Cumple 10 años la escuela donde niños, padres y maestros aprenden y enseñan con el ejemplo

Cumple 10 años la escuela donde niños, padres y maestros aprenden y enseñan con el ejemplo

En Las Verbenas confirman que es posible dar a los chicos una formación de calidad sin pruebas, calificaciones ni sanciones

EN EL PATIO. La edificación al fondo es el aula taller de la escuela Las Verbenas, ubicada en El Mollar. LA GACETA / FOTOS DE IRENE BENITO EN EL PATIO. La edificación al fondo es el aula taller de la escuela Las Verbenas, ubicada en El Mollar. LA GACETA / FOTOS DE IRENE BENITO

En Las Verbenas nadie “se salva” de aprender y de enseñar. Esta escuela distinta emplazada en El Mollar procura que el ejemplo y las reglas valgan para todos: niños y adultos. Y lleva ya 10 años confirmando la validez de su método fundado en la experiencia, que prescinde de los exámenes, del uniforme, de los boletines de calificaciones, del timbre, de las pantallas, de la Dirección, de las cartucheras, de los pupitres, de las sillas, de los grados, y de los paros y las paritarias docentes, aunque no de los contenidos del programa oficial.

La gran diferencia con la escuela común radica en la forma de transmisión del conocimiento. Aquí lo que manda es la absorción de las matemáticas y de la lengua por medio del arte, y del involucramiento de los padres en el proceso de formación de sus hijos. Los efectos de esa receta son evidentes: Las Verbenas parece una casa-taller y no un típico establecimiento educativo.

FONDOS. Padres y docentes hacen y venden prepizzas para comprar los materiales, cuenta Lucía López. FONDOS. Padres y docentes hacen y venden prepizzas para comprar los materiales, cuenta Lucía López.

Tres maestros llevan adelante esta escuela experimental consustanciada con el modelo pedagógico y de vida desarrollado en la Universidad Nacional de La Plata hace 60 años. Este jueves nublado de febrero, Lucía López es la encargada de abrir la puerta del edificio carmesí donde todo tiene su sitio, su explicación y su conexión con la acción. A poco de mirar con atención el reducto surge que en Las Verbenas la teoría está supeditada al hacer y de la práctica surge el aprendizaje. La maestra López cuenta lo que ello implica y cada objeto de este espacio mollaristo cobra un sentido dentro de esa visión enfocada en la experimentación. En la originalidad está la clave de su prestigio: llueven los elogios, aunque el proyecto carece del reconocimiento estatal.

“Tramitamos desde hace casi ocho años un expediente en el Ministerio de Educación de la provincia. Hoy podemos inscribir, pero no expedir certificados de estudio. Aquí solo vienen niños cuyos padres aceptan esta situación”, explica López, que tiene un embarazo avanzado y medias en los pies. La consecuencia de esa burocracia es que los alumnos se ven obligados a dejar Las Verbenas, que legalmente opera como asociación civil, para cursar el último año de la primaria en alguna institución “con papeles” de los Valles. El bloqueo de la certificación redujo la matrícula -antes el déficit era subsanado con auxilio de La Plata-, pero, aún así, la maestra informa que en este ciclo concurrirán 17 familias, y 27 chicos de tres a 12 años.

AULA ÚNICA. Aquí se guardan los almohadones donde se sientan los chicos, los materiales de trabajo y hasta las guitarras para hacer música. AULA ÚNICA. Aquí se guardan los almohadones donde se sientan los chicos, los materiales de trabajo y hasta las guitarras para hacer música.

Financiamiento

Los conceptos comunidad y cooperación conforman el núcleo de vivencias básicas de esta organización poco convencional. Acostumbrada a relatar el caso, López dice que Las Verbenas no es un depósito de personas, sino que los progenitores desarrollan casi tantas tareas como el plantel docente y los niños, y van allí un promedio de cuatro horas semanales para trabajar en los emprendimientos que mantienen las instalaciones.

Como la escuela no recibe recursos públicos, el dinero para pagar las cuentas proviene en esencia de la venta de prepizzas, sorrentinos y artesanías, y de las ferias itinerantes de ropa, además de otras actividades. En paralelo, las familias aportan una cuota mensual -no obligatoria- de $ 800 y otra de $ 500 para la cooperadora, sin importar el número de alumnos que envían. Por aparte corren dos contribuciones al año concretas para la adquisición de los materiales escolares: los niños utilizan óleos, lápices, fibras y cuadernos especiales de la mejor calidad, y todos crean con los mismos elementos, que les proporcionan y reponen los maestros.

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Resulta difícil de creer, pero, con esa administración prusiana, lograron lo que se ve sin excepciones desde levantar la sede propia en un terreno donado por la Comunidad Indígena Diaguita Calchaquí de El Mollar (a la que se mudaron en 2016) hasta montar una semipanadería y equipar un salón-aula como debe haber pocos en la provincia. La constatación de esos bienes sobrecoge en esta época dorada para el vandalismo y la destrucción del patrimonio común.

La biblioteca; los ficheros elaborados a mano; las cajas de madera; las figuras geométricas; los instrumentos musicales; los juegos; las lámparas de origami; la calefacción; los pisos de madera y el “secador” de pinceles colocado en el baño “hablan” el lenguaje del esfuerzo, del respeto y de la gratitud.

