“El dengue le robó los últimos años de vida a mi papá”

“El dengue le robó los últimos años de vida a mi papá”

Familiares de René Amado brindaron detalles sobre la grave enfermedad. Sostienen que en la zona de Los Pocitos los vecinos viven olvidados.

EN LOS POCITOS. La familia de René Amado, en la plaza central del barrio, frente a la gruta de la Virgen que construyó el padre de familia. la gaceta  / foto de franco vera EN LOS POCITOS. La familia de René Amado, en la plaza central del barrio, frente a la gruta de la Virgen que construyó el padre de familia. la gaceta / foto de franco vera

René Amado se retorcía por el dolor abdominal. Lloraba, por momentos, a gritos. Ya ni siquiera podía caminar. Desesperada, su hija Elizabeth decidió llevarlo al médico por tercera vez desde que habían empezado los síntomas de dengue. En el camino le dijo: “papá, no me dejes, no te des por vencido”. Con el último aliento, él le contestó que no podía más. Se estaba muriendo. Luego se desmayó. Y nunca más se despertó.

Ha pasado un mes y Eli no puede borrar esa imagen de su mente ni un segundo. El deceso de René, de 71 años, fue el segundo caso notificado por el Siprosa. Ya fallecieron tres tucumanos por el virus que transmite el mosquito Aedes aegypti. “Fue una muerte injusta y demasiado dolorosa. ¿Por qué si lo llevamos tantas veces a la policlínica no vieron a tiempo la gravedad de la enfermedad?”, se preguntan los hijos.

En la casa de Amado, en Los Pocitos, se respira enojo e impotencia. Además del fuerte olor a insecticidas y a espirales que encienden durante todo el día. Este temor tiene fundamentos. La esposa de Amado, Adela Ramallo (63), también padeció dengue grave, estuvo internada y ahora se encuentra aislada. Si vuelve a ser picada por un Aedes infectado podría ser de altísimo riesgo.

“La situación está bien complicada. Esta zona está plagada de mosquitos y hay dengue en muchas familias. Nosotros limpiamos todo, fumigamos, sacamos los recipientes que podían tener agua. Pero no alcanza. Evidentemente hay vecinos que no lo hacen. Aparte, hay muchas maleza, basura y pérdidas de agua”, se queja René, otro de los hijos.

En el camino a la casa de los Amado se puede comprobar lo que describe René. A dos cuadras del ingreso por la diagonal Leccese (al otro lado de la entrada a Lomas de Tafí), el pavimento se termina y en la calle se forman grandes lagunas. “En Los Pocitos, que depende de Tafí Viejo, estamos totalmente aislados y olvidados”, reclama René, de 47 años.

Dolorosa cronología

Según cuenta, la triste historia de su familia comenzó a mediados de marzo. Uno de sus sobrinos, Gonzalo (16), fue el primero en infectarse con el virus. “Tuvo mucha fiebre y dolores. Llamamos al número para denunciar dengue y nos dijeron que tomara paracetamol y no se moviera de su casa. No vino nadie a verlo ni a fumigar en ese momento”, se queja. “Quince días después, el domingo 5 de abril, mis dos padres empezaron con los síntomas de la enfermedad. Al principio no querían ir al médico. Llamamos al 107, al PAMI, y nadie nos atendió. El lunes a la mañana los llevamos temprano a la policlínica de Lomas de Tafí. Mi mamá entró caminando sola; mi papá ya casi no podía moverse. Tenía mucho dolor de espalda y de estómago. El médico de guardia nos dijo que podía ser dengue. Les hicieron análisis y los mandaron a la casa a hacer reposo”, recuerda Eli, de 40 años.

Con el correr de las horas su papá empeoró. “Tenía vómitos y gritaba de dolor. No podía comer ni tomar agua. El martes lo volvimos a llevar a la policlínica, a la mañana y a la noche, cuando ya estaba gravísimo. Antes de ir, me dijo llorando que se estaba muriendo y que por suerte ya todos sus hijos estaban grandes”, cuenta la mujer casi llorando. “En los análisis de sangre se veía que sus plaquetas estaban muy bajas. Tuvo hemorragias graves. Los médicos sabían que tenía dengue y no hicieron nada”, apunta.

A las 20.30 les avisaron que lo trasladaban de urgencia a un sanatorio de la capital. Quedó internado en terapia intensiva hasta la mañana siguiente, cuando llamaron a la familia para darle la peor noticia. “Mientras lo enterrábamos, mi mamá se agravó. No dudamos: la internamos enseguida. Evidentemente no hay que esperar respuesta del sistema de salud; hay que actuar”, resume.

Sobre una mesa hay velas, un cuadro con la imagen de la Virgen y dos fotos de Amado. Se ve un hombre feliz, que hacía deportes y disfrutaba de su familia y de sus amigos.

“Eso era mi papá. Pese a sus 71 años, era muy saludable. Hacía varios años se había jubilado de la empresa 9 de Julio. Trabajaba en casa, en un servicio de comidas junto a mi madre. Además era presidente de un club de fútbol. En el barrio todos lo querían. Era muy dedicado, limpiaba a diario la plaza y hasta hizo construir una gruta para que todos pudieran rezar. Esta enfermedad le ha robado varios años de felicidad junto a sus hijos y a sus nietos. Lo más triste es que se murió de dolor”, concluye Eli, en el patio de la casa familiar, donde todos se han reunido para contar la historia. “Espero que la experiencia que vivimos les sirva a otros que se enfermen de dengue -advierten-. Es algo que se debe tomar en serio y exigir a los médicos una buena atención”.

Esta nota es de acceso libre.
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