Vargas Llosa defendió su libertad para criticar

Vargas Llosa defendió su libertad para criticar

Evitó confrontar con el Gobierno y mantuvo su discurso contra los censores, escudado en la riqueza y la sensibilidad que regala la lectura. El Nobel peruano agradeció a la Presidenta por haber impedido el veto a su presentación. Un millar de oyentes en el Palacio Frers.

DEFINICIONES. Vargas Llosa apuntó que los gobiernos que se sienten dueños de la verdad son nocivos para los libros. Lo escucha Jorge Fernández Díaz. NA DEFINICIONES. Vargas Llosa apuntó que los gobiernos que se sienten dueños de la verdad son nocivos para los libros. Lo escucha Jorge Fernández Díaz. NA
Nadie nunca sabrá qué habría pasado ayer si la presencia de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) en la Feria del Libro no hubiese sido cuestionada como lo fue. En principio, una crónica no puede comenzar preguntándose por lo que no pasó. Pero el periodismo, que se debe a los hechos y a la narración de la realidad, también debe contextualizar las historias.

En esta, la de Vargas Llosa en la edición 37 de la Feria del Libro, las circunstancias de la realidad terminaron corriendo el marco de la literatura hacia la política. O las entremezclaron. En esa coyuntura, el Nobel peruano decidió encadenar su formidable experiencia en el terreno de la escritura y la lectura con una reflexión sobre el revuelo que ha causado su visita al país. Y subordinó todo a la reivindicación de una palabra que ama: la libertad.

Una hora y media de definiciones y relatos entregó Vargas Llosa, primero a solas, y en el intercambio posterior con el periodista y narrador Jorge Fernández Díaz. Ocupó su lugar en el atril con una puntualidad británica, y con soltura y naturalidad se dirigió al millar de espectadores que llenó el Palacio Frers, auditorio principal del predio La Rural.

El episodio polémico

El padre de "La tía Julia y el escribidor" (1977), que inició su exposición ensalzando la afinidad de Buenos Aires con los libros ("no es casual que Borges sea porteño", destacó), fue en seguida al grano: "agradezco a los organizadores de este acto el haber resistido a las presiones de los colegas y rivales que querían desinvitarme. Agradezco también a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por haber atajado el intento de veto".

El episodio de la nota que Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, escribió a las autoridades de la Fundación El Libro para recomendar que Vargas Llosa no diserte por sus ideas políticas, que generó tanta reacción, comentario y escándalo, también incidió en el discurso del escritor. Una alocución de 15 minutos de duración que su autor tituló "La libertad y los libros".

"La vida de los libros nos enriquece y transforma, nos hace más sensibles, imaginativos y, sobre todo, más libres y críticos", caviló tras describir a la lectura como el acto mágico que impregna, arrebata y traslada al lector a otra vida a menudo más intensa y enriquecedora que la vida verdadera.

La lectura deja huellas, según Vargas Llosa. Entre ellas, la constatación de que el mundo real está mal hecho. "¿Para qué inventaríamos otros mundos si este nos bastara?", interrogó retóricamente. Y lanzó una temible advertencia: "los libros inspiran los recelos de los que se creen dueños de verdades absolutas, de los enemigos de la libertad".

Los inquisidores

Como ejemplo, citó a la Inquisición. "Los libros debían ser censurados y purgados porque dejarlos prosperar implicaba poblar el mundo de desafíos múltiples a las afirmaciones canónicas. Esa mentalidad llevó a prohibir el género de la novela durante tres siglos en las colonias de América. El contrabando se encargó de que El Quijote circulara por el continente", recordó.

La Inquisición desapareció pero no el detestable oficio del inquisidor. Vargas Llosa asevera que, en el presente, ese rol es ejercido por los comisarios políticos. "Toda vez que se ha implantado un gobierno que se siente dueño de la verdad absoluta ha sido una mala época para los libros", opinó con firmeza. Y agregó: "nazis, fascistas, comunistas, caudillos militares y civiles enceguecidos por las verdades absolutas han tratado de domesticar el espíritu crítico, que ha sido el motor del cambio. Por fortuna, siempre han fracasado".

Libertad de ciudadanos


Pero no toda lectura hace libre al lector. El autor de "El sueño del celta" (2010) prescribe que aquello sólo sucede cuando es posible elegir lo que se desea leer y escribir. "Defender que los libros sean libres es defender nuestra libertad de ciudadanos", reveló con tono grave para, a continuación, permitirse la nostalgia de una infancia y adolescencia nutridas por obras, películas y canciones hechas en Argentina. De las revistas Para Tí y Billiken que llegaban a su hogar de Cochabamba (Bolivia), donde vivió hasta los 10 años. De la Revista Sur que le mostraba, cual ventana, el horizonte de la buena literatura. "Debo gran parte de mi formación a esa pasión por los libros que anida en el corazón de la Argentina. Hago votos porque esa pasión se renueve y fortalezca", remató.

Más relajado, compartió a instancias de Fernández Díaz las intimidades de la fabricación de sus novelas más divulgadas, como "Conversación en la catedral" (1969). Confesó que siempre busca familiarizarse con el universo literario que procura inventar, y que la tenacidad y disciplina de Gustave Flaubert configuraron su perfil de escritor.

Explicó que en la novela no se pueden contar historias verdaderas ("es un género antipático a la verdad; el género de las mentiras que parecen verdades gracias a la literatura") y, antes de retirarse, volvió a profundizar sobre la libertad que abrazó como un gesto de rebeldía al autoritarismo de su padre: "con él conocí el significado del miedo. Mi padre odiaba la idea de que su hijo fuese escritor. Creía que este era un oficio de bohemios y maricas. La literatura fue mi refugio, mi forma de preservar mi propia dignidad".

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