El avance de la cultura andina impone rituales y fiestas

El avance de la cultura andina impone rituales y fiestas

Análisis. Por Pedro Raúl Noro - Redacción de LA GACETA.

31 Julio 2006
Agosto se ha convertido en un mes calendario de interesante referencia para la mayoría de los habitantes del Noroeste Argentino. El vigoroso avance de la cultura andina y la influencia de las etnias preexistentes van imponiendo, en el contexto social, costumbres, rituales y fiestas, particularmente en las provincias del norte que conservan y acrecientan lazos ancestrales.
En este sentido, el primero de agosto, se festeja el Día de  la Pachamama en homenaje a la Madre Tierra, porque es el momento en que los rastrojos se encuentran en barbecho, es decir, termina el descanso del invierno y deben comenzar a prepararse el campo, de la mejor manera, para las futuras plantaciones.
De tal manera, el ritual de la Pachamama está estrechamente relacionado -dentro de los ciclos de la agricultura- con la preparación de la siembra.
Esta relación con lo agrícola tiene que ver también con el Carnaval, cuyo festejo se realiza seis meses después de la Pacha, a fines de febrero o comienzos de marzo; es decir, para agradecer la cosecha y los frutos.
El ritual pretende alejar los “malos espíritus”, espantar las tristezas y las penas, y, a su vez, convocar estados positivos para que protejan y resguarden “la atmósfera” de la vida familiar por todo un año. En relación con este tema, cabe mencionar algo notable; según la interpretación de varios quichuistas, Pachamama no significa necesariamente “Madre Tierra”; se trata, más bien, se trata de un concepto relacionado con la estructura “Tiempo-Espacio”, o sea el ámbito que permite el desarrollo de la vida, en toda su extensión.
Por lo tanto, los sahumerios cumplen con una importante función complementaria en las recordaciones: son la purificación del espacio cotidiano, al aire (al “pneuma” o el “apeiron” como dirían los griegos), que protege y permite la existencia independiente de lo vegetal, lo animal y lo humano; es decir, de todo aquello que pisa el sagrado suelo. Como dato interesante, estas ceremonias, que se han convertido en una “cosa pública” tienden a compensar y a humanizar, con un toque místico, la gradual desacralización de la vida cotidiana que avanza, implacable, con el actual sistema socio-económico.
Es que dentro de los parámetros de la creciente globalización, el único lenguaje con el cual se mide la vida parece pasar por las tasas, la evolución de la bolsa o el riesgo país; en suma, por la posesión del dinero. De tal forma, la cosa humana relacionada con la sensibilidad, la fe y los rituales identificatorios de la identidad de los pueblos es descartada o considerada como simple folclore turístico.