Pedro Bohórquez, el falso Inca del Tucumán
UN FALSO INCA. Pedro Bohorquez, cuyo nombre real era Pedro Chamijo, fue tratado como un emperador por los pueblos originarios de los valles.
Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador
La historia del Tucumán del siglo XVI y XVII es, quizás, la menos estudiada y conocida por el gran público. No es fácil escudriñar en esos añosos documentos que se deshacen al sólo tacto, ni mucho menos ahondar en los eruditos, aunque a veces farragosos tomos de los recopiladores de documentos de aquellos años.
Es sabido que en 1536 la corriente conquistadora rioplatense había fundado la primera ciudad de Buenos Aires, la que fue despoblada a los pocos años dejando a estos nuevos territorios liberados a su suerte. La situación vino a revertirse en 1550 gracias a la acción civilizadora de la corriente peruana que llegó con la comisión de poblar un pueblo al sur de la Provincia del Tucumán.
A partir de allí, el cometido resultó en una empresa en extremo difícil dadas las características del suelo, las luchas intestinas entre los mismos miembros de las expediciones y las cuestiones políticas de fondo entre los grupos peruanos y chilenos.
A pesar de ello, un puñado de hombres logró afincarse en los nuevos territorios soportando todo tipo de calamidades, al punto que tuvieron que trasladar y abandonar sus poblados en reiteradas ocasiones.
El embustero
En 1656, quien decía llamarse Pedro Bohórquez llegó al pueblo de Pomán, en la actual provincia de Catamarca, donde embaucó a los vecinos feudatarios de esa comarca, presentándose como un hijodalgo. Allí se enteró de la posible existencia de tesoros ocultos y ricos yacimientos en las montañas. El problema era que estos se encontraban en territorios dominados aún por los Calchaquíes, por lo que constituía una especie de reino aparte. Así fue cómo cayó en tema que tenía en sus manos las llaves de la casa que lo transformarían en dueño del Tucumán y sus riquezas.
El contexto era propicio para un embustero: los indios rebeldes y temidos, dispuestos a mantenerse independientes, entre los que podría instalarse como rey. Los misioneros, frustrados. Los españoles, pobres y prácticamente desarmados. El gobernador, don Alonso de Mercado y Villacorta, ansioso de descubrimientos y muchos señores feudatarios dispuestos a secundarlo. De alguna manera, logró convencer a todas las partes que él podría satisfacer las necesidades de todos.
La mentira
La mestiza que lo acompañara desde Chile y quien tenía ganada fama de curandera, o bruja, se afincó entre los indios y comenzó a hablarles de un salvador, descendiente del inca, quien ya había llegado a estas tierras con el objetivo de unir a todas las naciones indígenas. Disfrazado de español, preparaba una gran revuelta que les devolvería sus tierras y libertad. Así fue como Pedro Bohórquez comenzó su prédica entre estos los indios hualfines. En octubre de 1656 el siniestro personaje acompañado por la mestiza llegó a Tucumán; aunque no se estableció en la ciudad sino entre unas tribus cercanas. Comenzó entonces el adoctrinamiento de los caciquejos, quienes fueron seducidos por el magnetismo del autotitulado inca.
Su gran acierto fue convertir al cacique Pedro Povanti, gran señor de una tribu calchaquí a su causa. La idea era unir a todas las tribus en una sola federación a la que se sumarían los indios de las encomiendas y al servicio de las ciudades. Juntos terminarían de una vez con la presencia española.
Así fue como en marzo de 1657 el aventurero Pedro Chamijo, hacía su entrada triunfal en los Valles Calchaquíes, tratado con todos los honores por una enorme multitud aborigen, los que veían en él a su auténtico soberano. En suma: tenemos a un descarado manipulador y estafador de profesión, comandando toda una nación indígena, la más belicosa e indómita de ellas. Al frente tan sólo un puñado de españoles ampliamente superados en número. Dos conventos se encontraban en medio de esta caldera: el de Santa María y el de San Carlos, con apenas dos sacerdotes cada uno.
Lo peor del mentiroso es cuando cree sus propias mentiras, y esto es lo que ocurrió con Pedro Bohórquez, quien pronto se pasearía por cada pueblo indígena de los valles calchaquíes con más demandas que esperanzas, lo que fue socavando su credibilidad entre sus vasallos. Pero desde su lugar de poder comenzó a desplegar embajadas ante los sacerdotes y españoles, buscando congraciarse con todos. Necesitaba la legitimación de los españoles con algún título o cargo militar que lo pusiera a salvo de las posibles conjuras de los tucumanenses y veía en cada sombra nocturna a un enemigo.
Mandó a construir una suerte de vivienda fortaleza en una quebrada del Tolombón y desde allí pretendió adoctrinar a las tribus que le respondían en el arte de la guerra moderna, lo que él mismo desconocía.
El clímax del engaño consistió en hacer ir al Gobernador de Córdoba del Tucumán hasta Pomán. Allí le plantearía una estrategia para hacerse de los ricos yacimientos que los calchaquíes, según su imaginación, escondían en las montañas. Mercado y Villacorta, animado por una inaudita codicia, cayó en la trampa del estafador, para entonces ya convertido en gobernante de hecho de los valles, todo esto en tan sólo cuatro meses.
IMAGEN DE ÉPOCA. Un dibujo que sintetiza cómo era la ciudad capital.
Si bien no pudo demostrar fehacientemente el descubrimiento de yacimientos ni tesoros, se las ingenió para mantener viva aquella ilusión entre los españoles. De este encuentro volvió al Calchaquí con el título de Lugarteniente General, Justicia Mayor y Capitán de Guerra.
El ocaso
Es menester señalar que las consecuencias de aquella bravuconada fue el comienzo del fin de la nación calchaquí. La mentira finalmente no pudo sostenerse y para evitar ser encarcelado, alentó alzamientos indígenas en todo el Valle Calchaquí contra los españoles. Estos reaccionaron enviando soldados veteranos con armamento superior, caballería y perros de guerra, quienes trabajosamente pudieron sojuzgar a las tribus belicosas, tras cruentos enfrentamientos. Posteriormente, a usanza de los incas con los pueblos sojuzgados, esos antiguos poblados fueron desmembrados para siempre, vaciados los cerros y valles de sus ancestrales dueños y borrada su cultura.
El final de Pedro Chamijo, como se llamaba realmente, fue también trágico. Murió por garrote en Lima el 3 de enero de 1667, y su cabeza exhibida en una pica como escarmiento.
Quien más estudió las andanzas del “falso inca”, fue la historiadora Teresa Piossek Prebisch, quien escribió libros y diversos artículos sobre el aventurero. De allí que el conocimiento de las andanzas de tan singular personaje, sirve al historiador, al investigador o al simple curioso para conocer en detalle, un hito esencial dentro del proceso histórico que determinó la desmembración definitiva de los pueblos indígenas en el Noroeste.











