Adolfo Ibáñez se recibió de médico, tiene su consultorio, pero nunca abandonó su pasión por el karting

Adolfo Ibáñez se recibió de médico, tiene su consultorio, pero nunca abandonó su pasión por el karting

Cuando no está en el consultorio, le da rienda suelta a su otra faceta: la de coleccionista de autos clásicos y piloto de karting. A principios de marzo, ganó la primera fecha del Anual santiagueño en la categoría de 150cc. Y va por más.

EN EL CONSULTORIO. El doctor Adolfo Ibáñez con su casco de karting, en el que homenajea a sus mascotas. EN EL CONSULTORIO. El doctor Adolfo Ibáñez con su casco de karting, en el que homenajea a sus mascotas. Foto: José Nuno (La Gaceta)

Las imágenes que ilustran el éxito o el fracaso suelen pecar de superficiales: detrás de cada puño en alto y de cada gesto de disconformidad o angustia se ocultan historias de sacrificio, de perseverancia, de fe y hasta de obsesión. Y la que muestra a Adolfo Quinto Ibáñez en lo más alto del podio levantando el trofeo de ganador de la primera fecha del Anual Santiagueño de Karting es sin dudas un ejemplo de ese iceberg de significado: ese triunfo comenzó a gestarse desde muy pequeño, cuando por alguna razón que él mismo ignora -a lo sumo, conjetura- se le metió una pasión desenfrenada por los autos. No fue cuestión de herencia ni de entorno. "A veces pienso que me concibieron en un auto, sino no se explica. A mi viejo no le gustan particularmente los autos, sólo disfruta de subirse y manejar. En cambio a mí me apasionan de toda la vida. De chico tenía colección de autitos, y de grande comencé a coleccionar autos clásicos, que no mando ni al taller ni a lavar porque no quiero que me los toquen. De eso me ocupo yo", se describe Adolfo.

Si bien el primer contacto de Adolfo con el karting fue de niño, no pudo dedicarse a eso sino hasta después de completar la carrera de Medicina. "Los mejores, como (Michael) Schumacher o (Max) Verstappen, empiezan desde muy chiquitos. Yo a los cinco años manejaba un karting, era mi pasión, pero en mi casa no querían que me dedicara a eso. En lo que sí me apoyaron después fue con el tema de comprar autos clásicos para restaurarlos. Comencé a hacerlo con un nivel que prácticamente no se ve en Tucumán, porque te diría que somos pocos en el país los que somos así de obsesivos con esto. Yo me desvivo. Si tengo un problema, si se rompe un cable o tengo algún problema que no puedo resolver, no puedo dormir. Me pongo a leer libros y manuales hasta dar con la solución. No llevo los autos a los mecánicos, los arreglo yo. Y también me ocupo de lavarlos porque no quiero que me los rayen ni nada. Y tampoco me gusta mucho subir gente. Por ahí los uso un rato, los lavo y los vuelvo a guardar. Trato de no sacarlos mucho, porque no quiero que les pase nada", asegura, sin molestarse en negar que su fanatismo es rayano en lo extremo.

Eso tiene un precio, y no se refiere sólo al considerable costo de comprar, acondicionar y mantener sus joyas de colección. "Llega un momento en que eso te pasa factura. Te come la cabeza estar pensando siempre en esto, renegando con que no se consiguen repuestos, preocupándote por si se rompen o te los rayan en la calle. Además, yo tengo mi propio taller, y pasar tanto tiempo ahí implica alimentarte como podés, comiendo sánguches, facturas, tomando gaseosa, desvelándote. Me di cuenta de que no era sano cómo estaba viviendo, así que decidí enfocarme en algo que sí lo fuera: hacer algún deporte. Y pensé en hacer eso que siempre había querido hacer de chico, pero que en su momento mis viejos no me habían podido bancar. Ya me había recibido y estaba ganando mi propia plata, así que me dije que lo iba a hacer", cuenta.

La opción del automovilismo estuvo descartada desde el principio por una cuestión de costos. "Es carísimo, no se podía. El karting también es muy caro, pero me lo podía bancar. Así que en mayo del año pasado me compré el karting, más que nada como para tener un hobby. Dar vueltas en la pista, entrenarme. El tema es que, cuando me lo compré, ya me embalé y quería correr. Y para eso también tenés que empezar a comprar ruedas, motor y un montón de cosas. Además, generalmente en esto se empieza desde muy chico, no a los 27 años. Y a eso había que sumarle que estaba fuera de estado físico. Yo estaba con 86 kilos, y tengo que competir contra chicos de entre 18 y 24 años que son fisicudos, flaquitos, pesan 60 kilos. Estaba excedido de peso, así que me planteé hacer un cambio general en mi estilo de vida", recuerda Adolfo, que comenzó a investigar sobre alimentación y a probar estrategias que le permitieran mejorar su condición física y mental.

