“Nuestros políticos suelen unirse para construir poder, pero no para hacer reformas”

“Nuestros políticos suelen unirse para construir poder, pero no para hacer reformas”

El acuerdo entre Menem y Alfonsín en 1993 (Pacto de Olivos) derivó en la reforma constitucional que permitió la reelección presidencial. El Pacto de Acassuso entre Macri y Milei puede ser asimilado al que 30 años atrás cerraron Menem y Alfonsín en Olivos, según Iglesias Illa, el periodista y ensayista que entre 2015 y hasta después de la primera vuelta trabajó en la comunicación de los mensajes macristas.

ANÁLISIS. “El Pacto de Olivos fue impopular tanto para Alfonsín como para Menem”, sostuvo Iglesias Illa. ANÁLISIS. “El Pacto de Olivos fue impopular tanto para Alfonsín como para Menem”, sostuvo Iglesias Illa.

El Pacto de Olivos es una parada obligada del viaje democrático iniciado en 1983. De ese entendimiento protagonizado hace tres décadas exactas entre el entonces presidente Carlos Menem y su antecesor, Raúl Alfonsín, se desprendió la última reforma de la Constitución Nacional (1994). Hernán Iglesias Illa, periodista fundador de la revista Seúl y hasta hace poco integrante del equipo del ex presidente Mauricio Macri, analiza que el acuerdo de Olivos guarda semejanza con el que, en su casa de Acassuso, el líder de Pro cerró con el presidente electo, Javier Milei. Esta alianza nació al día siguiente del acceso de Milei al balotaje contra el peronista Sergio Massa. Aunque el impacto del Pacto de Acassuso aún es incierto, el reto es seguir los pasos de Menem y de Alfonsín, y llevarlo más allá de una victoria electoral o, incluso, de la gobernabilidad. “Nuestros políticos suelen unirse para construir poder, pero no para hacer reformas”, apunta Iglesias Illa durante una entrevista remota con LA GACETA.

De la mano de Marcos Peña, Iglesias Illa entró a la política en tiempos de la campaña de Cambiemos que depositó a Macri en la Casa Rosada (este ingreso quedó retratado en su libro ‘Cambiamos’ [2016]). Tras esa experiencia de gobierno, Peña se apartó, e Iglesias Illa mantuvo sus tareas de formulación y comunicación del mensaje macrista: en paralelo, fundó Seúl, una revista que enfoca la política y la sociedad argentinas con las premisas del libremercado y de la modernidad imperantes en Corea del Sur, y que se ha convertido en un espacio de contención para el pensamiento “surcoreano” criollo.

En los días subsiguientes a la derrota de Patricia Bullrich, delfina de Macri en estos comicios, Iglesias Illa hizo dos cosas. Por un lado, anunció públicamente su retorno al periodismo y al universo de las ideas: es decir, la vuelta a “Hernanii”, su alias prepolítico. Por otro lado, escribió un artículo en el que trazó una analogía entre los pactos de Olivos (1993) y de Acassuso (2023): esa comparación disruptiva es la razón por la que, diario posbalotaje mediante, se concertó este diálogo. Pero Iglesias Illa tiene una experiencia personal de la cocina política de los últimos tiempos que, si no cambió al país, sí lo cambió a él. “Hubo unos primeros años de mucho idealismo. Peña no sólo quería cambiar la economía, sino también la cultura. Al mismo tiempo, como cualquier persona con mucha convicción y seguridad, era una posición arrogante donde se entendía que nosotros teníamos la verdad. Y, después, como pasa con todo, empieza a ser un trabajo”, resume.

Cuando esa tarea que era muy idealista se transformó en un trabajo, comenzaron a surgir rasgos desagradables. En el área de comunicación, Iglesias Illa desarrolló una alergia hacia la tendencia creciente a publicar versiones extraoficiales. “Me irrita cómo los políticos usan tanto el off the record con los periodistas y estos lo publican. Ello genera grandes problemas porque la gente habla de más. Hay un círculo vicioso que planta enfrentamientos innecesarios. A mí esa ‘rosca’ no me gustó”, apunta. Y agrega que en la política hay mucho ruido: “uno derrocha tiempo y energía mental en cosas que parecen urgentes y que pronto dejan de importar. Por eso me dieron ganas de dar un paso hacia atrás, y de volver a escribir libros y acerca de temas más alejados del día a día. Por suerte armé lo de Seúl, que es una plataforma donde puedo construir esta vida, e interrogarnos y debatir para traer cosas nuevas a una discusión política que muchas veces no las tiene”.