Rueda y té en silencio

Pese al receso de verano, la escuela sigue en movimiento porque las actividades económicas que la sostienen no se toman vacaciones. López comenta que la forma de ser de Las Verbenas atrae familias de las más variadas extracciones socioeconómicas de los Valles: lo que importa en definitiva no es el dinero sino la adhesión al modelo que crearon una maestra de teatro, una concertista y una artista plástica (Dorothy Ling, Nelly Pearson y Marta Bournichon), y que plasmaron en el célebre Instituto Roberto Themis Speroni, de la localidad platense de City Bell. Ese paradigma hoy tiene más de 30 “sucursales” en el país.

Cumple 10 años la escuela donde niños, padres y maestros aprenden y enseñan con el ejemplo

La de El Mollar empezó en 2010 a partir de la llegada de un trío de docentes de Tierra del Fuego: el único que permanece es Maximiliano Liguori, quien junto a López y a Antonio Franck se encarga de la organización de las clases y de las actividades pedagógicas complementarias; de confeccionar las fichas con consignas; de las labores administrativas; de limpiar; de regar el terreno y de coordinar las responsabilidades atinentes a los padres.

Para que tan pocos maestros puedan hacer tanto, los alumnos tienen que necesariamente colaborar. Y así sucede. López cuenta que los chicos se ocupan por turnos de ayudar en las distintas necesidades y que en eso son muy puntillosos. “Hay un énfasis permanente en la limpieza, en el orden y en ‘el otro’ porque es la forma de que este sistema funcione”, agrega. Nada queda afuera de esa colaboración. Los lunes, por ejemplo, es el día designado para que los niños amasen el pan que han de consumir durante el resto de la semana.

La jornada en Las Verbenas comienza a las 8.15, cuando abre la portería que cierra 15 minutos más tarde tanto para alumnos como para maestros: a partir de las 8.30 nadie puede ingresar. Los chicos dejan los zapatos en los estantes ubicados al lado de la puerta, y se colocan las pantuflas, crocs o se quedan en medias como López este 6 de febrero.

Luego pasan al salón, y se ponen el delantal liso y con mangas largas que aguarda en el perchero asignado. A continuación, despliegan los almohadones para celebrar la primera rueda general, cuyo desarrollo es libre. Pueden cantar, o contar un cuento o una adivinanza. Después de ese momento, cada grupo “multigrado” de no más de 10 integrantes se retira con su maestro al rincón de la sala presidido por un pizarrón. Al cabo de la primera hora, llegan el intervalo y el ritual de la preparación del té, que los alumnos toman en silencio como un momento de meditación. La rutina sigue con otra hora de clase; otra rueda grande donde cantan y leen los clásicos de la literatura, como Los viajes de Gulliver y Simbad el marino, y la despedida a las 13 con el procedimiento inverso de calzado y de vestido.

La caída que edifica

“Nuestro objetivo diario es pasar una mañana buena. Y eso vale tanto para ellos como para nosotros”, acota López. El principio de la libertad reglada se proyecta por doquier: si está lindo el día, salen a caminar por los cerros que convergen en El Mollar. Ven películas de Charles Chaplin; recitan poemas de Federico García Lorca y aprenden idiomas con las canciones tradicionales de las culturas del mundo. No tienen bandera; el Himno Nacional aparece como un tema musical más; no usan escarapela ni internet y casi no emplean fotocopias, sino libros. Se interiorizan sobre el conjunto de las religiones y abordan las fechas patrias como disparadores para analizar la historia. Comenta la maestra que los temas de índole sexual se tratan en forma abierta y sin tabúes, y en el ámbito del estudio de la anatomía y de la reproducción de las especies.

La conversación; el pensamiento crítico e independiente, y el planteo de preguntas en la rueda determina el rumbo: los alumnos participan de la definición de las clases a partir de sus propias inquietudes. López, que se presenta como estudiante a distancia de magisterio, refiere que el diálogo es la forma de resolver los conflictos, y que aprovechan cada suceso y cada caída, por ejemplo, un altercado entre dos compañeros o la pérdida de un objeto, para aprender.

El debate sustituye la sanción disciplinaria así como el desempeño y la participación cotidianos reemplazan las notas. “Consideramos que un trabajo está aprobado cuando está terminado en el tiempo que cada quien precisa para ello”, comunica la docente.

La educación impartida en esta casa-taller se funda en la presencia individual y la construcción colectiva. Asegura López que el carecer de esquemas rígidos fortalece la escuela: “el día que haga lo mismo de manera automática, perderá su valor. Siempre va a faltarle algo, lo que importa es que siga creciendo”.

La maestra dice que una institución de este tipo obviamente genera prejuicios, pero que aquellos se derrumban en el contacto con el universo que sus muros albergan. “No es mejor ni peor que otras escuelas, sino diferente”, resume. El amor existente en cada detalle de Las Verbenas no pasa inadvertido, y quizá en esa alternativa en marcha desde hace una década en los Valles, que el Estado todavía no reconoce, esté la semilla de civilización y de ética capaz de vencer la deletérea decadencia.

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