Es que en deporte como el karting, cada detalle se traduce en décimas de segundo que definen una carrera o una clasificación. "Para manejar un karting, tenés que tener el don, pero con eso no te alcanza. Si querés competir y ser bueno, tenés que entrenarte, cuidar tu alimentación, tu descanso, estar bien de la cabeza. Eso es lo más difícil. Se trata de mejorar de décimas de segundo. Ganás o perdés una carrera por esa diferencia. De hecho, perdí una carrera por una décima, justo me sacaron una foto", cuenta, mientras comparte la instantánea en la que, efectivamente, su karting atraviesa la línea de meta centímetros después que su rival.

"Y ahí empezó la locura. El tiempo que antes gastaba en acondicionar los autos, ahora lo gasto en ver cómo puedo mejorar mis tiempos. Probé de todo: bajando de peso, haciendo ayunos de 24 horas, entrenando fuerza, lo que fuera. Por otro lado, yo hago homeopatía al igual que mi papá y mi abuelo, así que empecé a buscar remedios que me sirvan para las carreras. Que me ayuden a estar motivado y a no tener miedo. Es complicado no tener miedo", asegura.

Esto resulta llamativo: por lo general, la mirada que existe sobre los pilotos es que se trata de personas sin miedo. "No, todo lo contrario. Por ahí hay algunos que son más inconscientes de los riesgos, pero el miedo siempre está", desmitifica Ibáñez.

Adolfo Ibáñez se recibió de médico, tiene su consultorio, pero nunca abandonó su pasión por el karting

La primera del Doctor

A pesar de haber comenzado en el karting hace relativamente poco, esa obsesión por los detalles le permitió a Adolfo lograr su primer triunfo en su octava carrera. Con la estructura del Tuna Racing Junior, el tucumano tuvo una brillante actuación en la pista Josh Gubaira del kartódromo Francisco de Aguirre, en la que se impuso en la categoría más importante, la de 150cc, que se disputó a 14 vueltas.

"Estaba muy enfocado, a un nivel en que la visión se te convierte en algo así como un túnel: no podés ver para los costados, ni para arriba ni para abajo. Sólo para adelante. Te sentís como una máquina. Hacés lo mismo en todas las vueltas. Te das cuenta de que el de adelante va nervioso y pendiente de vos que venís atrás, y que por dónde lo vas a intentar pasar. Yo en cambio sólo pensaba en hacer lo mío, y cuando lo pasé, no se me dio por mirar atrás. Así gané mi primera carrera", relata el "Doctor" de la velocidad.

La segunda fecha del Anual santiagueño será a mediados de mayo, pero Adolfo ya piensa en cómo planificará la carrera hasta el más mínimo detalle. Como hace con todo lo que le apasiona.

Equilibrio

Por supuesto, no resulta fácil congeniar su faceta de piloto de karting con la de médico, pero Adolfo es así: no sabe lo que es descansar ni relajarse. "Las dos cosas me llevan tiempo. Por ejemplo, hoy estoy en el consultorio de 10 a 22. Todo el día. Pero mientras tanto aprovecho que estoy acá y cuando tengo un tiempito libre agarro el celular y me pongo a ver carreras en la pista en la que voy a correr, para ver cómo pasan, por dónde pasan, cómo toman las curvas. A veces transpiro viendo las carreras. De eso se trata: de ser una máquina, de perfeccionarte lo más que puedas, porque pestañeás o te distraés por un instante y ya perdiste décimas de segundo. A veces estoy tan en modo máquina que después me preguntás cosas sobre la carrera y no me acuerdo nada. Y aunque cuando me bajo del karting no siento nada, después estoy como una semana para recuperarme del todo", confiesa.

Adolfo reconoce que su obstinación con sus objetivos también repercute en su noviazgo. "Nos vemos dos o tres veces por semana, y por ejemplo ella a veces quiere tomar un helado y yo no porque me cuido para esto. Algunos me dicen que me relaje un poco, que no me vuelva loco, pero pasa que si me pongo algo en la cabeza, me obsesiono con eso hasta que lo consigo", admite.

Adolfo espera seguir haciendo esto por mucho tiempo: "yo sé que nunca voy a vivir del karting. Acá no gano plata, sino que la pierdo. Entonces es un incentivo para mejorar en mi trabajo, porque si no cumplo con mis horarios, no voy a ganar lo suficiente como para seguir bancándome esta pasión. Al mismo tiempo, el karting es mi cable a tierra, porque cuando me pongo el casco, me olvido de todo lo demás. Me olvido de que soy médico y tengo pacientes. No contesto los mensajes, me abstraigo de todo. Lo único que pienso es hacer esto cada vez mejor".

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