El saqueo empezó mucho antes que la crisis policial

El saqueo empezó mucho antes que la crisis policial

Antes de asumir, Alperovich hizo derogar el sistema de los DNU, convirtiéndose en el supremo hacedor de leyes. Ahí comenzó el atropello a las instituciones.

La muerte plural golpeará su conciencia hasta el día de su propia muerte. Vaya donde fuere. Nunca podrá desprenderse de ese ominoso recuerdo acusador, del cual es el principal responsable, como lo calificó la Iglesia. Fue su sepulcro político. De los 14 difuntos que dejaron los saqueos en la Argentina, Alperovich tuvo el triste honor de aportar dos tercios. Y algunos más, según los últimos indicios. Él lo hizo. En cualquiera otra administración hubieran saltado, al menos, los responsables del área de Seguridad. Nadie se hizo cargo de los muertos. El César no tocó a nadie, como si nada hubiera ocurrido.

Si hubiera dispuesto castigos, debería haber defenestrado a Jorge Gassembauer, improvisado ministro del ramo. A más de amigo íntimo, consejero y acompañante infaltable de sus viajes al exterior, es conocedor profundo de los secretos de Estado y algo más. Ergo, un intocable. La mayoría regimentada de la corporación oficialista, en la última sesión del año, se negó a que el funcionario fuera interpelado. Por ese atajo avaló su desempeño durante los saqueos y quedó bien con el patrón. La nave alperovichista, en los días de locura, navegó al garete y sin capitán, a merced de vientos huracanados de caos y de terror, y con la gente en total indefensión.

¡Qué contraste con el desempeño de Fernando Riera! En una similar situación, con las tropas federales listas para atacar a los insurrectos, en 1983, fue en persona, sin custodia, a hablar con ellos. Con su autoridad moral y su voz apenas audible, dialogó y desarmó el alzamiento. Salió aplaudido por la policía, como recordó LA GACETA días atrás.

En Tucumán, el saqueo institucional comenzó mucho antes que los derivados de la última insurrección policial. Fue mucho más grave que ésta, porque mellaron la esencia misma del sistema democrático. En el final agónico del gobierno de Miranda, en 2003, Alperovich acordó con su padre putativo derogar la ley que determinaba que todo Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) debía contar con el expreso aval legislativo para su vigencia.

Yo, José, hizo eliminar ese mecanismo por la aprobación ficta, o sea, los DNU cobraban legalidad por la mudez del Parlamento. Fue el mojón del saqueo a las instituciones de la democracia y dejó en evidencia el autoritarismo del naciente César, acentuado con el tiempo. Así, se coronó a sí mismo como supremo hacedor de leyes, con prescindencia de la Legislatura.

De la larga lista, el saqueo mayor y más notorio fue el tercer mandato, sacado por imposición de Alperovich con pagos por debajo de la mesa a los convencionales. El penúltimo día de sesiones, sin la oposición en el recinto, llamativamente se aprobó esa yapa impura, que le permitió petrificarse en el poder. Idéntica usurpación pretendió consumar el santiagueño Gerardo Zamora con el cuento de que el primer período era inexistente. Remedaba a Alperovich con papel carbónico. La Corte Suprema Nacional declaró inconstitucional la intentona. En un acto de nepotismo -rudimentario y vergonzoso, pero legal-, instaló a su esposa. Como antes con Carlos Juárez y su cónyuge Nina Aragonés, Santiago del Estero es gobernada por un matrimonio, desde la alcoba: en piyama él, ella, en camisón y los dos en pantuflas. Delicias de la era K, ya conocidas.

¿No fue, también, un saqueo escandaloso el vaciamiento de los partidos políticos con la música de la billetera oficial? A la vez, implantó un perverso sistema electoral con la deformada Ley de Lemas, primero, y después con los acoples. Con éstos, se desconoce la voluntad primigenia del votante, resultando electo quien no fue elegido por el sufragante. Sin frenos morales, el alperovichismo infeccionó todo, metiéndose desembozadamente en la Justicia y hasta en la UNT, a la que quitó el canal de televisión, convirtiéndolo en una fuente de alabanzas agobiante. Hoy, la Casa de Terán es más un comité político que un ámbito de estudio e investigación. También, se inmiscuyó en las organizaciones sociales y los gremios. Últimamente, pretendió, junto a su cónyuge, elegirle el senador nacional a la UCR.

