Señas de identidad
Se sabe, un determinado conjunto de valores, símbolos, creencias, historias, pertenencias y hechos diferenciales, lenguas, prestigios, educación, ascendencias y costumbres generan las señas de identidad de una sociedad o identifican de manera evidente a un país, una región, una provincia. El estudio de la historia nos ha facilitado información de pueblos, sociedades, naciones con identidades claramente definidas; y, obviamente, también conocemos la importancia de las influencias, las conquistas, las diversidades, los cambios económicos, políticos y culturales en la modificación de los perfiles. La Argentina, marcada en el siglo XIX por la inmigración europea, ha ido modificando su matriz identitaria; lo que somos es producto de muchas manos, de cambios violentos, de un entramado social complejo, de haceres y deshaceres económicos y políticos. En un punto parecidos a muchos; en otros, distintos; la nacionalidad ha unificado pareceres, rumbos y señas; la globalización ha tenido la aparente virtud de igualar modelos, modas y otras cosas; la sociabilidad ha unido tratos y maneras de entenderse. Algo más que "un lugar en el mundo", la identidad son muchas cuestiones, realidades y perspectivas.

Hasta en el fútbol se debaten propuestas y estilos de jugar: con ciertos jugadores y técnicos la personalidad futbolística de un equipo entusiasma o molesta. Hoy, en el Barcelona del "Tata" Martino se abrió una discusión respecto de si está respetando las señas que el "barsa" ha ido definiendo desde hace una punta de años.

En la Argentina la construcción de las identidades regionales y la importancia de pertenecer a determinado espacio, economía y cierta sociedad ha sido una cuestión que ha merecido el estudio y el debate intenso de generaciones de intelectuales, pensadores, políticos y actores sociales. Aquí, se ha trabajado y estudiado sobre las señas de identidad de los tucumanos: el conjunto de activos (y pasivos) históricos, riqueza y pobreza, valores sociales-económicos, tradicionales y culturales que nos harían jerarquizar la pertenencia o diferenciar del resto. Pero, realmente ¿las tenemos? o bien, ¿cuáles serían? ¿Cuál sería el mayor valor del patrimonio que nos distinguiría? Lejos de las urgencias que impone la coyuntura, un debate de este calado bien podría servirnos para afirmarnos en lo que estamos, descubrir lo que falta y proyectarnos hacia un determinado rumbo para sentirnos más seguros y comprometidos como gentes y sociedad. La autocrítica debería ser otro activo clave.

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