Un escritor aventurero cuyo epitafio se canta en Samoa

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24 Junio 2014
“Pronto se izaron las velas, que comenzaron a hincharse suavemente con la brisa, y las costas y los buques empezaron a desfilar ante mis ojos de uno y otro lado, de tal manera que, antes de que hubiera ido a buscar en el sueño una hora de descanso, ya La Española había zarpado gentilmente, empezando su viaje hacia la isla del tesoro”.

Así comienza una de las novelas de aventuras más famosas de la Literatura: “La isla del tesoro”. Su autor, el británico Robert Louis Stevenson (1850-1894) fue una celebridad en vida, pero tras el auge de la literatura moderna después de la primera Guerra Mundial, pasó a ser considerado un escritor menor. A partir de entonces se lo recordó casi exclusivamente por sus dos obras más famosas: “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” y “La isla del tesoro”. Tal vez por esta razón se lo confinó injustamente al género de terror y al de aventuras para niños, olvidando el resto de sus obras. Jorge Luis Borges, en cambio, lo tenía como escritor de cabecera y en sus famosas clases de Literatura Inglesa en la Universidad de Buenos Aires, solía dedicarle charlas exaltadas. Por fortuna, en las últimas décadas, comenzó a gestarse un proceso mundial de reevaluación de Stevenson, hecho que poco a poco está permitiendo que el público lo descubra no sólo como el gran escritor que fue, sino también como humanista y pensador. Sumergirnos en la lectura de sus textos es, tal vez, uno de los mayores placeres que nos ha dado la Literatura.

La pasión, la sabiduría, la fuerza creativa, la habilidad para proponer intrigas y el colorido se nos entregan en la hora de nuestro nacimiento y no pueden ser ni aprendidos ni simulados”. (Nota sobre el realismo)

Stevenson nació en Edimburgo, pero a raíz de su tuberculosis comenzó a viajar por toda Europa en busca de climas más apropiados. Tras conocer a la que sería su esposa, Fanny Osbourne, se trasladó a Estados Unidos, donde pasó una temporada en Nueva York. En 1888 emprendió, junto con su familia, su ansiado viaje por el Pacífico y, después de vivir en diversas islas durante breves períodos, se estableció definitivamente en Samoa, donde adoptó el nombre de Tusitala, que quiere decir “el contador de historias”.

Stevenson fue muy querido por los habitantes de las islas. Tras su muerte, a los 44 años, la inscripción de su tumba se tradujo al samoano y se convirtió en una canción de duelo que todavía se canta en Samoa:

Bajo el inmenso y estrellado cielo, / cavad mi fosa y dejadme yacer. / Alegre he vivido y alegre muero, / pero al caer quiero haceros un ruego: / Que pongáis sobre mi tumba este verso: / “Aquí yace donde quiso yacer; / de vuelta del mar está el marinero, / de vuelta del monte está el cazador”. (Epitafio de la tumba de Stevenson)

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