EN EL HOSPITAL EN MÁLAGA. Damián conversa con las médicas sobre sus sensaciones y su proceso interior. Recordó a su padre como un guía.
17 de mayo de 2025: “Estoy en un día soleado y primaveral. Me mantienen con calmantes que atenúan el dolor físico y hacen posible mis últimos días en calma y con lucidez”.
Desde una cama del Hospital Universitario Virgen de la Victoria, en Málaga, España, Damián Wurschmidt escribió esas líneas con la serenidad de quien ha aprendido a soltar. Tenía 51 años, un cáncer de colon con metástasis lo acompañaba, y el cuerpo, lentamente, le indicaba que estaba llegando al final.
Pero Damián no habló desde la tragedia. Habló desde la fortaleza. Desde un lugar difícil de imaginar si no se ha estado ahí: el borde entre el dolor y la gratitud, entre el adiós y la paz.
Tiempo urgente
En diciembre pasado, lo que parecía un estrés de fin de año escondía algo más profundo. “Recién en ese momento presenté síntomas, pero era algo que se había incubado por lo menos hace 8 años”, recordó.
Dos meses después una tomografía reveló la verdad sin anestesia: un tumor estaba a punto de estallar. Lo operaron de urgencia, y aunque a los dos días de esa cirugía Damián hacía sentadillas, su vida cambió.
“Me sentía fuerte porque hacía deporte, danza, andaba en bici”, recordó. No obstante, la vitalidad no duró. La metástasis en el hígado afectó la circulación en sus piernas. Empezó a perder movilidad. Lo único que no perdió fue la voluntad.
“No tenía miedo a la muerte -dice-, pero sí mucho rechazo al dolor. El dolor me nubla la razón”. Entonces se entregó a una estrategia integral, que consistía en quimioterapia, medicina complementaria, yoga, megadosis de vitamina C. Hizo todo. Apostó todo.
Damián Wurschmidt
Incluso viajó a España en busca de un tratamiento curativo, mientras ya estaba en silla de ruedas. Pero cuando llegó, los médicos fueron claros, y le explicaron que no había posibilidad de entrar en ensayos clínicos. “Cuando llegué no caminaba ni 50 metros. Estaba muy delgado. Me rechazaron. Me dijeron que ya no había más tratamiento. Que pasaba a cuidados paliativos”, indicó.
“El impacto fue brutal. Pero esa misma certeza me dio otra: el rumbo de mi vida lo iba a tomar yo. Y lo único seguro era que iba a partir. Eso me trajo mucha certidumbre”, remarcó con calma.
El arte de despedirse
A Damián le explicaron que no podía regresar a Tucumán, pero no quería irse sin agradecer. Entonces organizó ceremonias virtuales. A través de Meet, se despidió de amigos, ex compañeros de militancia, su grupo de danza, su comunidad espiritual.
“Nos reímos, agradecimos, lloramos un poco también. Pero hubo alegría”, contó. Porque Damián -dijo- entendía que despedirse no es apagar la luz: es encenderla una última vez, con toda la intensidad posible.
Poco después, una amiga le encomendó una tarea, que él recibió con agrado y la realizó como uno de sus últimos propósitos. “Ella me confesó que nunca pudo hablar de la muerte con su madre enferma, por lo que me pidió que escribiera sobre ello”, dice.
En sus reuniones de despedida, además charló con muchos jóvenes que le contaron que la muerte no aparece en su horizonte, aunque él, con sus acciones les había dado otra mirada. Una mirada menos trágica. Una mirada serena.
ALEGRE ADIÓS, CON MOVIMIENTO. Sus compañeras de danza le hicieron una efusiva despedida.
Damián no solo se despidió de sus amigos. Llamó a toda su familia, muchos de ellos lejanos, con quienes hacía décadas no hablaba. Se reencontraron por Zoom. Se rieron, recordaron, se abrazaron a la distancia. “Nos conectamos como si nunca nos hubiésemos separado. Ese clima me ayudó a orientarme hacia la luz”, subrayó.
Quienes lo rodearon hasta el final -su compañera Marcela, sus hijos, sus afectos, sus compañeros humanistas seguidores de Silo- fueron su sostén junto a su guía interior, una herramienta que él mismo construyó.
“En los momentos de desorientación, configuro una figura con tres atributos: sabiduría, fuerza y bondad. Me ayuda a no sentirme solo”, reveló. El suyo fue su padre, Pedro Würschmidt, fallecido hace años. “Le pedí que me cuide, le pregunté por qué estoy enfermo, le pedí que me ayude, y ese contacto con él hizo que nunca esté solo”, contó. Ese consejo dejó para aquellos que alguna vez se encuentren perdidos. Ante la vida o la muerte.
Hasta el último latido
Damián también danzaba. Hasta que su cuerpo se lo permitió practicó danza afro. Un baile ancestral que conecta con la tierra, con los ciclos, con la vida en movimiento. Incluso, cuando sus compañeras supieron su situación, le enviaron un video danzando para él. Otro adiós que atesoró en su corazón.
Porque él eligió vivir hasta el final. Incluso en este tramo donde el dolor a veces irrumpe, él no dejó de mirar con asombro. No dejó de amar. No dejó de agradecer.
“Este es el momento más importante de mi vida. Muchas cosas empiezan a parecer insignificantes frente a la magnificencia de lo que está por acontecer más allá de mi voluntad. Estar lúcido y en calma, acompañado por quienes amo, es lo más grande. El cuerpo no me acompaña, pero no estoy solo. A todes, mi agradecimiento profundo”, cerró en su escrito del 17 de mayo. Su historia no fue solo la de un hombre frente a la muerte, sino la de alguien que eligió habitar ese momento con dignidad, con conciencia, con amor.
Damián murió en la mañana de este 29 de mayo.
Su pareja traerá sus cenizas a Tucumán para ser esparcidas en un campo de los humanistas en Los Bulacio (por ruta 321 y 306), entre Lules y El Bracho.

