Liderazgos con barbijos

Liderazgos con barbijos

Los nuevos tiempos desafían a todos, a la sociedad y a los representantes que ella elige en la política y en las entidades intermedias. El ejemplo innovador y de esfuerzo de los docentes muestra la transformación que desafía a todos.

Liderazgos con barbijos

Nada volverá a ser igual. Todos hacemos esfuerzos para que el mundo gire del mismo modo que antes, pero es imposible. Las contradictorias calles lo confirman. Tucumanos embarbijados caminan tratando de hacer que todo sea como era, pero ya no lo es. Caminan como si nada hubiera pasado, pero el alcohol en cada puerta los trae al presente.  

Todo va a ser diferente. No sólo caminar tomando distancia. También volar va a ser distinto. No tan apretados y ya sin nada para consumir, seguro. Hasta los tonos de voz tronarán diferentes porque no es lo mismo comunicarse barbijo de por medio.

Sin embargo, sentimos que todo debe ser como era antes. No aprendimos.

El gran ejemplo lo dieron los docentes, que no se quedaron quietos ni un segundo. Ellos desplegaron sus esfuerzos. Educados y preparados para estar en el aula, hicieron cursos acelerados de zoom, de Google meet y de cuanta aplicación cabía en un celular para hacer más entretenido el videíto, la clase. Y se equivocaron y fueron burlados y pidieron disculpas y siguieron -como pudieron- enseñando.

En el camino de esta ochentena los empleados públicos fueron los que se quedaron más estancados. Cuando regresen nada serán igual y se les recriminará. ¿Qué estarán preparando los ministros para modificar la duermevela?

El esfuerzo innovador del docente no logra contagiar a todos. En las calles céntricas se ven largas filas de taxis parados -paralizados, inertes- a la espera de que la vida siga igual. Y todo va a ser diferente. Uber, que siempre estuvo agazapado, asomó. Todavía no traslada pasajeros pero sí hace delivery. Los cambios que impone esta nueva era tecnológica vinieron para quedarse y exigen un gran esfuerzo para adaptarse a ellos.

Por eso, esta semana, más de un tucumano quedó paralizado y entró en el túnel del tiempo cuando los taxistas se movilizaron para exigir un aumento de tarifas. Los bolsillos deshilachados no están en condiciones de aceptar la propuesta de siempre. Pero la respuesta del concejal tampoco aporta mucho. Se lo escuchó esta semana al titular de la comisión de Transporte, José Luis Coronel, quien asumiendo su responsabilidad, salió a dar la cara. Sin embargo, se limitó a decir que era justo el reclamo de los taxistas, pero que también era comprensible la preocupación de la gente. Eso, lisa y llanamente, ya aprendimos que significa que si los taxistas piden 10 les darán 5, 6 o 7. Pero no se trata de seguir repitiendo la historia. Los ciudadanos eligieron y les pagan sus salarios a los representantes del pueblo para que busquen soluciones, para que innoven, para que tengan posiciones jugadas. Todo ha cambiado y puede ser diferente. De lo contrario, representantes y representados seguiremos haciendo el juego hipócrita de hacer creer que las cosas cambian y mejoran pero siguen estancadas. Y, el mundo nos ha desafiado a transformarnos.

Políticos, a las cosas

Es la hora de la política. Ya nada será igual. Es el momento cuando los líderes que la sociedad ha elegido deben sentarse a pensar, a diseñar, a proyectar el mañana (presente inmediato) que ya estamos transitando.

Todo será distinto. ¿La gente viajará menos en avión o habrá más espacios? ¿Habrá más aviones? Si no hay más aviones, ¿se viajará más en auto? Si se viaja más en auto, ¿las rutas podrán ser autopistas? Si hay más autos, ¿se abandonará la política de cerrar el centro? ¿Se promoverá aún más la circulación en biciclos?

Estamos tan acostumbrados a que todo siga igual, sin preguntar y sin exigirles a quienes nos representan, que la inercia termina ganando en todo. Un ejemplo simplísimo se vivió con el seguro escolar. En los colegios privados, los padres -que pudieron, claro- siguieron pagando el seguro escolar porque sí nomás, casi como un acto de beneficencia. En vez de seguro se pudo haber llamado aporte solidario de padres para no seguir en la hipocresía de que está cubriendo los riesgos de los chicos que no van a la escuela, salvo que les diera una descarga eléctrica cuando enchufan la computadora o el celular para estar en una clase virtual.  

Es el momento de imaginar el futuro. Es un llamado a las universidades, donde el saber es una olla a presión que podría transformarlo todo. Se podría avanzar en el diseño de lo que vendrá o de las formas en que los ciudadanos debemos adaptarnos. Esta semana se cubrieron de protestas por lo mismo de siempre y tal vez algo ya haya cambiado.

El pacto y la felicidad

Todo ha cambiado. Pero hay un pacto social que no está claro. ¿Tenemos claro para qué se vota a quien se vota? En el último tiempo ha habido casi un reduccionismo fomentado por la grieta que gobierna el país y por lo tanto se vota en contra del otro. Se sufraga para que aquel no llegue, más que por convicciones precisas. Y nos convertimos en hipócritas. Votamos a políticos a los que después les exigimos lo que no les dijimos que íbamos a pedirles hacer. No hay proclamas, no hay plataformas y por lo tanto no hay compromiso asumido entre el candidato y el votante.

¿Qué hace feliz a un político? Ganar. Es su única fuente de felicidad. Sus caras sonrientes y sinceras -las farsantes están en los afiches- se las ve el día que ganan una elección. El resto del tiempo es responder a exigencias, a críticas, a tapar mentiras, a esconder cuestiones. Sin duda es una mala vida. Entonces, ellos trabajan para ganar cada dos o cada cuatro años. En el medio se enriquecen personalmente o consiguen algunas mejoras para que otros sonrían, pero es sólo el tránsito de un triunfo al otro. Y juntan plata para ganar y para transcurrir otros cuatro o seis años más. Lo curioso es que no se los vota para eso y terminan buscando hacer plata para volver a ganar y la cabeza no está puesta en transformar nuestra sociedad. Pero hoy la pandemia los ha puesto en jaque, porque todo ha cambiado.  

Los legisladores o los concejales no se preparan para ser legisladores o concejales. Se preparan para ganar y para perdurar. Los liderazgos, por eso, están muertos. La receta no es acopiar ideas, proyectos y pensar en los nietos de los hijos de quienes hoy van a las escuelas.

Un simple -o burdo- ejemplo de cómo la tecnología lo ha cambiado todo: está probado que los diputados y los senadores pueden sesionar desde sus lugares de residencia. ¿Ya salió el proyecto para eliminar los gastos de desarraigo que suelen cobrar? Las cosas han cambiado. Los ciudadanos esperan de sus líderes que se hagan cargo de los liderazgos.

¿Cómo será la sociedad del mañana? Las viejas costumbres son eso: viejas y costumbres; y los docentes y otros héroes de la adaptación ya nos han enseñado que hay que innovar para sobrevivir.

Esta semana Ricardo Bussi y Cristina Fernández se preocuparon por dejar en claro de que fueron víctimas de campañas difamatorias. Por distintas redes sociales se subieron a destruirlos a uno y a la otra. No importaban sus argumentaciones o si tuvieran o no razones. Los distintos actores de la sociedad están dispuestos a ser cómplices de la hipocresía generalizada. Los políticos, en lugar de poner coto a esas circunstancias, las fomentan y arman grandes equipos de gente que trabaja para fomentar las mentiras en lugar de frenarlas.

En ese maremágnum se confunden; por eso Bussi, por ejemplo, cree ver conspiraciones en la prensa donde no las hay.

