Harry Potter and the Deathly Hallows

Harry Potter and the Deathly Hallows

Por María Eugenia Bestani, para LA GACETA - Tucumán. El arrollador éxito de Harry Potter puso al descubierto la identificación de la obra literaria con un bien de consumo.

09 Septiembre 2007
En relación con el séptimo y último libro de la saga de Harry Potter (1), de la escritora británica J.K. Rowling, no vamos a referirnos al trabajo de traducción, ya que se trata de una obra en inglés cuya publicación en castellano está aún pendiente. Sin embargo, en el deliberadamente oscuro título, Deathly Hallows, dado a conocer con seis meses de antelación, el traductor se encontrará con un escollo: el sentido de deathly es mortal (o mortífero), pero, ¿cómo traducir hallow? Vocablo de origen germánico, que en inglés actual puede significar tanto santo, sepulcro como reliquia, pero cuya ambigüedad no tiene equivalente en nuestra lengua. Incluso durante el período previo al lanzamiento del libro, como para los publicistas no anglófonos resultaba imposible aventurarse por una de las acepciones sin haber leído el texto, Rowling ofreció un título alternativo: Harry Potter and the Relics of Death, Harry Potter y las reliquias de la muerte. A pesar de haber sido lanzado a la venta exclusivamente en inglés, al momento de redactar esta nota, Harry Potter and the Deathly Hallows, "mágicamente", ocupa un sostenido segundo puesto en la lista de best sellers, lo que constituye un hecho inédito en nuestro país. Este dato sorprendente estimula a la reflexión sobre nuestra actual civilización globalizada y sobre la relación de las nuevas generaciones con la literatura. Harry Potter ha puesto al descubierto, como nunca antes, la identificación de la obra literaria con un bien de consumo, y de un consumo que sobrepasa fronteras culturales y lingüísticas.
A través del monumental andamiaje publicitario, los editores lograron que niños y adolescentes, sin discriminar procedencia, hicieran de un libro de narrativa fantástica un objeto de culto. Las maniobras de marketing incluyeron cuestionarios por la red, pistas sobre el final de la trama, la anticipación de un título enigmático. Los medios ya nos habían mostrado manifestaciones de esta nueva forma de devoción durante el lanzamiento de cada uno de los tomos anteriores: chicos pernoctando a la intemperie, en estoicas filas. En el mes de julio pasado fuimos testigos de la reiteración intensificada de esas escenas: el texto esperado con trepidante ansiedad, Deathly Hallows, develaba el destino final del niño brujo de Hogwarts y el desenlace de su historia, iniciada una década atrás con La piedra filosofal (1997).

Algunas claves del éxito
J.K. Rowling sigue generando asombro cuando a cifras nos remitimos. Basta recordar que Deathly Hallows fue lanzado comercialmente el 21 de julio último en forma simultánea en noventa países y sólo en las primeras 24 horas vendió 11.000.000 de copias solamente en Estados Unidos y en Gran Bretaña, imprimiendo un récord editorial sin precedentes. Sin embargo, toda la gravitación comercial no debería eclipsar la literaria, aunque de hecho parece hacerlo.
Después de diez años, Rowling no defrauda. Incluso, como su público, ha crecido ella también en su oficio de narradora. Deathly Hallows se sostiene por sus propios méritos, por su elaborada trama, ágiles diálogos, una narrativa más directa, aunque también más prosaica que la de los libros precedentes: son muchos los hilos a unir y mayor el período a abarcar. Más allá de que el final conforme o no, sus páginas encierran con un sostenido suspenso la resolución de los conflictos tan largamente postergada, particularmente del antagonismo axial entre el bien y el mal, corporizado en la dicotomía Harry Potter-Lord Voldemort.
Con una visión de conjunto, los siete tomos nos remiten al género bildungsroman o novela de aprendizaje o formación, donde el héroe niño o adolescente debe experimentar vivencias intensas y difíciles pruebas antes de alcanzar el conocimiento que le dará madurez e integridad.
Las reliquias aludidas en el título son tres objetos legendarios que, unidos, tienen la propiedad de vencer a la muerte: la antigua vara mágica, la piedra de resurrección y el manto de la invisibilidad. Como contrapunto están los Horcruxes. El alma fragmentada de Voldemort se esconde en ellos, ya en un candado o en una diadema. La consigna es descubrirlos, y destruirlos. A eso conduce la acción, hasta que Harry, atónito, se entera de que él, en persona, es un Horcrux. Por tanto, no podrá aniquilar a Voldemort a menos que se destruya a sí mismo. El libro se abre con dos epígrafes, el primero de Esquilo, que reflexiona sobre la muerte, y el segundo, de William Penn, que habla de la amistad. Termina la narración en un epílogo: "Diecinueve años más tarde", donde se deja una ventana abierta para una posible continuación, ya con los hijos de Harry, que están a punto de partir a Hogwarts. Y el círculo se cierra donde había comenzado.Todas las estrategias de difusión a las que nos hemos referido al comienzo, a pesar de sus innegables aristas de superficialidad, lejos de ser reprochables, son alentadoras. No debe escapar de nuestros ojos que se trata de la promoción de un libro, o una serie de libros (y muy voluminosos) que ha potenciado y promovido el placer de la lectura en buena parte de una generación. En un plano ideal, sería más que deseable que cada libro de valía, incluso de nuestros autores locales, contara con esos recursos en su distribución, se viera coronado del mismo éxito de ventas y generara tantas lecturas y debates. Un dato importante es que, gracias al impacto de Harry Potter, las grandes casas editoras encararon nuevas publicaciones de otras series de la narrativa fantástica, como Crónicas de Narnia y Trilogía planetaria, de C.S. Lewis, y El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien. Dos grandes escritores reconocidos por Rowling como inspiradores de su saga. Todo este fenómeno no nos garantiza que los seguidores de Potter lleguen a volcarse después, con igual entusiasmo, a Stevenson, a Verne o a Cervantes, pero sí nos demuestra la plausibilidad en el mundo contemporáneo de una esperanzadora convivencia del libro con otras formas de textualidad visual o digital.© LA GACETA

Nota:
(1) Bloomsbury, 2007.