12 Marzo 2008
En estos días, todo junto y a la vez, la estantería económica empezó a modificarse desde los instrumentos: acaba de cambiar el esquema de retenciones a los granos, hubo subas en impuestos a la venta de gas al exterior e incentivos a la nueva producción, junto al anuncio de inversiones en trenes de cercanía, todas medidas que marcan la vocación del Estado por definir a los ganadores y a los perdedores de la economía.
Descartada una solución de mercado para estos temas, queda como resumen que algunas de ellas son medidas con un definido sesgo fiscal, con el único propósito de sumar más dinero para el Tesoro, que vendrán a sumarse a una maraña cada vez más complicada de sostener. Por cada una que implica gasto hay una cadena de múltiples subsidios cruzados que deben atenderse con incrementos de los ingresos, para no restar capacidad de maniobra.
Incógnitas
En granos, se pasa a un esquema de movilidad en el tributo que permitirá recaudar más (0,4% del PBI) en aquellos más vendidos al exterior y además se promete a los productores “precio pleno” para el trigo, durante la próxima campaña, sin que se haya dicho qué ocurrirá entonces con las prohibiciones a la exportación. También se anunciaron aumentos en los impuestos a las exportaciones de gas, atados al valor de importación. Esta última noticia viene en línea con mayores incentivos, vía precios, para la nueva producción gasífera. En paralelo, las autoridades admitieron el deterioro del sistema ferroviario y han comenzado por la recomposición del Ferrocarril Roca, una manera de mostrarles a los sufridos viajeros de los trenes suburbanos que no todo pasa por los trenes de alta velocidad y que ellos también importan. Por otro lado, todavía no se observa de modo explícito la preocupación oficial por el franco faltante de combustibles líquidos, con amenaza de paros de los estacioneros, quienes dicen que no tienen qué vender ni tampoco rentabilidad, mientras algunos productos de las góndolas de alimentos han comenzado a escasear y la ganadería está en retroceso, producto de los controles estatales y de la fijación de precios.
Pese al superávit fiscal y comercial, a las mayores reservas, a la suba ininterrumpida de la producción y la baja importante del desempleo, para el Gobierno, “inflación”, “crisis energética” o “mala asignación de prioridades” son malas palabras que no conviene menear. Tampoco hay que dejar de lado la explicación que dio el ministro sobre la inflación alimentaria del mundo: “se duplicó”, dijo, situación que en la Argentina -país generoso- ha quedado disimulada, por el disimulo al que fueron sometidas las cifras del Indec, otra asignatura pendiente que deberá asumirse con más realismo que maquillaje para volver a circular por el mundo.
Descartada una solución de mercado para estos temas, queda como resumen que algunas de ellas son medidas con un definido sesgo fiscal, con el único propósito de sumar más dinero para el Tesoro, que vendrán a sumarse a una maraña cada vez más complicada de sostener. Por cada una que implica gasto hay una cadena de múltiples subsidios cruzados que deben atenderse con incrementos de los ingresos, para no restar capacidad de maniobra.
Incógnitas
En granos, se pasa a un esquema de movilidad en el tributo que permitirá recaudar más (0,4% del PBI) en aquellos más vendidos al exterior y además se promete a los productores “precio pleno” para el trigo, durante la próxima campaña, sin que se haya dicho qué ocurrirá entonces con las prohibiciones a la exportación. También se anunciaron aumentos en los impuestos a las exportaciones de gas, atados al valor de importación. Esta última noticia viene en línea con mayores incentivos, vía precios, para la nueva producción gasífera. En paralelo, las autoridades admitieron el deterioro del sistema ferroviario y han comenzado por la recomposición del Ferrocarril Roca, una manera de mostrarles a los sufridos viajeros de los trenes suburbanos que no todo pasa por los trenes de alta velocidad y que ellos también importan. Por otro lado, todavía no se observa de modo explícito la preocupación oficial por el franco faltante de combustibles líquidos, con amenaza de paros de los estacioneros, quienes dicen que no tienen qué vender ni tampoco rentabilidad, mientras algunos productos de las góndolas de alimentos han comenzado a escasear y la ganadería está en retroceso, producto de los controles estatales y de la fijación de precios.
Pese al superávit fiscal y comercial, a las mayores reservas, a la suba ininterrumpida de la producción y la baja importante del desempleo, para el Gobierno, “inflación”, “crisis energética” o “mala asignación de prioridades” son malas palabras que no conviene menear. Tampoco hay que dejar de lado la explicación que dio el ministro sobre la inflación alimentaria del mundo: “se duplicó”, dijo, situación que en la Argentina -país generoso- ha quedado disimulada, por el disimulo al que fueron sometidas las cifras del Indec, otra asignatura pendiente que deberá asumirse con más realismo que maquillaje para volver a circular por el mundo.