Talleres no logró el ascenso a la Liga Argentina, pero conmovió a Tafí Viejo

Talleres perdió 95-92 frente a Santa Paula de Gálvez y se quedó a las puertas del ascenso a la Liga Argentina.

Cristian Soria fue marcado intensamente por los perimetrales de Santa Paula de Gálvez. Cristian Soria fue marcado intensamente por los perimetrales de Santa Paula de Gálvez. Prensa Talleres de Tafí Viejo.

El triple de Juan Rivero, de Santa Paula de Gálvez, a segundos del final fue una bomba silenciosa en La Leonera. Los santafesinos sonreían, se abrazaban, y más de uno de los 100 hinchas no podía contener las lágrimas. El partido no estaba terminado, pero quedaban apenas 24 segundos en el reloj, y la historia parecía tener final escrito. Los rostros de los fanáticos de Talleres de Tafí Viejo expresaban bronca, tristeza, desazón, pero, sobre todo, orgullo. Un sentimiento que florece en las buenas, y mucho más en las malas. Porque el básquet también los sumerge en esa ambivalencia de emociones, y un triple inesperado los deja atónitos o, en inglés, groggies.

Ese baldazo de agua fría les cayó encima a los jugadores del “León”, pero seguían de pie. Quedaba tiempo para una jugada, para buscar esos benditos tres puntos que permitieran el tiempo suplementario. Y así salieron a la cancha, luego de unas breves indicaciones del entrenador Lucas Vega. Los históricos dieron la cara: Jerónimo Solórzano se asoció con Pablo Walter dentro de la pintura, y el pivot anotó el doble menos festejado de su extensa carrera. Los puntos aumentaban el marcador, pero no alcanzaban el objetivo: la falta. En conclusión, había conseguido una conquista ineficaz. Su rostro lo decía todo, mientras en el banco santafesino abundaban las sonrisas, y más de un suplente se animó a revolear la toalla. Ya estaban de fiesta.

Los 16 segundos siguientes eran fundamentales. Talleres debía recuperar la pelota o cometer dos faltas para enviar a un rival a la línea y recuperar la posesión. Santa Paula, en cambio, debía consumir el tiempo moviendo la pelota con precisión. El primer intento falló: Talleres cortó la salida con una infracción al segundo. Pero en la segunda prueba, el plan se ejecutó casi a la perfección: circularon la pelota por la media cancha hasta que Pablo Osores camiseteó a Walter Sebastián Puebla.

Puebla tomó el fierro caliente, lanzó el primer simple y anotó. La presión crecía dentro de La Leonera, donde los fanáticos veían cómo se escurría, una vez más, el sueño del ascenso a la Liga Argentina. Como si la escalera hacia el preciado cielo se hubiese roto en el momento menos pensado. Puebla mantuvo la mirada firme, clavada en el aro, y anotó el 95-92, un marcador maldito para los taficeños. A falta de ocho segundos, Talleres necesitaba un milagro para seguir soñando con el ascenso a la Liga Argentina. Un milagro que nunca llegó, por más que los dedos estuvieran cruzados o más de uno levantara la vista al techo del estadio, como pidiéndole una señal a Dios.

El pitazo final llegó y la algarabía azul se desató con abrazos, botellas de agua revoleadas y nieve artificial. Los jugadores santafesinos agradecían a su gente y entonaban los cánticos con la tribuna. Pero la imagen más fuerte era la de Talleres. Vega reunió a sus dirigidos, les dio unas palabras de aliento; Juan Cruz Kusnier lloraba de tristeza, y los hinchas, en silencio. La fiesta taficeña no pudo concretarse. La ronda se disipó a los minutos y, como si fuera un ritual, los jugadores se acercaron a la tribuna principal para agradecer el aguante. Los hinchas les devolvieron el gesto con aplausos. Porque, más allá de la derrota y que seguirá el próximo año en la Liga Federal, Talleres se convirtió en la ilusión basquetbolística de la ciudad y puso a Tafí Viejo en el mapa argentino. Es cierto: todas las derrotas duelen, pero no todas se ganan el corazón de los fanáticos. Y este “León” lo logró, aunque se haya quedado sin garras ni colmillos.

Comentarios