Peronismo mata coronavirus

Peronismo mata coronavirus

Peronismo mata coronavirus

La pandemia pasará, dejará enseñanzas, secuelas dolorosas, tal vez hasta surja algún nuevo orden mundial o bien emerja un hombre más solidario y menos egoísta. Sin embargo, el coronavirus no podrá arrasar con el peronismo y su estado de internismo permanente, ese sueño frustrado de los que culpan a este espacio de todos los males nacionales. Cual si estuvieran vacunados, en esta fuerza política mayoritaria se dan el lujo de alimentar disputas subterráneas en tiempos de gran conmoción social y donde la atención del mundo está puesta en frenar muertes. Encima lo hacen gobernando, estado donde el justicialismo disfruta de arreglar sus conflictos intestinos, porque el aislamiento no lo encierra, el barbijo no cubre sus jugadas de truco y la distancia social no impide que anden a los golpes.

En el plano nacional la interna entre los Fernández es alentada por los que apuestan y se regocijan con el quiebre, pero la covid-19, sólo por ahora, relega a un segundo nivel esa posible fractura. De hecho la imagen de Alberto mejoró porque se muestra preocupado por un enemigo que atemoriza a los argentinos. Cuando tras la pandemia en el país sobrevenga la crisis social, producto del drama económico que se vaticina, el peronismo a nivel nacional tendrá ocasión de unirse o de fracturarse en batallas puertas adentro en busca de culpables o de eventuales salvadores. Siempre pasa. Por de pronto envió una señal de unidad al postergar para octubre la normalización del PJ prevista para el 5 de mayo. Es desaconsejable repartirse cargos partidarios mientras la ciudadanía cuestiona a la clase política. Ya habrá tiempo para pelearse. O para unirse.

En Tucumán, en cambio, el coronavirus no impidió que viera la luz muy temprano la interna entre Manzur y Jaldo. Se esperaba que se verificase a pocos meses de los comicios del 2023 y no tres años y medio antes. Hasta la puso en evidencia. Los desacuerdos personales surgieron sorpresivamente para lamento de la dirigencia peronista que transitaba cómoda a la sombra de la tranquilidad que emanaba de la estrecha sociedad del gobernador y del vice. La incomodidad surge porque aguardaban que todo fluyera de manera natural en el poder, a la usanza peronista, en base a acuerdos y que no tuvieran que derramar sangre de compañeros. Corren tiempos de lealtades acotadas, o de nuevas lealtades.

En este caso es la propia naturaleza del peronismo y de lo que entienden los “muchachos” sobre lo que es y cómo debe ejecutarse el verticalismo en el PJ lo que llevó a los referentes a que ahora no se dirijan ni la palabra. ¿Comandan juntos, conduce el que está o el que viene? La aparición de la pregunta, y las consiguientes respuestas -según los interesados-, derivó en la crisis. El conflicto es complejo, enmarañado y con algunos jugadores apostando a la división -allí pescan mejor-; y otros a que se salve la sociedad. Estos ven riesgos para todos.

Por tradición los compañeros necesitan un conductor, un único líder, es por eso que a nivel nacional se especula con que en algún momento se quebrará la buena sintonía entre los Fernández. Ídem en la provincia, si no, no se hablaría de manzuristas y de jaldistas, cada uno con ambiciones propias bajo las intenciones de sus jefes, donde uno quiere seguir y el otro quiere llegar. El drama político e institucional está en cómo continuar juntos, o en cómo juntarse de nuevo, y hasta en cómo y en qué términos proseguir separados. Ninguno querrá cargar con la mochila de ser el que dividió al peronismo tucumano y el que, eventualmente, abrió la puerta a la derrota del justicialismo dentro de tres años. Claro, eso dependerá de la capacidad y la fortaleza de la oposición de construir una verdadera opción de poder.

En los últimos lustros el PJ expuso dos rasgos que le daban coherencia y fortaleza a su práctica verticalista, pero que ahora, en función de nuevas interpretaciones sobre esas características, constituyen la razón de la discordia. Esas diferentes perspectivas sobre un mismo hecho provocan y alimentan la disputa. Veamos. Lo que vino ocurriendo, cual costumbre arraigada, es que, primero, el gobernador elegía a su vice a la hora de la reelección y, segundo, el gobernador designaba a su vice para sucederlo al finalizar el segundo mandato. Sucedió con Alperovich en 2011 cuando bendijo a Manzur como su vice y luego como su sucesor en 2015. Siguió con Manzur en 2019 cuando eligió a Jaldo como su vice y -manteniendo ese código sin texto- el tranqueño debería ser el sucesor del mandatario en el 2023. Debería.

