Julio curó su corazón herido al convertirse en el papá de Lauti y Ramiro

Julio curó su corazón herido al convertirse en el papá de Lauti y Ramiro

“Ellos me eligieron”, resume el Doctor en Letras. Una gran historia de dolor, amor y superación.

DIA DEL PADRE. Julio junto a sus dos hijos y a su perro. DIA DEL PADRE. Julio junto a sus dos hijos y a su perro. LA GACETA/ ANALIA JARAMILLO

“¿Vos creés que yo los elegí a ellos? ¿No será que ellos me adoptaron a mí?”.

Julio Sal Paz (42) es enérgico cuando habla. Tiene siempre las palabras justas. A él le gusta decir que es un padre imperfecto. Pero su esposa, María Fernanda Pisentte (43), lo desmiente con la mirada. Los abrazos de sus hijos, Lautaro (12) y Ramiro (7), también dicen lo contrario. O, al menos, demuestran que en esta historia el amor supera todo. Es más fuerte que los errores, que el sufrimiento, que los golpes del pasado. Y los del presente.

Todo tiene una explicación. Julio la busca. La encuentra. Y la cuenta. Viaja con su memoria hasta 2003. En la primera salida con su ahora esposa, él le preguntó: si no podemos tener hijos, ¿vos adoptarías?

“¿Quién pregunta eso en la primera salida? Sólo yo podía hacer una cosa así”, evalúa Julio, Doctor en Letras e investigador del Conicet. Se comprometió con Fernanda. Iban a casarse en un año. Pero luego de recibir una oferta para irse becado a Alemania, salió corriendo a buscar a su novia y le propuso adelantar la boda. Ella le dijo que sí. La luna de miel fue en el colectivo hacia Buenos Aires, donde se despedirían. Iban a pasar nueve meses sin verse.

“Los dos deseábamos ser padres. Pasaron varios años hasta que Fernanda quedó embarazada. Y todo iba muy bien. Pero a los cinco meses, de repente, ella se sintió mal. La internaron de urgencia. Su vida corría peligro. Le tuvieron que hacer una cesárea. Así nació Julián. Era muy prematuro: pesaba 590 gramos. Sólo vivió 48 horas”, rememora. Hace una pausa. Traga saliva. Y sigue. Ese momento de tristeza también le trae a su memoria cuando perdió a su madre. Fue el nacimiento de su hermano menor. Le tocó crecer sin ella. “Pero por suerte tuve el mejor padre del mundo”, resalta.

Tras despedirse del pequeño Julián, sobrevinieron largos meses de tristeza. De idas al cementerio. De desesperanza. Julio sentía que junto a Fernanda debían dar vuelta esa página. Estuvo a punto de abandonar un doctorado, pero decidió terminar la tesis y concursó para conseguir una beca en España. Se fueron un año. Cuando volvieron, en 2011, tomaron la decisión: se inscribieron para adoptar un hijo. O varios. Porque en el casillero que decía “hermanitos” ellos habían dado el ok.

El llamado

Octubre de 2012. Julio, que está en la Facultad trabajando, recibe un llamado. Camina apurado. Va en busca de Fernanda. Le cuenta que la jueza los ha citado para el viernes. Y ahí están, los dos juntos, ansiosos. “Nos explicó que eran dos hermanitos, uno de cinco años y el otro de siete meses. Nos daba tiempo para pensarlo. Nosotros nos miramos, dijimos que no había nada que pensar, y la jueza se largó a llorar”, reconstruye. El llanto de la magistrada tenía una explicación: el mayor de los niños pronto iba a cumplir seis años y a esa edad abandonan la Sala Cuna para pasar al Hogar Eva Perón. Por un lado, se separaría de su hermanito y, por otro, se volvería más difícil que alguien quisiera adoptarlo (en general, los adoptantes no quieren chicos más grandes).

¿Cómo fue el día que se conocieron? Lleno de miedos e incertidumbre ante esa paternidad repentina y compleja, Julio llegó a la Sala Cuna acompañado por su esposa. Lautaro apareció bailando Wachiturros y lo primero que dijo fue “él es mi hermanito y se llama Ramirito”. “En el acto pegó onda conmigo. Él había tenido una imagen materna hasta muy poco antes. Por eso fue más fácil entablar un vínculo con una figura que no tenía, la paterna. Con mi señora fue un proceso de adaptación mucho más difícil”, cuenta.

Conocer la historia de Lauti les desgarró hasta el alma. Había estado muchos años con su mamá, pero en situación de calle. “Había pasado demasiadas cosas. Todavía hoy me duele su pasado”, reflexiona Julio, sentado en la mesa del comedor de su pequeño y acogedor departamento. Es menudo e inquieto. Prepara café. Abre la ventana. Prende un cigarrillo (“uno de estos días voy a dejarlo”, promete).

Julio y Fernanda estaban dispuestos a cambiar la historia de estos hermanitos. Después de dos semanas, se los llevaron a casa. Nada fue fácil en este camino recorrido. “Lautaro tenía plena conciencia de lo que pasaba”, destaca.

¿Quién adoptó a quién?

“Al día de hoy, Lautaro tiene muchos recuerdos. Posee una memoria prodigiosa. Surgen preguntas y uno le va respondiendo, como puede. No hay un manual. Siempre voy con la verdad. A él le costó adaptarse y a nosotros también, sobre todo a mí me costaba poner límites: confundía darle amor con darle todo. Con el tiempo aprendí que amar es educar y eso implica poner límites… eso es propio de ser padres, no sólo en la adopción”, reflexiona Julio Sal Paz.

Momentos difíciles surgen todo el tiempo. A Julio no le gusta ver a sus hijos tristes o enojados. Como a Lauti le cuestan las separaciones, restringió los viajes a congresos y dejó las horas extra. Ahora, dedica las tardes por completo a los chicos: con Fernanda (que trabaja en un estudio contable) se reparten para llevarlos a las psicólogas, psicopedagogas, terapista ocupacional y fonoaudióloga. A uno de los chicos le diagnosticaron síndrome de Asperger y al otro Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. “Tuvimos que adaptarnos a esta realidad. Ellos me necesitan y son mi prioridad”, dice sin darle demasiadas vueltas al asunto.

Familia ampliada

En esta historia de adopción hay una situación muy linda que Julio y Fernanda supieron aprovechar. Y, sin querer queriendo, ampliaron la familia. Un día descubrieron que otro matrimonio había adoptado a dos hermanitos de Lautaro y Ramiro, una nena y un varón. Se encontraron y decidieron que los chicos tuvieran un contacto frecuente: se ven una vez al mes y siempre se invitan para los cumpleaños.

Mientras habla, de fondo se escucha a su hijo Ramiro reírse, gritar, cantar. Cada tanto aparece, lo abraza y le saca el celular para jugar. Se trepa por las paredes y habla hasta por los codos. Cerca de las 13, a pocos minutos de que llegue Lautaro, sale a esperarlo. Entonces, Fernanda aprovecha su ausencia para describirlo como el mejor padre del mundo, cariñoso y demostrativo.

Han pasado casi siete años desde que su vida cambió para siempre. “Alguien llegó a decirme: ¡mirá en lo que te metiste! Me metí en lo más hermoso del mundo. Claro que es difícil. Pero soy el agradecido en esta historia. Porque aprendo todos los días de ellos. Del más pequeño, la alegría, el desenfado. Del más grande, que todo es posible en este mundo. Que ellos me hayan aceptado en sus vidas es el regalo más grande; no hay nadie que me quiera como ellos”, resume Julio. Y antes de despedirse, repite la pregunta: ¿ya sabés quién adoptó a quién?

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