- ¿Cómo se te ocurrió la comparación entre el Pacto de Olivos y el de Acassuso?

- Esta idea apareció mientras veía la impopularidad tremenda (que había generado el acercamiento a Milei tras el balotaje) y el castigo que caía sobre Macri, pese a que Patricia había tenido la iniciativa. Ella fue la que impulsó el encuentro e, incluso, la que quiso que sucediera al día siguiente de su derrota en la primera vuelta. Macri acompañó: se dejó llevar por ese vendaval que es Patricia. Obviamente que, después, la responsabilidad le cabía a él. Pero esa cena con Milei fue una acción muy criticada, más allá de por los radicales Gerardo Morales y Martín Lousteau, también por columnistas como Carlos Pagni, Marcelo Longobardi y Joaquín Morales Solá. Pero, con los aniversarios de la Constitución (la sanción de la versión original cumplió 170 años en mayo), yo pensé que se olvida un poco cuán impopular fue el Pacto de Olivos tanto para Alfonsín como para Menem: eso fue lo que creó aquella corriente antipolítica de los años 90 que eclosionó en la crisis de 2001.

- ¿Por qué?

- En ese momento, 1993, la opinión pública y el periodismo ladraban contra el acuerdo de Menem y de Alfonsín. Y, luego, existía una cierta nostalgia por el nivel de los convencionales constituyentes de las reformas previas. No había para nada esta percepción de Menem y de Alfonsín como estadistas que vemos ahora con 30 años de distancia y de ventaja. Entonces, me pregunté si esta decisión impopular o poco prestigiosa en el corto plazo de Macri, cuya opción principal (por Bullrich y Luis Petri) había sido derrotada, y ante dos alternativas por las que debía elegir o no, como en general hizo el radicalismo, que prefirió no elegir, podía transformarse con el tiempo en algo beneficioso primero para él; en segundo lugar, para su partido, y, en tercer puesto, para el país en general. Por eso comparé las decisiones de Macri y de Alfonsín, que, además, tenían muchas cosas en común.

- ¿Cuáles?

- Al momento de hacer los acuerdos, los dos llevaban cuatro años como ex presidentes. Los dos mantenían una relación rara con sus propios partidos políticos porque habían tratado de jubilarlos y no habían podido: de hecho, Alfonsín, poco después del Pacto de Olivos, vuelve a ganar la presidencia del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical, algo que, por el momento, Macri parece no tener intenciones de hacer. Los dos acordaron en secreto absoluto, a escondidas de sus correligionarios y compañeros de partido. Los dos actuaron como actuaron para aliarse con quienes consideraban hasta cinco minutos antes como sus competidores o rivales directos: el radicalismo venía siendo muy duro con Menem por las políticas que tachaban de neoliberales y por la corrupción. Y, en los dos casos, estos acuerdos fueron desafíos inmensos para el mapa político de su tiempo. Yo tengo la lectura de que a Alfonsín no le importó para nada lo electoral y que cantó “falta envido” pensando en su vieja frustración de no haber podido durante su mandato modificar la Constitución para atenuar el presidencialismo. Pudo cumplir ese deseo en el 94 con la inclusión de la figura del jefe de Gabinete, que después no logró su cometido, y con la regulación de los decretos de necesidad y urgencia. En sus ideas de siempre también se inscribe la autonomización de la Ciudad de Buenos Aires.

- ¿Y cuál es tu visión sobre lo que Macri ponderó para unirse a Milei?

