Y al final del camino, muerte y gloria

Y al final del camino, muerte y gloria

Cargá todo lo que puedas y llevátelo: la ropa que tanto cuidás, los libros invalorables (por lo menos para vos), los muebles que te costó comprar... Todo. Si tenés un negocio, hacé lo mismo con los productos que hasta ayer vendías. Porque a lo que no puedas embalar lo vas a tener que destruir ¿Tu familia vive del campo? Cosechá ya mismo -si, aunque no sea el momento propicio- o prendele fuego. Y a los animales que no alcances a arrear, matalos. Cuidado: si te negás a cumplir con esta orden te espera el pelotón de fusilamiento.

Cuando hayas terminado de guardar o romper todo, andate, dejá esa casa en la que proyectaste tu sentimiento de pertenencia y el de tu familia; soportá las lágrimas espantadas de tus hijos y animá a tus padres, que a esta altura de la vida prefieren dejarse morir antes que soltar sus paisajes, los pequeños hábitos cotidianos y sus difuntos.

Marchá hacia el sur envuelto en la polvareda irrespetuosa de agosto. Y aguantá en silencio esa mezcla venenosa de melancolía por la tierra abandonada y de vergüenza por saberte huyendo. No te olvides de que el camino largo no va a terminar con una cama limpia para dormir las penas. Concluirá en un campo de batalla. Pero eso es bueno: será la oportunidad ideal para mirar de frente a esos enemigos que te venían siguiendo con ganas de acuchillar rezagados. También será un buen momento para morir.

¿Te imaginás que hoy llegue una orden como esta a tu casa? Aunque parezca inverosímil, algo así ocurrió hace 200 años. Y llenó de gloria a los jujeños.

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