¿Y si la IA, el Big Data o el simulacro fuesenel resultado de una “magnífica ironía”?

¿Y si la IA, el Big Data o el simulacro fuesenel resultado de una “magnífica ironía”?

Por Cristina Bulacio para LA GACETA.

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26 Enero 2025

Ironía alude al hecho de que algo o alguien dice o hace algo intencional e interesante, pero distinto de lo que se espera. Significa inteligencia, habilidad –verbal o manual– para decir o hacer cosas, al tiempo que, lo que dice o hace, esconde otra realidad más contundente; es un decir de otro decir, un sutil engaño, sarcasmo y algo de malicia, incluso puede aludir a lo imprevisible del futuro. Siempre es un doble juego interesante.

¿Es la ironía, ese juego de la inteligencia, inevitable en el sujeto hablante? ¿Por qué? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es nuestra estructura mental que lo hace posible? El sujeto humano provisto de logos sintió, ante el devenir –cuya presencia casi no pudo soportar– el constante transcurrir de su propia realidad y del universo mismo, lo que hacía formalmente imposible el conocimiento necesario para la sobrevivencia de la especie. Entonces inventó los conceptos de sustancia, esencia, ser, etc., que le ofrecían la estabilidad necesaria para construir un objeto. Así, acunado por el lenguaje, nace el saber: la filosofía, las matemáticas, las ciencias en general. Y junto a ello aparece la posibilidad de la ironía.

Ahora bien, si en tanto temporales y lingüísticos, nos abocamos a rastrear el papel de la ironía, tendremos algunas sorpresas: nos toparemos con asuntos inquietantes para los sujetos actuales. Les propongo pensar en el inmenso, abarcador, inevitable y fascinante universo tecnológico que nos rodea hoy, penetra nuestras mentes, organiza nuestras vidas, guía los deseos cotidianos (quien no ha pensado en viajar y en segundos tiene en sus redes todas las ofertas disponibles). Le llamemos IA (Inteligencia artificial), RA (Realidad Aumentada), Big Data, Ciberseguridad, Simulacros u otros nombres creados para discernir de cuál de las ramas cibernéticas estamos hablando.

Dicen algunos expertos tecnócratas convencidos -sin menospreciar sus saberes- que todo ello nos ofrecerá, en un futuro cercano, y que incluso ya lo está haciendo en algunos casos, una mejor vida, un mayor confort, un crecimiento de las habilidades mentales y emocionales; y hasta un robot que pueda imitar a una persona en su voz, actitudes e ideas.  Ante este futuro genial, casi grandioso e inevitable, aparecen en sordina algunas dificultades..

Preguntamos, ¿qué pasará con las normas éticas y  morales que organizaron -desde el inicio- todas las civilizaciones del orbe, incluyendo los Diez Mandamientos? ¿Tienen algún peso, hoy, valores cuya vigencia pudieran soslayar los dictámenes de las tecnologías actuales? ¿Será posible el reconocimiento de la democracia o los derechos humanos en tanto circulen copias de nosotros mismos? ¿Podremos pensar sin los controles de un “gran hermano”? Es dudoso. 

Basta ver por TV breves escenas sobre nuevas armas -tecnológicamente muy avanzadas- en la guerra actual entre Rusia y Ucrania, para advertir que la tecnología de última generación tiene más valor que las vidas humanas o que las hambrunas salvajes de algunos países.

Pero esto no puede decirse en voz alta. La sociedad no lo entendería o, peor aún, no lo aceptaría si tuviera lucidez para pensarlo. ¿Tenemos esa lucidez? No pareciera. Entonces, ¿no estaremos sumergidos ya  en una potente y arbitraria ironía, un decir de otro decir, en algunos poderes ocultos del planeta? Es factible que con ese decir a medias nos vendan la ilusión de mejorar nuestra vida con la cibernética: la IA, la RA, los Simulacros o sujetos que pueden reemplazar a un humano vivo. ¿No será que con “Magnífica Ironía” dicen y hacen algo distinto de lo que realmente piensan a fin de acrecentar, sin límites -y sin grietas- el poder que ya poseen? Sabemos que la venta de armas y de drogas de los laboratorios garantiza y casi “legitima” la acumulación de dinero y, por tanto, de poder.

¿Vamos a dejar todo como está? No, de ser posible. La filosofía, un constante preguntar porque las certezas no le alcanzan, apuesta a dos tipos de tratos con la realidad. Uno, la aceptación de la verdad propia de la inteligencia de las ciencias, un decir de otro decir, que de modo imperceptible entra al juego de lo irónico del mensaje del poder tecnológico. Otra, es la inteligencia abarcadora y lúcida que busca el sentido, no la verdad, y reconoce y teme la “Magnífica Ironía” que esconde la última tecnología, no porque no le sea útil esta potentísima herramienta, sino porque, para salvarnos, para ser lo que deseamos desde el fondo de nuestro corazón, para encontrar el sentido de la vida, necesitamos apostar a utopías trascendentes como la libertad, lo sagrado, la belleza o la eternidad, aunque nunca las alcanzaremos.

Este otro modo de vernos a nosotros mismos conlleva la ambigüedad y el misterio que la cibernética, hoy, ya no soporta. Intenté hacer aquí una reflexión abierta para lo cual convoco al lector a pensar en el sentido -como lo mencionamos antes- más que en la verdad. Recurro a la ”Magnifica Ironía” de la que  habla Borges en el Poema de los dones pues parece ser funcional, en tanto velo que oculta o disimula con engaños o subterfugios, al inmenso poder tecnológico de hoy.

Ustedes dirán ¡ah pero eso es pura literatura! Y tienen razón… ¿o no?...  

© LA GACETA
Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía, profesora consulta de la UNT.

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