Un desafío, respetar las instituciones

Un desafío, respetar las instituciones

La pandemia alteró conductas y obligó a adoptar nuevos modos de relacionarse social y políticamente, no sólo a los ciudadanos de a pie sino también a los que tienen responsabilidades institucionales, a aquellos que desempeñan cargos de conducción en el Estado y que, más allá de las posturas ideológicas o diferencias partidarias, han tenido que olvidarse temporalmente de que son oficialistas u opositores para enfrentar en conjunto la crisis del coronavirus. Han mostrado que a las instituciones que lideran, ante la evolución de una enfermedad mortal, las pueden hacer funcionar como tales y que a su vez ellos son capaces de distraerse de las disputas políticas y aliarse en la acción institucional dejando de lado las fricciones políticas.

Centralmente, han puesto en evidencia que pueden estar a la altura de las misiones de los puestos públicos que ejercen, lo que no debería sorprender ni llamar la atención, pues debería ser lo habitual. Implica un buen ejemplo de actitud pública frente a la sociedad, que muestra un mecanismo a mantener en el futuro para acometer cualquier crisis -sanitaria, social, económica o política- o para mejorar la situación nacional, entre todos. Hubo, en estos tiempos de cuarentena, numerosas reuniones que fueron en la línea de unificar estrategias a nivel nacional y provincial, como las del Presidente con el jefe de Gobierno de la Capital Federal, o del gobernador de Tucumán como el intendente de San Miguel de Tucumán; que supieron dejar de lado sus diferencias partidarias y pusieron por encima el bienestar general.

Ese es un mensaje necesario hoy, positivo. Es la señal que deben dar, el gesto a potenciar y la conducta que deberían seguir y profundizar especialmente cuando todo vuelva a la normalidad en la Argentina, porque si algo favorable puede dejar como enseñanza esta pandemia es que los líderes son capaces de actuar como tales, con honestidad, desprendimiento y humildad, y que por razones institucionales pueden olvidarse de la violencia y la grieta política.

Eso solo puede ocurrir si los que están al frente de las instituciones respetan el origen y sentido de la existencia de esos organismos, su misión al servicio de la comunidad y de su bienestar y no para satisfacer sus intereses sectoriales por diferencias partidarias como, por ejemplo, cuando se beneficia a municipios de un color político con recursos económicos en desmedro de otros de signo partidario distinto. Si la dirigencia pone su inteligencia y músculo al servicio de las instituciones públicas, como viene sucediendo en esta cuarentena debido a la evolución de la covid-19, la convivencia social y política puede ser mejor y beneficiosa para el país.

Es uno de los tantos desafíos que la vuelta de la normalidad expondrá a todos los líderes políticos: que respeten a las instituciones, que las hagan funcionar según sus funciones y que las pongan al servicio de la comunidad y no de sus intereses de grupo. Será un paso más, significativo, porque parece un rasgo nacional que la dirigencia utilice para sus propósitos políticos o ambiciones personales el funcionamiento de las instituciones del Estado. Una debilidad política que provoca perjuicios a la sociedad porque con algunas de sus conductas desacreditan a las entidades que conducen, como por ejemplo reunirse entre varios funcionarios sin respetar la cuarentena sólo porque goza de los privilegios de ejercer un cargo público. Es un reto, uno de los tantos que sobrevendrá una vez que la pandemia pase, y tal vez el más difícil de afrontar para la dirigencia política argentina.

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