- Tuvo más claro la cuestión electoral. La primera razón fue propiciar la derrota de Massa porque tanto él como Patricia veían a su triunfo como un cambio estructural de largo plazo en la Argentina. Eran muchos los que lo proyectaban como alguien con la inteligencia y la capacidad suficientes para generar un esquema de poder peronista si no hegemónico, sí muy estable. Macri habló menos sobre esto y no tengo claro que así sea, pero tal vez pensó cuánto valía o no la pena romper Juntos por el Cambio, o si lo rompía o no por apoyar a un candidato en el balotaje. Yo creo que si Milei perdía, al final Juntos por el Cambio se iba a mantener unido sin problemas. Hoy hay una pregunta importante sobre eso. Los gobernadores radicales empiezan a cuestionarse si deben o no apoyar al ganador que propone una serie de reformas, por ejemplo para el mercado laboral, las finanzas y el Estado, que ellos pidieron durante tanto tiempo. Todavía no hay una respuesta, pero se ve mayor indecisión que hace un par de semanas cuando los voceros del radicalismo eran Morales y Lousteau. Hay que mirar cómo sale la renovación del Comité de la UCR el mes próximo: el partido girará para un lado si gana (Gustavo) Valdés, gobernador de Corrientes, o si lo hace Lousteau.

- Es muy difícil ser contrafácticos: imaginar algo que no pasó. Pero vos rescatás las visiones de Alfonsín y de Macri sintetizadas en la frase “si no hacemos esto, pactar con Menem o con Milei, lo que viene es francamente peor...”

- Alfonsín defendió siempre el Pacto de Olivos con el argumento de que, si Menem no lo hacía con él y la UCR, iba a hacer de todas maneras una reforma constitucional por su cuenta que sería peor. Macri puede decir ahora que si no se acercaba a Milei, ganaba Massa y podía ser peor, aunque él y su grupo mantuvieran cierta pureza e independencia, que no sirven para nada. Estas son las decisiones que, de alguna manera, toman los políticos de verdad. Hay una opción mala y otra que es peor: no existe una buena. Así como Alfonsín dijo “o pacto con Menem, que es mi gran adversario, o este hombre hace una Constitución que, lejos de atenuar el poder presidencial, lo va a incrementar”, Macri dijo “o me acerco a Milei, a quien vengo criticando, o gana Massa”. Si bien durante la campaña de Patricia algunos le pedían que fuera más enfático, él no quería perder los canales de comunicación con Milei no por lo que pasó, sino con la idea de que, si Juntos por el Cambio llegaba al balotaje, iban a tener que pedir sus votos o, ya en la Presidencia, hacer acuerdos con los libertarios con bancas en el Congreso. Me parece apasionante esto de los políticos cuando reconocen las opciones reales que tienen, una mala y otra peor, hacen sus decisiones, y tratan de convencer a sus seguidores y a la opinión pública, que no lo va a entender en el corto plazo, que es lo correcto. A Macri le fue bien en el primer paso, que era que Milei ganara, ahora necesita que no sea un desastre absoluto. En atención a la fragilidad que existe, esta segunda parte es más difícil.

- ¿Cuál es tu percepción al respecto?

- Con el dramatismo de los argentinos, algunos piensan que o Milei baja la inflación y le va fenómeno, y se transforma en un prócer, o dura cuatro meses y se tiene que ir. Mi experiencia con la Argentina es que al final las cosas duran mediocremente mucho tiempo, y puede pasar que Milei haga un gobierno “más o menos”, y termine su mandato. Ya no creo más en esta dicotomía “tragedia-olimpo” de la Argentina. Siempre nos las ingeniamos para ni liberarnos del todo de nuestros problemas ni caer del todo en la desgracia.

- La famosa mediocridad...

- Para mí es el escenario más probable, o el de base con una corrección para un lado o para otro. Si se da eso, Macri habrá tenido éxito.

- En este análisis de los pactos, es llamativo cómo se rompió el acuerdo tácito entre el ciudadano común y las corporaciones que antes funcionaban como referencia. En el balotaje, la dimensión corporativa convocó en forma masiva a votar por Massa y eso no pasó. ¿Por qué?