En aquella lógica hubo miles de tucumanos despotricando y bajando línea contra la violencia por el asesinato de George Floyd. En cambio, no se puede contar por cientos a los que levantaron la voz contra el macabro crimen de Luis Espinoza.  

Algo parecido ocurre con la vida laboral. Muchos trabajos se rigen aún por convenios laborales que se remontan a los años 70, cuando hombres sin ley, militares o civiles, caminaban con armas escondidas, espiaban más que ahora y solucionaban sus disputas con un disparo o con una bomba. Épocas durante las cuales el celular era propio de la ciencia ficción. No se trata de estar en contra de, sino de adaptarse a los tiempos.

Es la hora de los líderes, de la política. Es la hora de la libertad que volvimos a valorar porque se había vuelto una costumbre. La transformación es un trabajo conjunto de la sociedad que debe sentarse a discutir. No se lo hace porque está todo reducido a la lógica maniquea de que el otro es el enemigo. Por ajustarse a esa lógica cayó en la trampa la senadora Beatriz Mirkin. Ella se comportó como si no estuviera preparada para ser la senadora que es. Tampoco es familiar de Alperovich, aunque sí trabaja en su espacio, como mienten en las redes. Su vehemencia y su forma de ser traicionan su trabajo. Pero antes que nada, se confunde en los vahos de una lógica de discusión que invita a ubicar al otro en la dicotomía “amigo o enemigo”. Y tal vez eso ya deba cambiar. Para beneficio de los representantes y de los representados.

El pacto, claro

Los empresarios, emprendedores y locos arriesgados se han mostrado dispuestos al cambio. Los consumidores los han visto, lo han comprobado y lo han avalado. Los boliches se han convertido en proveedurías; los bares, en verdulerías; los que hacían grandes eventos distribuyen cosas por doquier; y de seguro habrá hoteles que se convertirán en vaya a saber qué cosas y bares en vaya a saber qué otras. Nadie puede quedarse quieto. Eso se aprendió.

Es gracioso ver cómo es aplaudida la solución de los ATP (Aportes al Trabajo y a la Producción), lo mismo que los préstamos y el vuelco infernal de dinero que hizo el Estado emitiendo moneda. Todos vivan esta respuesta pública. Hasta noviembre del año pasado era la discusión central y dividía a toda la sociedad en una grieta abismal. Hoy es avalada por todos. Ahora deberán encontrar una salida conjunta para que la inflación no nos empobrezca más. No se puede aplicar la misma receta de siempre para seguir hundiéndonos en el mismo océano.

La discusión de estar “en contra de” parece ser un paradigma vencido. Esta semana la ACDE, la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, transmitió sus experiencias por el canal 11 de CCC y por el sitio de LA GACETA. “No le llevé el apunte porque mis prejuicios me dijeron que no serviría de nada”, dijo una ejecutiva del comercio digital. Arrepentida contó después cómo el jueves se conocieron todas las experiencias de transformación que hicieron desde las PyMe más pequeñas hasta las empresas más fuertes de la mano de la tecnología. Y el viernes hubo empresarios que pidieron la conformación de una mesa de debate donde estuvieran todas las partes, públicas y privadas, empresarios y gremialistas, políticos y entidades intermedias. Ninguna innovación, simplemente una receta que en 2001 le había dado resultado a la Argentina para salir de otra crisis. Sin embargo, era una propuesta innovadora para un Estado que actúa con el autoritarismo que le ha conferido la pandemia. El mismo con el que puede intervenir una empresa u ordenar una ley a medida de una firma, hiriendo la igualdad ante la ley de otras compañías. Los líderes deben ser cuidadosos en sus mensajes.

El miedo los ha ayudado a actuar con un individualismo descomunal. Los temores van cediendo. La sociedad había sido afectada en su libertad, pero no en su capacidad creativa, en su imaginación ni en su poder de innovación. Mientras tanto, la ciudadanía sigue esperando que los líderes les hablen y les digan qué quieren hacer aparte de ganar.

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