Peronismo para todos… y todas

Peronismo para todos… y todas

Contar con una pócima de PJ es condición necesaria, pero no asegura gobernabilidad. Por Sergio Berensztein - Politólogo

02 Mayo 2015
“En este país, el único que puede gobernar es el peronismo”. La frase puede escucharse en un taxi como en una mesa de café, en un programa televisivo de análisis político o entre señoras que esperan en una peluquería. ¿Es correcta? 

Por un lado, habría que dejarse vencer por la evidencia. Con la crisis de 2001 se reconfiguraron los espacios políticos. A partir de entonces, frente a situaciones como la de la UCR, que experimentó un debilitamiento extraordinario, el peronismo se convirtió en la única gran estructura vigente. En estos años han surgido nuevos partidos, coaliciones y frentes, pero siempre con la barrera de no lograr el crecimiento necesario para opacar al peronismo, en términos de aparato, eficiencia y presencia en todo el país. Por otro lado, la experiencia histórica nos deja otra enseñanza inquietante: el peronismo asegura un umbral mínimo de gobernabilidad. Ciertamente, pueden encontrarse excepciones como el fin abrupto del breve interinato de Adolfo Rodríguez Saá en plena crisis de 2001 o el adelantamiento de las elecciones dispuesto por Duhalde tras los asesinatos de Kostecki y Santillán, en junio de 2002. Pero comparando con la secular dificultad que tiene la UCR para asegurar la estabilidad política (el último presidente de ese partido en terminar su gestión en los plazos establecidos por la Constitución fue Marcelo T. de Alvear en 1928), sin duda el peronismo se convirtió en una garantía de resiliencia en el poder. Sin embargo, esto no significa que despliegue una forma de administrar el poder que promueva un alta calidad institucional: quedan asignaturas pendientes, y puede incluso argumentarse que la decadencia institucional, perenne en la Argentina, se deterioró aún más en los últimos 12 años.

Mucho más atentas a la parte que les habla de “gobernabilidad” que a las que les advierte sobre la “falta de calidad institucional”, las fuerzas políticas más importantes que están entreveradas en el proceso eleccionario de este año, muestran una fuerte dosis de peronismo. En dos de los casos, el análisis se manifiesta evidente: en el Frente para la Victoria (FpV), encabezado por Daniel Scioli o eventualmente por Florencio Randazzo, se sigue referenciando con los principales dirigentes del peronismo oficialista, mientras que en el recientemente creado Unidos por una Nueva Argentina (UNA), Sergio Massa alió fuerzas con el gobernador cordobés José Manuel de la Sota se agrupan los peronistas de corte disidente y federal.

Pero el Pro, liderado por Mauricio Macri, también exhibe dosis cada vez más potentes de peronismo. Una de sus incorporaciones más rutilantes fue la de Carlos Reutemann, hombre de corte justicialista tradicional que, incluso, suena fuerte para quedarse con algún cargo relevante (¿vicepresidente?). Por otro lado, el Pro también se muestra seducido por la figura de Rogelio Frigerio, un desarrollista que, fiel a la tradición, siempre estuvo cercano al peronismo y que, como otros dirigentes, fue funcionario durante la presidencia de Carlos Menem. A la vez, Macri viene demostrando una cómoda afinidad con los valores representativos del peronismo más tradicional. Tal vez lo hace para demostrar que está lo suficientemente maduro y pragmático para “hacer lo que haya que hacer” con el objetivo de llegar a la presidencia y mantenerse en el poder. Se lo vio como pez en el agua en la reciente reunión con los representantes del sindicato del transporte. A la salida, Roberto Fernández, secretario general de la UTA, selló una frase memorable sobre el líder del Pro: “lo vi más peronista que a muchos peronistas”. ¿Lo habrá dicho por la Presidenta? ¿tal vez por Scioli? ¿Lo que para Fernández fue un halago, será percibido del mismo modo por la mayoría de sus votantes? No conviene asociar automáticamente el amarillo del PRO con el modelo sindical que tiene su líder en mente. 

Si algún científico se hubiera tomado el trabajo de inventar el peronómetro, hubiese estallado en ese preciso instante. De hecho, esas palabras resultaron tan incómodas y dolorosas en el seno del oficialismo que hubo que salir a buscar declaraciones que contrastaran con esa fascinación corporativista entre el capital y el trabajo, con un futuro hombre de Estado como prudente mediador. Así, Norberto Di Próspero, de la Asociación del Personal Legislativo, hombre afín al pensamiento K, se apresuró a calmar el dolor de las huestes gubernamentales y dijo que ni los gremios del transporte ni Macri en persona tienen nada que ver con el movimiento justicialista creado por el General Perón. Negarle integridad y legitimidad al otro es también un rasgo identitario muy profundo del ADN justicialista.

Así de determinante parece ser el ingrediente “peronismo” en la gastronomía eleccionaria 2015. Sin embargo, esta búsqueda desesperada por la “pata peronista” en los espacios políticos no es nueva. Algunos ejemplos de esta transición a la democracia sugieren que si bien olvidar salpimentar con peronismo una coalición puede atentar contra la gobernabilidad, incluirlo en dosis homeopáticas tampoco es demasiada garantía. Raúl Alfonsín recurrió sin demasiado éxito a Carlos Alderete para intentar apaciguar, como su ministro de Trabajo, las presiones salariales antes de la derrota electoral de 1987. Por su parte, la Alianza contó con Carlos Chacho Álvarez como un supuesto cable a tierra en ese sentido, pero le salió el tiro por la culata: fue su renuncia al cargo de vicepresidente lo que comenzó a debilitar el liderazgo de Fernando de la Rúa, que terminó abandonando la Casa Rosada en helicóptero. Evidentemente, contar con una pócima de peronismo es condición necesaria, pero de ningún modo suficiente para garantizar la gobernabilidad. 

¿Se tratará de una cuestión cuantitativa o bien cualitativa? ¿De cuánto peronismo se incorpora o de quiénes son los elegidos, o los elegibles, para fortalecer una determinada coalición que pretenda gobernar la Argentina? Seguramente Macri y sus alquimistas están tratando de descifrar este enigma. En esta variada degustación de peronismos nos queda entonces: el populista-continuista que, al menos hasta ahora, representa Daniel  Scioli; el republicano-federalista, habría que dejar decantar este experimento para determinar en qué se convierte UNA, el nuevo acuerdo entre Massa y De la Sota; y el del PRO, más limitado, pragmático y de centro, asociado de cierta manera a un post menemismo que “no baja (al menos todas) las banderas”.

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