Primer viaje a Buenos Aires

Primer viaje a Buenos Aires

La evocación juvenil de un diplomático tucumano. Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.

MAXIMO ETCHECOPAR. Como embajador argentino ante la Santa Sede, el tucumano saluda al Papa Pío XII, en esta foto de 1954. ARCHIVO LA GACETA MAXIMO ETCHECOPAR. Como embajador argentino ante la Santa Sede, el tucumano saluda al Papa Pío XII, en esta foto de 1954. ARCHIVO LA GACETA
01 Agosto 2008
El destacado diplomático y ensayista tucumano Máximo Etchecopar (1912-2002) narra, en "Historia de una afición a leer" (1969), la impresión que le produjo llegar en 1924 -niño de 12 años-, a la ciudad de Buenos Aires. Había un contraste tremendo de esa capital con Tucumán, y contribuía a hacerlo más agudo nuestra "edificación baja, modesta y uniforme?, que se contraponía "a la monumental y como altanera de Buenos Aires, en sus edificios céntricos y en el Barrio Norte".
Era con esa "impresión de monumentalidad avasalladora" que se topa el viajero al poner el pie en la estación de Retiro. Había subido al tren "en la criolla estación Sunchales de Tucumán y llega ahora a una profana, laica catedral de hierro cuyas nervaduras y vías inmensas están a la vista. Se le antoja una visión irreal, un tanto inhumana y monstruosa, una visión de pesadilla". Pero de "pesadilla dichosa, si así puede decirse, que contagia al recién llegado un anhelo vivo, un soñar la vida alerta y despierto".
Recordaba que, en su caso personal, "esa estación de Retiro, tan cotidiana y usual para el habitante porteño, puso en marcha veloz mi corazón al par que le imprimía nueva fuerza y urgencia de vivir; me hizo entrever modos de vida y destinos posibles más exaltados y ricos que los míos habituales".
La dicha humana, reflexionaba Etchecopar, es "sustancia rara, avara, que se nos ofrece pura e intensa tan sólo en dosis homeopáticas". Aquella primera estada en Buenos Aires, que abarcó unos veinte días a lo sumo, fue "de días felices, perfectos, plenos, como la presencia que se prolonga de una mujer muy agraciada". Todo, dice, "cosas y personas, se me antojaba desusado, me resultaba novedoso". Veía pasar a algunos argentinos famosos y sus figuras "se me aparecían bajo una luz irreal, como nimbadas de gracia y soltura mundanas peculiares, que las tornaba más leves, más felices, al par que más despreocupadas y menos responsables". El futuro embajador terminaba el capítulo afirmando que, tras lo dicho, "habrá de comprenderse fácilmente que, después de ese mi primer viaje a Buenos Aires, le letra del tango memorable- ?Ciudad porteña/ de mi único querer?- me resultase harto conmovedora y verosímil".

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios