El heroísmo de los justos
Una milenaria creencia judía sostiene que la humanidad siempre reposa sobre el alma de 36 hombres justos -los Lamed Wufniks- que no se conocen entre sí, pero que secretamente sostienen al mundo. El mismo Jorge Luis Borges habla de ellos en su "Libro de los seres imaginarios". Dice, por ejemplo, que si alguno de estos hombres rectos descubre por casualidad su condición, muere inmediatamente y otro -tal vez en algún remoto país del orbe- toma su lugar. Son, por decirlo de alguna manera, los pilares secretos de nuestro universo. A tal punto que, si no fuera por ellos Dios aniquilaría al género humano con un simple chasquido de dedos. Se dice que son extremadamente modestos, humildes y bondadosos; como salvadores invisibles. Su heroísmo es tan sigiloso que casi nadie lo advierte. Sin embargo, su eficacia puede ser colosal; tanto, que la sola cadencia de sus actos alcanza para establecer una frontera entre el cielo y el infierno. En su poema, Borges enumera un censo breve de los justos: quien cultiva un jardín, quien juega tranquilamente con un amigo al ajedrez, quien lee junto a la persona amada el final de la Divina Comedia, quien acaricia a un animal dormido, quien compone escrupulosamente la tipografía de una página, quien agradece que existan la música y los libros de Stevenson, quien prefiere que los demás tengan razón

Ahora bien, si esta tradición talmúdica es real y Borges está en lo cierto... ¿habrá algún Lamed Wufnik cerca nuestro? ¿Existirán hoy esas personas cuya sola existencia nos justifica ante Dios? Y si existen... ¿cuántos habrá aquí, en Tucumán? ¿Serán dos o cuatro? ¿Serán diez o 20? ¿Serán más de 36? Probemos... hagamos un esfuerzo para encontrarlos. Agucemos la mirada... Tal vez la persona que todas las noches salva al mundo está durmiendo por estas horas en el cajero de algún banco; o quizás se encuentra internada en algún hospital de la provincia. A lo mejor ese ser humano virtuoso está al frente de un aula en alguna de las olvidadas escuelas públicas de esta provincia, intentando enseñar en medio de la barbarie cotidiana y del abandono de las autoridades, que sólo aspiran a gobernar en un país de asnos. Esa persona que abre con cuidado una puerta, o que baja la voz para no molestar, o que cede el paso a un desconocido, o que ayuda a un ciego a cruzar la calle, o que cobija a un niño abandonado está mejorando la vida de todos. Quizás el Lamed Wulfnik del Talmud sea aquel viejito tembloroso que no consigue hacerse oír y que recibe apenas unas migajas para seguir existiendo; o el médico que se esfuerza por cumplir su misión sin importar el dinero o el poder... Hombres justos... seres dignos. No es nada sencillo encontrarlos, pero seguramente andan por ahí, a la vista de todos y, como en "La carta robada" de Edgar Allan Poe, invisibles en su visibilidad. Salvándonos del fin.

Qué bueno sería entonces reconocer que, aunque la injusticia, la corrupción, la violencia, la pobreza, la incultura, el hambre y el maltrato asuelan nuestra provincia, hay al mismo tiempo personas honestas, con la cabeza bien puesta y un corazón enorme que equilibran la balanza; hombres y mujeres que no tiran la toalla y siguen, pese a todo, firmes en sus particulares trincheras. Son seres callados y anónimos, como lo es siempre la generosidad auténtica. No son protagonistas de noticia alguna, no aparecen en los diarios ni se muestran impunemente en la televisión; tampoco firman columnas como esta, ni desnudan sus vidas en Facebook. Sin embargo, si nuestra mirada fuese un poco más sutil y -tal vez- más limpia, podríamos por un instante percibirlos y dejarnos ensanchar un poco el alma con sus ejemplos. Están ahí. ¡Seguro que están! No sabemos sus nombres, pero están. Y tal vez usted, lector, sea uno de ellos.

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