- Para mí esto es una novedad. Existe el diagnóstico de que, si querés contentar a todas las corporaciones, no alcanza la plata y, de hecho, es lo que pasa. La gente empieza a ver que si querés satisfacer a todos los grupos, se joden los ciudadanos de a pie. A mí me sorprendió la respuesta de Milei por los créditos UVA, algo que sigo de cerca porque soy un deudor UVA. Yo sé que hice un buen negocio porque la propiedad está valuada en dólares, aunque obviamente la cuota aumentó mucho y ojalá no tuviera que pagarla. Los políticos ante esto dan respuesta de políticos: empatizan con los deudores y dicen que tratarán de hacer algo. Milei, en cambio, lanza un “banquensela porque hicieron un buen negocio y, aparte, no hay plata”. ¿Y por qué el Estado va a usar el IVA de los fideos, por decirlo en términos de Twitter, para pagar los créditos UVA? No sé si esto es coraje o demencia, pero hay alguien que es capaz de decir esto y no lo queman instantáneamente en la pira pública. Eso ha cambiado, y es importante que se internalice que si se quita un privilegio o un derecho a un grupo quizá es para beneficiar al conjunto. Hasta ahora, si uno decía “facilitemos la importación de indumentaria”, respondían “caerá terriblemente el empleo en la industria textil”, sin importar que se beneficiaban 45 millones de personas con la compra de ropa más barata. ¿Quiénes terminaban ganando? Los 500.000 trabajadores textiles, lo mismo que Tierra del Fuego y tantos otros sectores. Esto es un clásico de la economía política: los que son pocos y organizados tienen más poder que la masa desorganizada. Veo que esto es distinto ahora y que a lo mejor ayude el año que viene a hacer reformas cuyos resultados tardan un poco más que lo que la gente estaba dispuesta a esperar.

- En tu comparación sobre los pactos se advierte que los observás como posibilidades virtuosas de reseteo: ¿son oportunidades de volver a empezar en el sentido de que priorizan la coincidencia antes que la lucha política?

- Yo diferenciaría a los políticos que se unen para salir de una crisis, y construir poder y legalidad en el buen sentido, como podrían ser Menem y Eduardo Duhalde en 2002, de los que se unen para reformar y transformar. En general no ha habido alianzas transformadoras en la Argentina, y es lo que vienen pidiendo periodistas y empresarios desde hace años: el fin de la grieta, y “el acuerdo en cuatro o cinco cosas”. Es muy difícil porque la gente piensa distinto. Veremos si el acuerdo con Milei es o no reformista porque, además, está demasiado institucionalizado el “toma y daca”: para apoyar una medida se recibe algo, aunque quien dé ese apoyo esté perfectamente de acuerdo con ella. Hay que negociar todo y eso cuesta carísimo. Lo generoso sería acompañar una reforma laboral sólo tratando de mejorar su diseño en las comisiones del Congreso. Si esto ocurriera, sería una alteración auténtica del orden político fundado en el “toma y daca”.

- Cumplimos 40 años de democracia. ¿Qué te sugiere este periplo?

- Cada año que pasás en democracia acumula algo de memoria institucional, de convivencia y de reglas que, aunque no las veas, están. En los 90 había una visión más cínica de la democracia: se creía que existía un poder oculto y que no era la democracia la que gobernaba el país. Las instituciones han ido mejorando de a poquito, algunas menos, y creo que el kirchnerismo fue, en su relacionamiento con la Justicia, los medios y la oposición, un desafío fuerte a esto porque frenó desarrollos, pero el sedimento dura. Incluso ahora que muchos de los defensores de Massa decían que estaba en peligro la democracia, me parece que nadie lo creía realmente. Y esto es lo que está generando un límite en Milei: él siente que no puede adoptar las posturas fronterizas que enunciaba hasta hace un año. La sociedad no quiere que él sea un llanero solitario llevándose puestas las instituciones con tal de bajar la inflación o de castigar a los kirchneristas. Lo veo incluso a Milei disfrutando de la parafernalia de las instituciones.

Bio

Hernán Iglesias Illa (“Hernanii”) es licenciado en Comunicación Social (Universidad Austral) con un Máster de Periodismo del Diario El País y la Universidad Autónoma de Madrid (España). Durante su etapa neoyorquina escribió en diarios y revistas de América Latina (La Nación, Gatopardo, Orsai, Rolling Stone y Etiqueta Negra, entre otras). Publicó los libros “Golden Boys” (2007), “Miami” (2010), “American Sarmiento” (2013) y Cambiamos (2016), diario de la primera campaña presidencial de Mauricio Macri. En 2014, volvió a la Argentina donde fundó y editó La Agenda, una revista diaria digital de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En el Gobierno de Macri se desempeñó como subsecretario de Comunicación Estratégica en la Jefatura de Gabinete. Es fundador y editor de la revista Seúl.

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