Control y poder

Control y poder

Con su hijo Máximo y Axel Kicillof, Cristina Fernández busca más coherencia política, pero la trastorna la economía. Por Hugo E. Grimaldi - Columnista DyN.

05 Octubre 2014
“Aunque esto es una locura, sin embargo hay un método”, describía Polonio el proceder del príncipe Hamlet, cuando éste iba rumbo a la tragedia. Hay que apuntar que la lógica isabelina asumía que a cada trastorno del orden natural le seguían después desastres imparables. Citar nuevamente a Shakespeare y a su tiempo, es ineludible, porque 400 años después, bajo el influjo macbethiano de la palabra “traición”, aplicada a todos los que no siguen sus designios, mientras acusaba “al Norte” por algún eventual atentado y en medio de un desborde emocional victimizatorio, el huracán Cristina acaba de desplazar todo el mobiliario de un solo golpe. Así, la escena del país que se viene, una vez más se dio vuelta como una media.

En aquel flamígero segundo discurso del martes pasado (fueron cuatro intervenciones en más de dos horas), en muchos sentidos “histórico”, tal como lo calificó la TV Pública en sus zócalos, la Presidenta no sólo humilló cuatro veces a Juan Carlos Fábrega -vieja amistad de su marido a quien ella misma puso en el BCRA-, sino que acomodó la situación del Gobierno al nuevo marco de pelea constante que imagina que es su gran amuleto para conservar intacto el poder durante el último año que pasará en la Casa Rosada.

Esta realidad así descripta es peligrosa al máximo, porque empujar la primera ficha del dominó es cuestión de un instante, pero el vigor creciente que viene desarrollando la Presidenta podría llevar la situación hacia un caos incontrolable, sobre todo en tiempos de recesión, pérdida de empleos, mayor pobreza, inflación, deterioro del salario, atraso cambiario, etcétera.

La supervivencia

Para un primer análisis político, el nuevo escenario se torna francamente coherente con los propósitos de supervivencia de un gobierno que viene en barranca. No existe más aquella escena de los “cinco fantásticos” (Guillermo Moreno, Axel Kicillof, Hernán Lorenzino, Mercedes Marcó del Pont y Ricardo Echegaray) acorralados ya en mayo de 2013 por la necesidad de dólares, cuando anunciaron el luego fracasado blanqueo de capitales. Aunque se miraban de reojo, aquella pretensión de fortaleza de equipo para domar la economía, ha quedado convertido por decisión de Cristina Fernández en un monocomando a cargo de Kicillof, hoy el número dos del país.

Hay un método, es evidente, aunque desde ahora y más que nunca, habrá que monitorear la dinámica de la crisis económica, por aquello de las tragedias asociadas a las rupturas. Una cosa es la consistencia y otra son los peligros de desborde o de rigidez extrema.

En este punto, hay que advertir que la concepción del poder tan metida adentro que tiene Cristina vive presa de un tabú que se ha tornado más grave desde las elecciones legislativas de medio tiempo que perdió hace un año, cuando cayó en la cuenta que aquel 54% de los sueños no existía más. Un gobernador le contó a DyN que la Presidenta no quiere que jamás nadie le cuelgue el mote de “pato rengo” y que su acción de fortaleza permanente es esencialmente para eliminar ese dato de la realidad.

“Ni helicóptero, ni renuncia al ballotage, eso no va a pasar. Es más simple: el miedo contra el que lucha es que se la perciba débil. Quiere tener juego propio hasta el último día y, probablemente, armarse un futuro, quizás como jefa de la oposición”, desgranó alguien que la conoce desde hace años. Según refirió, Cristina “odia” en su interior esa expresión estadounidense para calificar a los presidentes que entran en sus dos últimos años de mandato sin posibilidad de reelección y que se tienen que dejar llevar por el viento de lo que vendrá. Según esta lógica, la Presidenta nunca podría mostrarse endeble y por lo tanto, inventará nuevas murallas para protegerse y para mostrarse como activa dueña de la agenda. Desde hace mucho, en la toma de decisiones del Gobierno parece que ya no pesa el colectivo y esa es la diferencia entre un político de raza y un estadista.

Hoy, la metodología que adoptó Cristina es la de alinear lo ideológico alrededor de la “juventud”, aún a riesgo de dejar afuera a medio peronismo, para resistir desde su trinchera que se sigue llenado de militantes.

Por eso, el desembarco político de La Cámpora en todos lados y la explicitación de que su hijo Máximo es el líder, junto a la obsesión por colocarlo en Buenos Aires junto a Patricio Mussi, intendente de Berazategui, a quien no se cansa de halagar, mientras que, en simultáneo, se regodea con la presencia y las ideas de Kicillof .

Justamente, el ministro ha sido el gran protagonista en las sombras de la desestabilización de Fábrega, para acometer el zarpazo contra el Banco Central. Fue Kicillof quien hizo trabajar a varias agencias del Estado para armarle una carpeta con acusaciones de mala praxis profesional, de connivencia con banqueros y hasta por sus relaciones familiares y, como siempre sucede en estos casos, finalmente no importa si lo que dice el dossier es verídico, sino que convenza a quien hay que convencer. La Presidenta se mostró más que convencida, casi indignada, hasta por situaciones que la dejaron mal parada.

Fábrega había ido a aplaudir, como el que más, y quedó en una encerrona patética. Si bien las críticas que partían de Economía hacia el BCRA se centraban en cuestiones monetarias y fiscales (suba de tasas y emisión), las menciones presidenciales se apartaron de esos temas. Quedó claro que a la Presidenta le habían ido con chismes. Dejó a Fábrega a la vista de todos y con una única salida digna: la puerta.

Una de las referencias presidenciales fue en relación a expedientes abiertos a entidades financieras y cambiarias por infracciones, cuyas multas no fueron pagadas aún, situación que ya el Gobierno conocía desde los tiempos del Marcó de Pont y sobre la que nadie había hecho nada.

Las veladas referencias a la ilegalidad sonaron claramente a celada para Fábrega, cuando en realidad debería haber caído en la volteada Vanoli y la CNV que, como se explicó, es la controladuría natural de los agentes de Bolsa. Habrá que ver qué hace el nuevo funcionario cuando los abogados de la autoridad monetaria le adviertan que, ante la decisión de conseguir pesos hasta fin de año como casi única manera de financiamiento, los pedidos del Tesoro han vulnerado todos los límites legales de la emisión o que el patrimonio de la entidad se ha transformado en negativo.

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