Una de las figuras más queridas y populares en el Tucumán de las décadas finales del siglo XIX y las primeras del XX, fue el doctor Manuel Ignacio Esteves. Venía de una antigua familia provinciana. Nacido en 1858, estudió en el viejo Colegio Nacional, y luego partió a Buenos Aires, para ingresar en la Facultad de Ciencias Médicas. Allí se doctoró en 1882, con la tesis “Contribución al estudio de la laringitis diftérica”, y regresó de inmediato a Tucumán.
En la ciudad natal, actuó en la lucha contra el cólera, durante la epidemia del verano 1886-87, y ejerció la profesión hasta el fin de su vida. Era médico de cabecera de una gran cantidad de familias. Lo buscaban tanto por sus conocimientos como por su inagotable bonhomía. Del trajín profesional por la provincia y especialmente por Raco -su lugar de veraneo- conservaba anécdotas que sabía narrar con auténtica gracia. Varias veces, Ernesto Padilla lo instó a compilarlas en un libro que, según le sugirió, debía titularse “Memorias de un médico de provincia”.
Nunca lo escribió, a pesar de que tenía talento literario. Así lo muestran los estremecidos discursos fúnebres con los que despidió a amigos, como los doctores Francisco Mendioroz o Emilio Terán.
Se dio tiempo también para la acción cívica, que lo llevó a destacados cargos electivos. Fue varias veces miembro de las Cámaras de Diputados y Senadores de la Provincia. Presidió esta última, y en ese carácter ejerció interinamente la gobernación. En 1913, fue elegido senador nacional por Tucumán, hasta 1922. Su filiación conservadora no le impidió tener estrecha amistad con el presidente Hipólito Yrigoyen, quien estimaba su criterio y su consejo.
Querido y respetado, el doctor Esteves falleció en la casa de 25 de Mayo 364, donde vivía con su esposa Mercedes Fagalde y sus seis hijos, el 27 de setiembre de 1930.