Cuando Edmundo González Urrutia, presidente legítimo de Venezuela, anunció un plan secreto que iba a impactar tremendamente en toda América y que pondría en marcha el mismo día de la asunción, creí adivinarlo de inmediato. No podía tratarse solamente de desembarcar en algún lugar de Venezuela acompañado por nueve ex mandatarios latinoamericanos, porque eso ya estaba anunciado y no sería ninguna sorpresa, aunque sí un espectáculo digno de no perderse; el as bajo la manga tenía que ser otro, mucho más potente, y que guardaba con celo debido a su altísimo impacto internacional.
Van a llegar con Messi en el avión, pensé, eso sí que sería de gran impacto. Lo pensé o creo que lo soñé, porque llevaba demasiado tiempo insomne pegado a las noticias y con los horarios cambiados, que es como suelo hacer mis análisis de política internacional. Tal vez lleguen en el propio avión de Messi, que aterrizará clandestinamente en una carretera perdida bajo el sol calcinante del desierto. O en un barco, en alguna playa solitaria y brumosa, tal vez nocturna, como ya había hecho Fidel en una ocasión, no demasiado lejos de allí. El endeble Edmundo, con sus nueve mandatarios jubiletas y el refuerzo invalorable de Messi, me recordaban a cierta formación añeja de la selección argentina, un equipo algo desequilibrado pero capaz de dar la sorpresa.
Sea como fuere, les esperaba un largo y agotador periplo hasta Caracas, en el que sin dudas irían cosechando multitudes. En el avance hasta la capital los pueblos y ciudades quedarían vacíos, y hasta las fuerzas más demoníacas de la represión chavista sucumbirían a la tentación de sacarse una selfie con Messi o pedirle un autógrafo. Y así, transpirados y exhaustos, inmunizados por la presencia del ídolo, llegarían finalmente a las puertas del palacio donde el Monstruo se juramentaba en vano.
Me imaginaba (o creo que soñaba) a don Edmundo como un amante despechado que se presenta a arruinarle la boda a una fulana, acompañado y alentado por los amigotes del barrio y seguido por una inabarcable multitud de curiosos. Una fulana rumbosa y casquivana alardeando virtud en su boda fatua, con invitados de países pequeños e ignotos, muchos de ellos ilocalizables, pero también con emisarios de grandes y exóticos imperios, como en un aquelarre de las Mil y una noches.
Hubiese sido maravilloso que aquel encuentro se produjera, pero la capacidad para desilusionarnos de don Edmundo parece inagotable, infinita, y no solo nunca convocó a Messi, sino que ni siquiera concretó el heroico periplo; acobardado, según parece, por unos misiles que me parecieron (o lo habré soñado) de cotillón y más falsos que los tanques de Saddam Hussein. Pero también las Razones, el Derecho y la Justicia que portaba don Edmundo son puro cotillón en política, sobre todo si se les opone un tirano. Así lo comprendieron don Edmundo y sus gerontes, y así lo comprendimos todos los que estuvimos pendientes de las noticias aquel día, como si no lo supiéramos o hubiéramos pretendido desconocerlo, como si la realidad fuese menos delirante que un sueño.
Así que aquellos nueve ex mandatarios que casi nadie conoce se quedaron a las puertas del laberinto que es Venezuela, en un hotel de lujo de Santo Domingo, rumiando en vano alguna esperanza, vestidos y sin fiesta, con más alivio que desilusión en los semblantes, confabulados ahora para concederle la jubilación anticipada a don Edmundo por una presidencia que no se dio y sumarlo como miembro honorario al grupo Idea, con sus aspiraciones platónicas y sus interesantes beneficios sociales. Y habiendo desperdiciado la excusa perfecta para conocer a Messi en persona.
Elefantes
Dicen que la mejor forma de ocultar un elefante es en medio de una manada de elefantes. Para este año, la dictadura venezolana ya anunció nueve convocatorias electorales. Nueve, distribuidas a lo largo del año, para diversos cargos, como gobernadores, intendentes, legisladores y otros de distinto tipo, para que el pueblo se atragante. Nueve elecciones para pasar página y que la del 28 de julio quede sepultada en el olvido.
Venezuela se convirtió en un laberinto de pesadilla que seguirá reclamando un Teseo capaz de llegar a su centro y derrotar al Minotauro. Mientras tanto, don Edmundo recibe las palmaditas hipócritas de la comunidad internacional y se dedica a emitir, sin sangre en las venas ni fuerza suficiente en la voz, soflamas levantiscas que les llegan mustias y desvaídas a unos militares impertérritos, criogenizados por el régimen, insensibles como momias, mudos como progres y sordos como tapias.
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Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.