Entre gritos y derrumbes, ¿cómo se mantiene la confianza?

Entre gritos y derrumbes, ¿cómo se mantiene la confianza?

Se desmorona la pared de un canal, en pleno Camino del Perú, y las reacciones son insólitas. Los responsables se encogen de hombros y la oposición lo celebra como un gol. Para los tucumanos es como vivir entre el hambre y las ganas de comer. La gente grita, chicanea, jamás se escucha ni se respeta, y eso se traduce en los jirones de vergüenza que dejó una parte del debate organizado por LA GACETA el miércoles. Precisamente, los minutos libres orientados a encauzar una conversación que jamás se produjo. Los candidatos a diputados nacionales hicieron la fácil: jugar para la tribuna, pero ¿no se les ocurrió que lo que espera esa tribuna es caños y gambetas, en lugar de patadas desacalificadoras en la media cancha?

Los ciudadanos se conforman cada vez con menos: que las obras públicas no colapsen, que quienes pretenden representarlos en el Congreso contemplen mínimas pautas de buena educación. ¿Intercambiar ideas? Mucho pedir. Y eso que la clase política no emergió de un laboratorio, porque es producto de un caldo social que se cocina al vapor. Será por eso que echa tanto humo, olvidándose de que una de sus funciones esenciales es predicar con el ejemplo. En otras palabras: no replicar en el ágora las prácticas que contaminan nuestro día a día. De lo contrario, ¿por qué votarlos? O en todo caso, ¿a qué aspiran?

La semana informativa intenta focalizarse en la inminencia de las elecciones, pero la realidad tironea en otras direcciones. El bolsillo, esa víscera a la que cuidamos más que al corazón, se contrae ante el 5,9% de inflación registrado en un septiembre obeso de malas noticias económicas. Un ejemplo: con la venia del Gobierno provincial, los colegios privados aumentaron las cuotas un 8,1%. “Ese es el índice que tiene que preocuparle, Presidente. No el mío”, fustiga Alberto Fernández, bañado por la liturgia tan peronista del Día de la Lealtad (y sin levantar el índice. A propósito: ¿volverá a agitarlo el domingo?). Lejos, Mauricio Macri sostiene que con la inflación nos portamos como alcohólicos recurrentes y promete que si lo reeligen convertirá la ruta 38 en una autopista. Los separa un océano más ancho que el Pacífico.

Cuestión de confianza

Son días cruzados por la incertidumbre, en los que se escuchan las declaraciones más extremas en el afán de sumar un votito o, al menos, no perder los porotos acumulados en las PASO. Todos piden la información que nadie tiene: ¿quién gana? ¿Por qué diferencia? Hay quienes se preocupan por cuánto costará el dólar el 28 de octubre, a otros lo que los angustia es cómo van a parar la olla mañana. Expresiones de un mismo país, de lo más bifronte y poco afecto a los términos medios. El equilibrio está mal visto porque es falso sinónimo de tibieza. Sigamos atrincherados entonces, así nos va.

La palabra clave, pronunciada como un mantra, es confianza. Votar a un candidato (no ya a un partido, sino a un “espacio”) es un acto de confianza extremo. En otras palabras: el ciudadano se ve en la encrucijada de ensayar un salto de fe como el que dio Indiana Jones en la última cruzada. Cerrar los ojos ante el vacío y lanzarse a caminar por una pasarela imaginaria, con la certeza de que el hechizo poselectoral acomodará las cosas y el abismo será apenas un mal sueño. Confiar en el futuro, justamente en un país cuyas instituciones inspiran de todo, menos confianza. Si, como apuntó Oscar Wilde, mejor es arrepentirse de lo hecho que de lo no hecho, allá vamos. A confiar otra vez.

Confiar en que, una vez arreglado el paredón, el canal Sur no volverá a venirse abajo. En que los candidatos tan dados a la bulla frente a las cámaras se portarán como estadistas una vez que se apoltronen en el escaño. ¿A cuánto cotizan los 100 gramos de confianza en las pizarras para nada electrónicas de la ilusión?

El problema es que el stock -siendo generosos- está a punto de agotarse. Si no se terminó del todo es porque la tucumanidad -la argentinidad, a fin de cuentas- jamás podría colmar la capacidad de asombro. Entonces hay lugar para un restito de confianza. ¿Y qué vendría a ser esto de la confianza? “Esperanza firme que una persona tiene en que algo suceda, sea o funcione de una forma determinada, o en que otra persona actúe como ella desea”. Disculpe el pesimismo, pero visto de esta manera este es el inexorable camino del desengaño. De un nuevo desengaño.

Mejor depositar la confianza en objetivos más cercanos, más terrenales. Nadie va a actuar como deseamos; las cosas no van a suceder como anhelamos. Las construcciones son infinitamente más complejas que una sumatoria de confianzas traducida en las urnas. Eso le quita al voto el carácter de cheque en blanco confianzudo, que es el que suele rebotar en la ventanilla. La madurez, fruto del pensamiento crítico, mata al realismo mágico y ya va siendo tiempo de regular la confianza, así como regulamos (cuando podemos) las emociones.

Fin de fiesta

Sumando el combo electoral, la crisis económica y los apuntes más antipáticos de la cotidianeidad (pobreza, inseguridad, ¿les suena?) la caja de resonancia informativa le quita espacio a un episodio clave: el juicio a César Milani. Se intenta dilucidar que sucedió con Alberto Ledo, soldado desaparecido durante la última dictadura cívico-militar. Uno de los acusados es quien condujo el Ejército durante un Gobierno que hizo de la memoria, la verdad y la justicia una de sus banderas. Milani se declaró inocente, los testigos desfilan ante el Tribunal que integran Gabriel Casas, Carlos Jiménez Montilla y Enrique Lilljedhal. El proceso sigue su marcha como es debido: con todas las garantías constitucionales aseguradas para las partes.

La lectura política es por demás delicada. Milani es el general que eligió Cristina Fernández, entonces Comandante en Jefe, y con la bendición -por ejemplo- de las Madres de Plaza de Mayo. En ese sentido, una condena a Milani por delitos de lesa humanidad sería impactante. Se lo acusa de encubrimiento y falsificación ideológica de un instrumento público (un sumario de deserción). Cuando se produjo la desaparición de Ledo, Milani revistaba como subteniente. Nos remontamos al 17 de junio de 1976, cuando el soldado fue visto con vida por última vez en un campamento de Monteros. Seguramente los flashes, esquivos por el momento, se encenderán con toda la potencia el día que se dicte la sentencia y, una vez más, Tucumán hará ruido en todo el país. Mucho ruido.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios