósofo de la plaza Belgrano”. Nacido en Villa Alem y ex alumno de la escuela Belgrano, en sus años escolares había conocido a J. D. Medina, un niño vecino que no toleraba la afición de González por los libros y que se convertiría en un exitoso político que se pasearía por las calles tucumanas en un Porsche. También aparece Martinetti, una mezcla de Sancho Panza y Watson que se asombra con los razonamientos de su amigo y opera como contrapeso de sus desconcertantes y, a veces sofisticadas, tesis. En una de las notas transcriptas en esta ocasión, González sacude al lector con un postulado escéptico con reminiscencias de Gorgias: No lea. “Las páginas que son como el pan y como el vino se encuentran muy de tarde en tarde, perdidas en medio de otras del todo inesenciales pero tan numerosas como las arenas del mar. A fin de no ahogarse, a fin de conservar intacta la capacidad de lectura hasta el día en que sean redactadas las palabras de la felicidad, conviene abstenerse por completo de leer”, dispara González.

El reencuentro de los lectores con González demorará un año. En una nota introductoria, Schkolnik nos dice que ha encontrado algunos apuntes de González en los márgenes de los libros de su biblioteca. La primera de esas anotaciones dispersas está referida a la naturaleza de los sueños. Una persona atrapada en un sueño -advierte González- viviría en un caos conformado por imágenes fugitivas y superpuestas, en un ámbito clausurado, e inaccesible al lenguaje, que se parece a la locura. “Arriesgo esta hipótesis no porque me entusiasme, sino para averiguar si estoy despierto”, concluye. Con esta reformulación del sueño de Chuang Tzu, González sorprende una vez más a los lectores. A la gimnasia socrática, con la cual invita a los lectores y a sus interlocutores a desarmar sus preconceptos para emprender un camino hacia verdades no evidentes, le suma golpes de efecto que desorientan a quienes tratan de configurar una imagen del personaje y descifrar la lógica de su discurso. El narrador afirma que no es fácil saber si González habla en serio. “Martinetti decía que la primera impresión era la de que había que entenderlo literalmente, que después uno advertía que se trataba de una broma, y que sin embargo González dejaba finalmente flotando sobre la mesa un aire de verdad, pero de verdad más grave y más densa que la alcanzable sin el rodeo de la risa”, explica.

Muertes y resurrecciones

En un nuevo número de LA GACETA Literaria, González vuelve a través de una carta. En el primer texto sobre González, el narrador, un homónimo del autor, nos cuenta que González, quien ya “no está entre nosotros’’, le ha legado un cuaderno azul con sus notas y procede a reproducir dos de ellas. En la carta dirigida a Schkolnik, González aclara que fue dado por muerto por error. Con este recurso propio de los folletines decimonónicos, y a raíz de la insistencia de sus seguidores, el autor resucita al personaje que vuelve a la carga con sus ejercicios dialécticos. En esta oportunidad, señala que en las carreras académicas dentro de las universidades argentinas, aunque cualquier postulado matemático sea tan válido en un lugar como en otro, siempre un diploma de Chicago será más útil que uno de Tucumán. La mirada sarcástica sobre el mundo académico se repetirá en otra de las notas de González, una que el narrador dice haber encontrado entre los papeles del filósofo y que es una carta dirigida al director de un instituto universitario. González se disculpa por haberse distraído de su “obligación fundamental” de firmar una planilla de asistencia y le explica que la omisión se debe a que se entretuvo en la elaboración de una lúcida tesis gnoseológica a la que, después de exponerla, califica de minucia.

El humor de Schkolnik es un hijo legítimo de su notable inteligencia. Schkolnik cruza ingeniosamente al humor con la filosofía, la sociología o la psicología. Mezcla un concepto abstracto con un aspecto cotidiano de la realidad y lo condimenta con una observación hilarante para llevar a sus lectores a reflexiones profundas.  

González resucita más de una vez. Después de una nota en la que el narrador nos informa que el entrañable personaje había muerto en un accidente de bicicleta, interviene un lector que cuestiona su muerte. Se trata del odontólogo Guillermo Raiden que, a través de una carta al director, afirma haber examinado las muestras dentarias del cadáver y haber comprobado que no se trata de González. Schkolnik acepta las pruebas aportadas y reintroduce a González en las páginas de LA GACETA.  Así como el público obligó a Conan Doyle a reparar la muerte de Sherlock Holmes después de haberlo “matado” en unas de sus novelas, Schkolnik lucha contra la presión de los lectores que no aceptan la desaparición de su personaje (1).

El 29 de marzo de 1998 se publica en LA GACETA Literaria la “Ultima carta de González”. El filósofo de la plaza Belgrano se dirige a Schkolnik, esta vez para intentar descifrar qué significaba en el pasado ser de izquierda o de derecha, dando por supuesto que ambas son categorías caducas. “El sentido de lo real era la esencia de la derecha; el de lo posible, la de la izquierda”, postula González.

Un pensador puro

Schkolnik describe la esencia de su criatura. González es un pensador puro, ajeno a las poses, a los prejuicios y a las miserias que abundan en el mundillo académico. No repite fórmulas ni se apoya en nombres que brinden seguridad o legitimidad. Se arriesga con las preguntas esenciales y logra abordajes originales al enfocar los problemas que enfrentaron los grandes filósofos. Es una mezcla de Diógenes y Sócrates, que provoca con preguntas u observaciones que parecen las de un sofista pero propone un recorrido lógico en busca de verdades ocultas detrás de la superficie de lo cotidiano. Alejado de las ambiciones materiales que encandilan a quienes lo rodean, González se obsesiona con los interrogantes esenciales.

La descripción del párrafo anterior se ajusta a la que podríamos hacer de Samuel Schkolnik. Nos regaló sus enseñanzas, sus razonamientos y sus ficciones a quienes lo seguimos a través de sus colaboraciones en LA GACETA (2), sus libros, sus conferencias y charlas ocasionales. A través de González, en una carta dirigida a Schkolnik, nos legó uno de los textos más sabios y más bellos de los que se hayan escrito en nuestro país (“El sentido de la vida”, reproducido en este número).

Evitó la inercia de la filosofía que se cultiva en los marcos institucionales, renunció a la repetición mecánica, puso en riesgo su carrera docente y apostó a lo sustantivo. “Si vale la pena dedicarse a la filosofía -y la pena no es poca, como lo sabe cualquiera que viva de enseñarla- lo vale por la posibilidad de formular seriamente ciertas preguntas”, escribió Schkolnik y fue coherente con esa frase.

© LA GACETA

Notas:

1) Algunos meses después de la publicación de una de las “últimas” notas de González, me encontré con Schkolnik en la facultad de Filosofía y Letras y le pregunté si volvería González. Me dijo que ya era tiempo de terminar con las andanzas del personaje en las páginas del diario pero que quizás podría resurgir en las de una novela. Ernesto Sabato había leído con mucho placer las “Notas” y le había dicho que el personaje debería formar parte de un libro aunque, por su heterogeneidad y la dificultad de agruparlas dentro de un género convencional, resultaba difícil que una editorial aceptara publicarlas. En la advertencia de Sabato estaba el germen de su novela Salven nuestras almas.

2) Gran parte de la obra se Schkolnik se publicó en LA GACETA Literaria. Durante 40 años publicó más de 300 artículos, ensayos, comentarios de libros y relatos. La última colaboración que publicó en vida apareció el 5 de septiembre de 2010, dos semanas antes de su muerte. Era una crítica sobre un libro de Juan José Sebreli que reunía papeles sueltos, como los de González.

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