Retrato de un apátrida

Retrato de un apátrida

Un ajedrecista desertor anclado en la Argentina.

EL PAPEL. El personaje de Bernstein asume cabalmente su destierro. EL PAPEL. El personaje de Bernstein asume cabalmente su destierro.
31 Mayo 2020

NOVELA

DE RONDE

GUSTAVO BERNSTEIN

(Itaca- Buenos Aires)

De Ronde bien puede ser interpretado como un libro de corte vindicatorio en la medida que alude a quien tuvo una existencia de singular riqueza. Nacido en 1913 en Holanda, o Países Bajos, despuntó como un ajedrecista que en representación de su país, en las Olimpíadas de 1939, quedó prisionero de los insondables arbitrios del destino: en plena competencia se declaró la Segunda Guerra Mundial y al ser convocado por el ejército tomó la radical decisión de desertar y radicarse en la Argentina. De forma más específica, en Buenos Aires.

De descontada pericia en el milenario cosmos de los trebejos, De Ronde asumió de forma cabal los alcances de su destierro al tiempo que reverberó en improntas de las que ya no volvería: una aguda mirada sobre los hombres y las cosas, un singular cruce entre el escepticismo y la vitalidad. Un espécimen, si así pudiera pensarse, de factible vinculación con el ideario de Antonio Gramsci: pesimista en el pensamiento pero optimista en la acción.

Más o menos así lo retrata Bernstein, tal vez no tanto, quién sabe, toda vez que ni a esa demasía llegaba su conocimiento del personaje ni dan para una plena certeza los siempre condicionales testimonios de los terceros. Y no porque haya escaseado el acopio de voces. Por lo contrario. Abundan sin dañar las entrevistas, la documentación y una hoja de ruta que el lector sabrá apreciar.

Pero sucede que en el libro del que van estas líneas, De Ronde en sí es igual de primordial que casual, o causal, por qué, no también, vistos y entrevistos los manantiales de la reconstrucción histórica, del ensayo, de lo conversacional que abreva en lo que viene y no viene al caso, en la politología y, he aquí uno de los bocados más sabrosos del plato, en la autobiografía cifrada.

Admitida la alegoría futbolística, bien podríamos sentirnos habilitados a colegir que Bernstein tira paredes con De Ronde; con un De Ronde, pongamos, conjetural, pero ya que el ajedrez supone un elemento nuclear en la obra referida, nos sentimos convocados a imaginar a Bernstein a solas con sus elucubraciones, con sus desvelos, con sus grafías y con sus 64 escaques. En el dinamismo de sus zonas de inquietud y de sus poblamientos, el autor mueve las piezas, De Ronde o los duendes de De Ronde dicen o se hacen decir y la novela derrama su savia.

© LA GACETA

Walter Vargas

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