Pero el detalle que aparece ahora y que confronta a unos con otros es el hecho de que centralmente es el gobernador el que define a su sucesor cuando finaliza su segundo mandato. Y allí surgen preguntas, capciosas desde lo político, que causan choques. ¿Por qué Manzur no puede elegir a otro que no sea Jaldo?; dicen manzuristas que hasta ya han arrojado a la parrilla a dos intendentes y a un legislador como los posibles elegidos. ¿Por qué no elegir a Jaldo si es lo que viene sucediendo?, plantean desde el lado del tranqueño. Dos visiones, un mismo origen. La pregunta de fondo es por qué se lanzaron tan anticipadamente esas dos miradas. Algunos apuntan a los entornos para buscar respuestas. Entonces, es normal que Manzur quiera elegir a un sucesor, tanto como que Jaldo aspire a sucederlo.

Lo que no entra en sintonía con lo que viene ocurriendo es que se haya desatado la interna por la sucesión mientras el mundo sufre por la pandemia. Hasta parece impropio de peronistas avezados en gestionar el poder. Una ingenuidad o una torpeza. Es lo que impulsa a dirigentes del interior a actuar como mediadores en la búsqueda de que el gobernador y el vicegobernador superen este distanciamiento político, porque los perjudica. Uno de ellos, optimista, reconocía: si me preguntabas hace 48 horas si era posible una reconciliación te decía que no; hoy no estoy tan seguro. Anhelo o no, es una manera de sugerir que las puertas están abiertas para esa foto de unidad que apacigüe a todos, porque los que tienen responsabilidades ejecutivas -intendentes- no quieren ver sometidas sus gestiones a los vaivenes y las presiones de una interna peronista entre Manzur y Jaldo. Además, en medio de una crisis económica y social que se avecina y que los va a arrastrar a todos.

Observan un conflicto innecesario y peligroso para el justicialismo en función de sus responsabilidades de gobierno. En esa línea, de los dos, el que más habla es el presidente de la Legislatura, es quien puso en evidencia las diferencias políticas al denunciar una operación mediática en su contra montada por gente afín a la Casa de Gobierno. Hizo acusaciones veladas graves, de las que no hay vuelta atrás. Manzur, en cambio, no replica ni dice nada al respecto; le huye al entredicho público cual si entendiera que habrá tiempo para enfocarse en el tema. Algunos esperan sus señales para saber hacia dónde salir corriendo. Sus funcionarios también callan, como si hubiera habido una directiva para no profundizar la herida o bien para no enmarañar la complicada realidad sanitaria con internas de palacio. Pacto de silencio. Querrá demostrar que está más preocupado por atender que el sistema de salud se prepare lo mejor para lo peor, o bien exponer que no desea romper del todo con su vice; o ambas cosas.

La pandemia hoy facilita el distanciamiento entre ellos, pero cuando la covid-19 sea un mal recuerdo, será inevitable que las diferencias se expongan sobre la mesa y que definan cómo seguirá el juego entre ellos, y también el de los que los sigan. Porque una cosa es clara entre los compañeros, tanto como su naturalizada concepción verticalista, y es que cuando se tienen funciones ejecutivas, como por ejemplo los jefes municipales, se sabe con quién hay que alinearse cuando los recursos están de por medio; eso es por más que haya intendentes que simpaticen con Jaldo. Los bolsillos no saben de lealtades.

En enero, vaya como dato, Manzur tomó una decisión que provocó la ira de los cuatro jefes municipales opositores cuando sólo atendió con ayudas económicas a los 15 intendentes oficialistas; una manera de avisarles también a los propios que para los que estén con él, todo; al enemigo, nada. No es una señal como para dejar pasar ante una posible interna. Tampoco hay que dejar pasar que sólo un parlamentario al parecer próximo al manzurismo haya abandonado el bloque oficialista, porque si bien puede interpretarse el mensaje, no hubo una diáspora de manzuristas como para exponer alguna fortaleza numérica en el campo del rival. Allí, por ahora, Jaldo no se siente intimidado, sino más bien cómodo.

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