Qué fue, si no un saqueo a las municipalidades, el despojo de su autonomía y de su autarquía financiera, so pretexto del Pacto Social para garantizar el pago de salarios y realización de obras. En el fondo, someter a los intendentes a los designios del zar. Acaba de darles otra vuelta de tuerca. Los municipios cedieron su coparticipación secundaria, a cambio de crocantes rupias, cuyo monto se fijaba anualmente. Ahora, es mes a mes. Con la barca hundiéndose, la medida es un apriete abierto ante la crítica situación económica. Él es el intendente de todos los municipios. Hizo, hace y deshace. Con el reclamo del 35% de aumento para todos y todas, la pedrea alcanza su sayo. Los empleados municipales y de las comunas descargarán su bronca en él, no en los intendentes. Nos quieren convertir en rehenes, bramó el mellizo Orellana en la última sesión legislativa.

El saqueo llegó a su punto culminante con la extorsiva política tributaria que aplicó Alperovich desde el vamos, con el derroche de fondos públicos. En 10 años, nombró 25.000 agentes y no generó ninguna obra real para el desarrollo. Tucumán carece de agua, por ejemplo. Su imaginación se agota en la creación de más y más gabelas, ya por revalúo o el impuesto inmobiliario, exprimiendo los exangües bolsillos de los tucumanos. Jamás se le ocurrió disminuir el gasto público. Mantiene un ejército de zánganos, cuyos despachos son sus propios zapatos. Cobran por servicios que no prestan.

En la década de desgobierno recibió nada menos que $ 80.000 millones. Sin embargo, mantiene la provincia en emergencia económica desde que asumió. Su política económica se limitó a extender la mano, como un mendicante, a la espera de dádivas y el perdón de la Nación. El grifo comenzó a cerrarse y vienen tiempos difíciles. La ejecución de obras públicas es lo primero que se tijereteará. La teta del cristinato está agotada.

En esa retahíla de saqueos, desde el poder, está el caso emblemático de “los jubilados de la Plaza”. Desde hace milenios claman por el 82% móvil, prometido y nunca pagado. La muerte los va sacando de la cancha y el jefe mira al sótano. Un ícono de la corrupción, equivalente a saqueo, fue la construcción de la sede legislativa, cuyo costo real es un misterio. Igualmente, figura la ejecución de dos hoteles cinco estrellas: uno, frente al Parque 9 de Julo; el otro, en el demolido Mercado de Abasto. Por ley (¡oh!) se adjudicó a dos empresas, separadamente, en condiciones negativas para la provincia. Otro tanto ocurrió con la explotación por medio siglo del centenario Savoy Hotel. La eliminación de las licitaciones públicas -otro botón del saqueo- fue obra de Alperovich, que las transfiguró en una obsolescencia antidiluviana.

El oprobioso crimen de Paulina Lebbos -impune aún a casi ocho años-, se fagocitó ya a dos ministros y a un fiscal, Carlos Albaca. Este blindó la causa en su despacho larguísimo tiempo, sin ningún avance. Acaba de pedir su jubilación cuando se formuló el juicio político en s contra.

El padre de la víctima focalizó en el funcionario al responsable N° 1 del encubrimiento. Una colega, Marta Jerez, a pedido de la Corte Suprema, elaboró un informe por su desempeño en el caso de marras. Es de contenido vitriólico. Seguramente, el zar no demorará en acordarle el beneficio, que le corresponde por ley. Gozará, muy orondo, del 82% móvil, sin impuesto a las ganancias. No vivirá las penurias de Herrera Molina, ni de Piedrabuena.

¿La de Alperovich, fue una década ganada, perdida, desaprovechada o despilfarrada? Vergonzosa sería la definición que más le cabe. Qué otra cosa significa una democracia vaciada y el avasallamiento a los otros poderes del Estado, con una corrupción enraizada profundamente en el aparato estatal. Yo, José, encarnó -en edición empeorada-, la resurrección del unicato de más de un siglo atrás.

Sustituyó el sistema republicano, con una sin igual concentración de poder y el manejo omnímodo de la provincia. Reformó la Constitución en su exclusivo beneficio, convirtiéndose en el único tucumano con tres períodos de mandato consecutivos. No fue un gobernante mesurado, prudente y respetuoso de la ley, sino la antítesis.

Así, sacó la reforma constitucional, con el propósito de quedarse para siempre en la Casa de Gobierno. La dura realidad tiene su propio decurso. Contra ella se estrelló Alperovich en días recientes. Quedó, políticamente, muy debilitado. Por delante, le resta todavía una gestión llena de acechanzas en cada recodo del camino. Patético final para quien soñó con la eternidad en el poder.

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