Mientras el planeta se enfrenta a temperaturas récord y busca soluciones sostenibles para enfriar los hogares, un antiguo truco persa vuelve a despertar interés entre arquitectos, ingenieros y defensores del medio ambiente. Se trata de las torres de viento, o badgir, unas ingeniosas estructuras milenarias capaces de refrescar una casa sin necesidad de electricidad, aire acondicionado ni emisiones contaminantes.
En pleno desierto iraní, en la ciudad de Yazd, donde los termómetros pueden superar los 45 grados, estas torres dominan los tejados y dan testimonio de una de las maravillas olvidadas de la ingeniería. Aunque su origen exacto aún genera debate —algunos investigadores apuntan a Egipto—, fue en Irán donde se perfeccionó y multiplicó su uso, hasta convertirse en símbolo de la arquitectura tradicional de la región.
¿Cómo funcionan las torres de viento?
Estas estructuras se asemejan a grandes chimeneas que sobresalen de los techos. Su principio es tan simple como efectivo: captan el viento desde cualquier dirección y lo canalizan hacia el interior de la vivienda. El aire atraviesa conductos estrechos donde se enfría al pasar por superficies húmedas o depósitos de agua antes de llegar a las habitaciones.
Además, el sistema aprovecha la física natural del aire: el calor interior asciende y es expulsado por la parte superior de la torre, mientras que el aire más fresco y denso se mantiene en la parte baja. Es un sistema de refrigeración pasiva, sin motores ni consumo eléctrico, y totalmente ecológico.
Este modelo tuvo su versión en otras regiones del mundo árabe e islámico, como los barjeel en Qatar y Baréin, el malqaf egipcio o el mungh en Pakistán. Sin embargo, el captador de viento de Dowlatabad, en India, es el más alto del mundo con 33 metros, y aún hoy se mantiene operativo junto con muchos de los de Yazd.
Los qanats: la otra joya del ingenio persa
Además de los badgir, los antiguos persas también idearon otro sistema asombroso: los qanats, una red de galerías subterráneas que transportan agua desde las montañas o el subsuelo hacia las zonas habitadas. Este flujo constante servía tanto para refrescar el ambiente como para conservar alimentos, anticipándose al concepto del frigorífico moderno.
Según datos de la UNESCO, en la actualidad se conservan 33.000 qanats, frente a los 50.000 que existían a mediados del siglo XX. La sequía y el consumo excesivo han puesto en peligro su continuidad, aunque el Estado iraní ha restaurado el qanat más largo y antiguo del país, que recorre más de 70 kilómetros en la provincia de Yazd.
Inspiración para un futuro más sostenible
Aunque muchas de estas estructuras han caído en desuso, su legado vive en los diseños contemporáneos de viviendas ecológicas, especialmente en regiones áridas. En un contexto global de cambio climático y encarecimiento energético, la arquitectura bioclimática se vuelve imprescindible, y los badgir y qanats resurgen como ejemplos inspiradores de cómo vivir en armonía con el entorno.