¿Qué hacías cuando el hombre llegó a la Luna?

¿Qué hacías cuando el hombre llegó a la Luna?

¿Qué hacías cuando el hombre llegó a la Luna?
20 Julio 2019

LA LUNA EN PITTSBURG

Por Alberto Rojo

Músico, escritor y físico

Mis padres, mi hermana Patricia y yo vemos el alunizaje en un televisor del departamento de 401 Denniston Street, en Pittsburgh, donde estamos por un año. En el momento en que Neil Armstrong pisa el suelo, el Papá trata de explicarme, dibujando formas en el aire con su Pall Mall Gold encendido en la mano derecha, que esas imágenes en blanco y negro, borrosas como mi recuerdo, capturan un capítulo extraordinario del progreso humano.

Indago en mi recuerdo y encuentro el sabor del desencanto; ese niño de nueve años, ya con una curiosidad insaciable (lo diré), todavía no ha aprendido a asombrarse. Décadas después vamos con el Papá al Smithsonian en Washington a ver el módulo de comando del Apolo 11. Con todo tipo de contorsiones eufóricas trato de explicarle un hecho para mí increíble: que ese lavarropas cónico que parece armado a martillazo limpio, haya ido y vuelto de la Luna con tres personas adentro. Y el Papá, en silencio, con esa mirada pícara tan suya, me dice “ahora entendiste”.                             

NOS QUEDAMOS SIN PALABRAS

Por Lucía Piossek Prebisch

Filósofa

Hace 50 años muy pocas eran las casas de familia que contaban con televisión.  En la nuestra mi marido, amante de las humanidades pero también de los últimos avances tecnológicos, ya había hecho instalar con tiempo una TV en el living. En el día señalado y a la hora señalada en que podrían verse el alunizaje y la caminata de Armstrong en la Luna, estábamos apiñados y ansiosos en torno a la pantalla juntamente con algunos vecinos, entre los que se encontraba el inolvidable Néstor Grau. No sabíamos de qué maravillarnos más: o del sorprendente orden matemático del sistema solar que permitió hacer los cálculos más precisos, o de la inteligencia y de la audacia humanas. No recuerdo bien qué comentarios hicimos. Más bien recuerdo que quedamos casi sin palabras...

TENSIÓN, ASOMBRO

Por Carlos Duguech

Analista internacional

Junín al 500, Aticana, entidad argentino-norteamericana de enseñanza de inglés. Sutherland, su director, me invitó amistosamente a presenciar junto a un numeroso grupo lo que sería un hecho único para la Humanidad. Por entonces desarrollaba algunos programas en Radio Nacional, de la que éramos sus primeros locutores (1966) Juan Carlos Golo, Luis Giraud, Carlos Juárez y yo. Tiempos de la “guerra fría”. Se libraba también la “carrera espacial”. El Sputnik soviético y el primer astronauta Gagarín eran un “desafío” para los EEUU. Nunca experimenté antes un clima como el de esa noche en Aticana. Tensión, asombro. Cuando la nave posó en suelo lunar y se vió descender al astronauta Armstrong, enmudecí un instante frente al grabador. Es probable que debí haberme expresado con un tono de voz diferente al habitual. No pude dejar de pensar en las coincidencias: un 16 de julio (1945) se ensayó la primera bomba atómica en el desierto de Nevada (Nueva México, EEUU) para asegurarse lo que vendría: Hiroshima, Nagasaki. Y 24 años después, en idéntica fecha, el cohete Saturno ascendía con el Apolo 11, para un emprendimiento superior y no guerrero: alcanzar la Luna.

UN MURMULLO EN EL PARQUE

Por Mercedes Chenaut

Escritora

Mi abuelo amaba el campo y sus circunstancias. Nos había llevado a ver el desfile de campeones en la Exposición Rural, que en esa época era una pequeña y sencilla muestra agrícola ganadera en el parque 9 de Julio. Estando en las gradas viendo pasar toros magníficos, sonaron las bocinas de los autos cercanos y las de la maquinaria agrícola exhibida. Escuché el murmullo: “acaban de alunizar”. Era la siesta.

Horas más tarde, ya en casa, supimos del descenso de Armstrong, de su “pequeño paso, un gran salto para la humanidad”. Sofía Llanos, que trabajaba de empleada doméstica y que era dueña de un malhumor proverbial, nos dijo: ¿cómo pueden creer esas tonteras? Hoy sabemos que su sabiduría campesina de alguna manera vaticinó lo que muchos años después se pondría en tela de juicio. Seguramente el hombre llegó a la Luna en esa fecha, pero por falta de tecnología o por una falla, las imágenes fueron prefabricadas. Yo lo percibí, lo intuí, siendo una niña y hasta el día que se empezó a hablar de falsedad.

COMO LA TORRE DE BABEL

Por Honoria Zelaya de Nader

Escritora

Recuerdo con nitidez que la familia toda, padres, hijos, abuelos,  estábamos reunidos en el solar de la avenida Mitre 667. Ninguno se apartaba del televisor. Las imágenes en vivo eran seguidas por alrededor de 600 millones de personas. Enmarcadas por expectación y temor se sucedieron largas horas, hasta que pronto se lo escuchó decir a Neil Armstrong: “Houston… aquí base Tranquilidad, el Águila ha alunizado”. Lágrimas, aplausos, expresiones diversas de asombro se hicieron presentes hasta que bruscamente fueron acalladas por una voz admonitoria que decía a los gritos:                         

- ¡Eso no es cierto! ¡Están mintiendo! En la Luna está Dios y el hombre jamás podrá llegar hasta ahí.

- Pero abuela…- intentó explicarle mi esposo.

- Usted, cierre la boca. Eso no es verdad. Todos son locos. ¿No han leído la Biblia? ¿No saben lo que les pasó a los que quisieron construir la Torre de Babel? ¡Basta de tanta estupidez!  

La reciedumbre de su voz despertó y generó sollozos en mi hija Celeste. Inmediatamente la anciana se dirigió hacia la cuna de la pequeña. La tomó en sus brazos y empezó a cantarle en árabe una milenaria canción de cuna en la que la protagonista era la Luna: Mama Luna buena/ llégate hasta aquí/que mi pequeñuela/se está por dormir. La niña retomó su sueño y su bisabuela Hasibe Tome de Salomón, oriunda de Damasco, miembro de la Iglesia ortodoxa de María Santísima, continuó cantando.

Ha pasado medio siglo y aquellos momentos siguen vivos aunando tres momentos: el de los tiempos en los que la Luna era considerada deidad; el inscripto en las palabras: “Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad”; y el de aquella abuela, quien desde una rotunda fe nos recordaba un admonitorio pasaje bíblico.

EL AMOR POR LA CIENCIA

Por José Ricardo Ascárate

Ingeniero civil, funcionario del Plan Belgrano

Cuando el hombre pisó por primera vez la Luna yo estaba cursando la primaria en la escuela Mitre N° 2. Lo viví como todos; las teorías conspirativas no existían en esa época, surgieron hacia los 90. Vivimos las trasmisiones con emoción. Aunque la televisión recién empezaba, pudimos ver los detalles de las filmaciones que hizo la NASA. Y ver eso nos hizo sentir, desde chicos, que cualquier cosa que nos propusiéramos podíamos lograrla.

Aquella experiencia tiene bastante que ver con que yo haya estudiado Ingeniería; y, en realidad, con despertar en mucha gente el pensamiento científico. Al día de hoy habría que reflotar eso, se debería volver a incentivar. Por entonces, la NASA era el centro de investigación más avanzado del mundo; y en muchas cuestiones lo sigue siendo. Pero en aquella época estaba el desafío de inventar todo. Y de eso salieron todas las cosas que hoy conocemos; desde lo más elemental. Ciencia aplicada a la tecnología pura: lo tenemos en el video digital; en el ultrasonido; en el horno a microondas; en el estudio de materiales inteligentes; en los combustibles alternativos; en las celdas de hidrógeno, que dieron energía a todo el sistema de las cápsulas de las misiones Apolo. Todo eso surgió porque el hombre se puso un objetivo allá lejos, y con la ciencia creó la tecnología necesaria para alcanzarlo.

UN FRAGMENTO DE TUCUMÁN

Por Florencio Aceñolaza

Doctor en Ciencias Geológicas

Seguí la misión a la Luna con gran atención, en cuanto a que servía para aclarar muchos de los aspectos del satélite. El Apolo 11 trajo algo más de 20 kilos de muestras de rocas -otras misiones trajeron más material; uno de los astronautas era geólogo (Harrison Hagan “Jack” Schmitt, el 12° y último hombre en pisar el satélite)-. Ya había una interpretación “geológica” de la Luna, pero había que comprobarla. Debido a ello, los geólogos lo vivimos como una gran incógnita a resolverse.

Queríamos saber qué rocas había allá. Habíamos hecho estimaciones, se suponía que gran parte de los materiales rocosos serían similares a los nuestros. Pero eso no se comprobó en un primer momento. La luna se formó mediante una lluvia de meteoritos, y en aquellos sitios donde estos impactaron, el material se vitrificó, lo que le dio ese brillo característico.

A mediados de septiembre de 1987, para un congreso de Geología nacional -con presencia internacional- que se realizó en Tucumán, logramos que la NASA envíe una muestra. Trajeron una muy chiquita, para que los asistentes la observaran, vieran, opinaran. Bien podría decirse que un fragmento de la Luna estuvo en Tucumán. La roca estuvo en exposición; y fue muy interesante para nosotros, porque motivó discusiones. Obviamente el material regresó a EEUU; pero tuvieron la gentileza de traerlo, de mostrarlo, y de facilitar los debates.

Respecto de las teorías conspirativas, que comenzaron tiempo después, nunca las creímos. Las desestimamos de plano, porque vimos las rocas, y estas son diferentes a las de la Tierra. El fragmento que vino a nuestra provincia era de un color similar a la plata, brillante. Las misiones a la Luna nos legaron, básicamente, dos cosas. Por un lado, la tecnología -superada en la actualidad- que permitió al hombre salir del planeta. Eso habrá interesado mucho a los ingenieros. Por otro lado, la colecta de rocas contribuyó al debate de cómo se formó la Luna -hay varias teorías, pero la más aceptada es que se trata de un pequeño planeta capturado por la gravedad de la Tierra hace 4.500 millones años-. Y eso fue muy lindo para los geólogos.

PEGADA A LA RADIO

Por Gladys Barbieri

Bioquímica, jubilada

En esa época tenía 19 años, y estaba estudiando mi carrera en Tucumán, en la Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia. Vivía en una pensión, de una familia conocida de la nuestra. Ellos no tenían televisor -era muy reciente eso-, pero sí una radio antigua, de esas bien grandes.

Yo estaba muy interesada en el tema; me parecía algo maravilloso, extraordinario. Y recuerdo muy claro el momento, y lo tengo como si estuviese viendo una fotografía: estaba pendiente, pegada al aparato, escuchando esas voces en inglés que iban narrando todo lo que pasaba hasta el momento en que aluniza el módulo y Neil Armstrong pisa el suelo lunar. Para mí era muy emocionante; pero recuerdo que el dueño de la casa, un peronista de esos fanáticos, que no quería a los estadounidenses, me discutía que todo era mentira, que todo era un invento “yanqui” para propaganda.

Yo nunca lo dudé, nunca creí en esas teorías conspirativas. Me quedó grabado que el hombre había llegado a la Luna. Pero no recuerdo que lo hayamos conversado mucho con mis compañeros; seguramente habremos estado en receso, estudiando para los exámenes de julio.

ME SIENTO UN AFORTUNADO

Por Héctor Horacio Cerimele

Jubilado

Siempre recuerdo ese día, porque cumplo años el 20 de julio y también está el Día del Amigo. La llegada del hombre a la Luna fue algo impactante. Para todos, para la humanidad en su conjunto. Un suceso sólo comparable, tal vez, al asesinato de John F. Kennedy. Recuerdo que lo escuchamos por radio de onda corta, en castellano, aunque con las voces de Neil Armstrong en inglés. Luego, bien por la noche, la televisión lo pasó en diferido. Entonces yo estaba cursando mi último año en el colegio secundario; y me acuerdo de que lo comentamos entre los compañeros. Con esa edad, y en ese momento, hablábamos de que pronto todos podríamos viajar a la Luna. Luego, con el tiempo, uno fue comprendiendo que no era ni siquiera parecido al hecho de tomarse un avión para ir a Buenos Aires, por ejemplo. Me considero un afortunado de haber vivido ese evento en el mismísimo momento en que estaba sucediendo.

EMOCIONES EN HOUSTON

Por Federico Pelli Noble

Médico neurólogo

Tenía 15 años y viví el alunizaje como la culminación de hechos que venían de tiempo atrás. Desde chico siempre me había interesado la carrera espacial. Desde el Sputnik (primer satélite artificial de la historia), la famosa perra Laika (primer ser vivo lanzado al espacio), el soviético Yuri Gagarin (primer hombre en orbitar alrededor de la Tierra) y el estadounidense John Glenn (tercer hombre en orbitar la Tierra). Me interesaba mucho la parte de la cohetería; seguía la variedad del Mercury, del Saturno. Se fueron perfeccionando todas las técnicas.

El 20 de julio del 69 lo viví con asombro, con alegría, con mucha perspectiva. Se trató de una gesta heroica de la ciencia, del avance científico y de la aspiración de la raza humana. Era un día de sol; me junté con mis primos a escuchar la radio -si bien la televisión ya había llegado a Tucumán no todos la teníamos-. Iban trasmitiendo todas las informaciones; y uno miraba al cielo y se preguntaba si era posible, si eso era real. Algunos descreían; yo no, porque venía siguiendo toda la carrera espacial. Guardaba los recortes de revistas, las informaciones. Fue épico.

En ese momento cursaba el secundario en el colegio Tulio García Fernández. Lo charlamos en clase; había diferentes opiniones. Los periódicos daban cuenta de un gran impacto. Empezamos a conocer el centro espacial Houston, que manejaba todo. Yo lo visité dos veces. La primera, hace unos 20 años. En un hangar muy grande estaba la nave Saturno; y podía verse la placa en homenaje a las cerca de 200 personas -entre técnicos y astronautas- que fallecieron durante todo el programa. También conocí el cohete Mercury; algo fantástico, increíble.

LA MISIÓN MÁS LOGRADA

Por José R. García

Ingeniero agrónomo, rector de la UNT

Recuerdo muy claro ese momento. Era estudiante de Ingeniería y, como prácticamente la mayoría de los que vivimos en aquella época, estaba atento a los avances en la conquista del espacio, que aquel 20 de julio de 1969 nos pareció ya no tener límites. A mis ojos, era la misión más lograda que hubiera realizado el hombre. La conquista del espacio nos abrió un apetito de investigación, de búsqueda, que apuntaba hacia lo desconocido, hacia lo que nunca se había logrado.

Hoy, a 50 años, miro en retrospectiva y veo un gran despliegue producto de ese apetito cuando, por ejemplo, en distintas actividades utilizamos los drones, los GPS, la robótica. Tanta nueva tecnología, que nos ha permitido una gran eficiencia productiva, pero que sin duda nos demanda debates acerca de cómo modifica la dinámica en nuestra sociedad.

La conquista del espacio había sido inimaginado en nuestras mentes en aquel momento. Hoy en día, la conquista de la ciencia aparenta no tener límites, y la educación cumple un rol clave en romper estos límites, y en encontrar soluciones a los problemas globales de la humanidad, que aún no fueron resueltos y que la sociedad demanda.

ERAN NUESTROS HÉROES

Por Olga Schurig

Docente jubilada

El alunizaje fue impactante. Nos parecía increíble, algo que nunca iba a llegar a darse. Sentíamos miedo, pensábamos en que era imposible que lleguen, o en que no podrían regresar; era algo tan desconocido... Lo vivíamos día a día, estábamos pendientes. Y una vez que se confirmó la vuelta sentimos una alegría muy grande; eran nuestros héroes.

En aquella época vivía con mis abuelos, que eran de los pocos que tenían televisión en ese barrio de Tafí Viejo. Nos juntamos 10, 12 personas; todos pendientes del acontecimiento. Lo vivimos de una manera muy fuerte, nos parecía irreal; para nada pasó inadvertido. Eso significaba mucho, nos preguntábamos cosas. Y también en el colegio; todo el tiempo. Nos preguntábamos qué pasará, cómo será allá, qué encontrarán, si habría vida. Todas esas cosas.                                                                                 Mi abuelo había nacido en 1902; es decir, en 1969 él ya era grande. Y recuerdo que a todo el proceso le prestó más atención que nosotros. Nos sentábamos a la mesa y se hablaba de eso. Quizás ellos eran más conscientes de lo que se estaba viviendo. Para nosotros, quinceañeros, fue algo más alocado; pero debido a su edad, ellos lo vivieron de manera mucho más seria; les pegó más.

EL SUEÑO DE SER ASTRONAUTA

Por Horacio Brizuela

Bachiller universitario en Física

En julio de 1969 tenía 7 años; una edad en la cual la cabeza te vuela. Recuerdo que de niño veía dibujos animados en mi Jujuy natal. En especial, Astroboy, que viajaba por el espacio. También estaba fascinado con Yuri Gagarin (astronauta soviético, primer hombre en orbitar alrededor de la Tierra, el 12 de abril de 1961); era mi héroe máximo, el de todos.

Me fascinaba mirar la Luna. Mi regalo más preciado me lo dieron cuando cumplí 12 años: un telescopio, con el cual pude curiosear más. En mi casa de la niñez vivía un tío abuelo italiano, que tenía una radio con la cual escuchábamos por onda corta la BBC de Londres, con sus programas en castellano. Por ahí seguimos las primeras misiones Apolo. A mi fantasía se le sumaba el hecho de que el hombre realmente estaba viajando por el espacio. Nuestro sueño máximo era ser astronautas.

Mi papá era jujeño; pero mi mamá era tucumana, y mis abuelos maternos vivían en esta provincia, en Moreno al 100. El 20 de julio de 1969 estábamos de vacaciones aquí. Vimos el alunizaje en un televisor blanco y negro. Lo habían trasmitido por la noche, en diferido. Era tarde, yo hacía mi máximo esfuerzo por mantenerme despierto. Las primeras imágenes no eran muy lindas; con esas viejas cámaras los astronautas habrán tenido problemas de saturación.

Recuerdo que mi temor pasaba por si podrían despegar sin problemas y por si podrían acoplar el módulo lunar; si podrían regresar. Cuando llegaron y se hizo el desfile en Nueva York, nos sentíamos como que un poquito de todos nosotros había viajado a la Luna. Y a partir de eso pensábamos en que era fácil ser astronautas y llegar al satélite. Estábamos al margen del contexto de la Guerra Fría.

Con el tiempo me fui alejando del entusiasmo por la investigación espacial; primero porque comprendí que no iba a poder ser astronauta. Pero me di cuenta de que me gustaba la física. Y cuando se dio el boom de los superconductores, en Tucumán se inicia la disciplina de la física del sólido. Y comencé a especializarme en esa área, y como estudiante me sumé al grupo pionero.

Pero la llegada del hombre a la Luna me marcó fuertemente. Siempre mantuve el interés por lo que pasaba con el espacio. Seguí atentamente el desarrollo del telescopio Hubble, hice un curso de Astronomía con Alberto Mansilla (director del observatorio Astronómico de Ampimpa). Y también me convertí en un gran lector del género ciencia ficción.

COHETES  EN TARTAGAL

Por Miguel Ángel Cabrera

Ingeniero, doctor en Física de la Atmósfera, decano de la Facet

Mi papá se dedicaba a la geofísica; y toda la vida me incentivó el amor por la ciencia. Siempre me comentaba sobre la carrera espacial. Escuchamos el alunizaje por una radio de onda corta, en Tartagal, a la siesta. Trasmitían en castellano, pero pasaron la famosa frase de Neil Armstrong en inglés, y aunque no entendía ese idioma recuerdo claramente haberme emocionado. Fue extraordinario. 

Antes, entre 1967 y 1968, la UNT, la Universidad Nacional de La Plata, la Fuerza Aérea y la NASA realizaron en Tartagal misiones de vuelos para proyectos de Investigacion de la atmósfera superior terrestre. Docentes de la UNT diseñaban las cargas útiles de los cohetes “Nike Cajun”. Investigaban la aparición de capas esporádicas de ionización; eso servía para estudiar las propiedades de la Ionósfera para las telecomunicaciones. Ese programa ubicó a la Argentina entre los cuatro países del mundo que, por entonces, lanzaban cohetes.

Recuerdo que una estanciera trasladaba esos cohetes de aletas rojas, y quedé loco. Le pregunté a mi papá qué era la UNT; me respondió que se trataba de una universidad muy importante, y le dije que yo iba a estudiar ahí.

El proyecto espacial NASA motivó a muchos países a investigar, y volcó muchos jóvenes a la ciencia. La llegada del hombre a la Luna y aquellas investigaciones en Tartagal me marcaron fuerte para mi profesión. En esos tiempos quería ser astronauta; hoy, que me dedico a la formación de recursos humanos desde la docencia, considero muy importante que desde niños se despierte el interés por la ciencia.

Cuando llegué a la UNT como estudiante, en 1979, recibí los coletazos de aquel proyecto espacial. Mis profesores habían sido los responsables del aporte de la UNT. Carlos Boquete, por ejemplo, que trabajó en la NASA; pero también Roque López de Zavalía, Wenceslao Novotny y Jorge Bilbao. Y aunque no era docente, también estaba vivo el legado de Mario Acuña (falleció el 5 de marzo de 2009), un santiagueño recibido en la Facet que trabajó en la NASA y que diseñó un magnetómetro (mide la inducción de un campo magnético en una dirección determinada) que está instalado en la Luna. Esos docentes e investigadores marcaron mi vida.

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