Una Argentina atravesada por los milagros

Una Argentina atravesada por los milagros

La incertidumbre, los escándalos y la angustia dominan el estado de ánimo de un país que se aproxima a la primera vuelta electoral.

Una Argentina atravesada por los milagros
15 Octubre 2023

Por José Claudio Escribano

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Los argentinos se levantan a diario con la angustia de los alemanes de 1923, año de la primera gran crisis ulterior a la Primera Guerra Mundial: ¿cuál será la noticia catastrófica del día?

Saben que el actual estado de cosas no puede continuar así indefinidamente. No se preguntan, sin embargo, como los alemanes de aquella época, cuán próximo es un alzamiento callejero, el estallido de un golpe militar, o el intento de una secesión territorial. No tienen hasta la fecha presagios conminatorios para preguntarlo, pero viven en situación de milagro institucional.

Hay un contraste palmario entre la gravedad de las causas de degradación generalizada de la política y la economía, con las consiguientes consecuencias de miseria sobre la población e involución del país, y los efectos a la vista todavía sobre el curso de las instituciones que conforman el Estado. Es un fenómeno tan extraordinario que debería celebrárselo por el valor de la sedimentación de cuarenta años continuos de democracia.

En 2001 y 2002, a mitad de camino en esta era histórica, se sintió por debajo de las estructuras políticas un sismo de magnitud considerable, y la plasticidad institucional resistió la crisis al precio de dejar al presidente Fernando de la Rúa, y a varios sucesores inmediatos, por el camino. ¿Cuántos fenómenos parecidos podrá tolerar el sistema sin acuerdos sustanciales y perdurables que prevengan y amortigüen el escalonamiento de infortunios que desquician a la sociedad por entero?

Aquel ejemplo elocuente confirma que las edificaciones se consolidan por el transcurso de los años. Más golpes no podrían haberse asestado sobre las instituciones que fundamentan la democracia. Soportan lo indecible, con una pobreza gigantesca, ahora del 40,1 por ciento de la población, y la corrupción de las mafias que se reparten con descaro los dineros públicos de una sociedad por largo tiempo inconsciente, o renuente a tomar conciencia de que la vejan los que más dicen protegerla.

“Viva la Pepa”, habrá brindado Martín Insaurralde, aún entonces jefe de ministros del gobernador Axel Kicillof por imposición de la familia Kirchner, cuando descorchó el buen champán, en aguas del Mediterráneo tan cercanas a Marbella, con la modelo que lo escoltaba. El influyente periódico uruguayo Observador ranqueó a la dama en la novedosa categoría de “modelo erótica”.

El de Insaurralde fue un gesto de temeridad atroz y el imaginario brindis de “Viva la Pepa” estuvo en las antípodas de la exaltación cívica de los españoles que lo echaron a correr hacia la fama en 1812 en manifestación de alegría por la constitución liberal lograda un 19 de marzo, día de “los Pepes”. Era el enésimo gesto temerario en su insólita carrera de caudillo bonaerense, pero el último, también, al cabo del hartazgo ciudadano con “la casta política” que certificaron las urnas de las elecciones primarias y abiertas del 13 de agosto. Insaurralde había actuado, por fuerza de una inercia compulsiva, con la infatuación de las conductas habituadas a que todo sea posible. A que no haya límites morales y políticos de ninguna índole.

En el próximo turno, el de la primera vuelta del 22 de octubre, habrá elementos más definitorios para interpretar si la abstención del 31 por ciento de agosto fue efectivamente una expresión de castigo a “la casta”. O, si fue algo más profundo todavía: el prenuncio de una ira colectiva en aumento contra el sistema, sus estructuras y resultados, y no solo contra la dirigencia política que ha envejecido en cargos públicos.

Ver a las instituciones democráticas de pie entre tantas heridas gravísimas que se le han inferido sin que el país pasara un solo día de estos cuarenta años por una guerra, es, verdaderamente, un milagro. Pero no es el único fenómeno de carácter pasmoso que llama nuestra atención.

Milagro es que a días de la primera ronda de las elecciones presidenciales Javier Milei se mantenga al tope de los pronósticos electorales. Lo dicen los encuestadores, que tanto yerran, pero tiende a confirmarlo la presteza adulona, y olfato experimentado, de los empresarios que apresuraron el almuerzo marplatense de IDEA con Patricia Bullrich para correrse a un encuentro con el mismísimo candidato que los había desairado al dejar su sitio vacío en el encuentro organizado con la anticipación debida. Entre ellos, había algunos de los que en su momento descubrieron, después de haberlo escuchado al ministro del Interior, Eduardo de Pedro, en sus breves horas de candidato presidencial del kirchnerismo, que estábamos poco menos que ante una nueva figura estelar de la política nacional.

Milagro es que se haya abierto la posibilidad de que pueda acceder a la Presidencia de la Nación el político de menor contención emocional de que haya memoria desde la Primera Junta de Mayo, de 1810. Los ha habido perversos, inútiles o intrascendentes, pero sin encarnar ninguna de las propiedades tan ajustadas a los requerimientos de la nueva cultura global que se cultiva por las redes sociales. Que mintió, como se miente desenfadadamente por las redes, en el primer debate presidencial sobre el perdón que habría manifestado al Papa por las ofensas gravísimas vertidas contra éste años atrás. Que mintió sin importarle la letra fresca de los renovados ataques que le ha hecho, bien que algo morigerados en relación con anteriores apreciaciones, al señalar su connivencia con “dictaduras sangrientas” de la izquierda latinoamericana.

Milagro es que el Instituto Sanmartiniano u otras instituciones nacionales consagradas a la defensa de las tradiciones y culto de los padres de la nacionalidad hayan mantenido silencio ante las expresiones del economista a quien Milei ha presentado como el que aplicará la piqueta demoledora sobre el Banco Central si llega a la Casa Rosada. Sería, desde luego, un milagro que nadie pague un precio social de algún tipo como derivación mediata de habérsele atribuido a Mitre ser el artista cincelador de una figura fantasiosa, y no el primer historiador científico de la Argentina, que concibió a San Martín como un genio militar de la emancipación sudamericana.

Ahora resulta que desde el clan de Milei se replantea la historia documentada por Mitre y se antepone el nombre de Carlos de Alvear al de San Martín en consonancia con una vieja versión de la familia de aquel otro. Se ignora el estudio concienzudo hecho por Mitre del archivo personal de San Martín que Balcarce puso en manos del primer presidente de la Argentina organizada definitivamente sobre las bases constitucionales de 1853/60 y las entrevistas que este hizo con jefes que habían combatido al lado del Libertador.
Inesperada coincidencia. Desde el mileísmo se funda un nuevo panteón histórico. Otro tanto realizó el kirchnerismo, que construyó el propio, dejando afuera a Mitre, a Sarmiento y a Roca.

Milagro es la performance inverosímil del político de papel duplicado, y a tono con su personalidad versátil, de candidato y ministro, mago y trapecista, haciendo desde lo alto del circo criollo viejos y arriesgados trucos sin precipitarse aún al vacío. Milagro es que llegue al domingo 22 con la chance que se le atribuye de obtener la segunda posición y el derecho de ir al ballottage en medio de la tormenta económica y social que truena cada vez más fuerte en su gestión.

Milagro será que Patricia Bullrich remonte en los últimos días una campaña electoral que pudo haber comenzado como favorita y debió haberla llevado sin sobresaltos por lo menos a la primera vuelta. Ha debido afrontar situaciones de desconcierto originadas por la crispación de los enfrentamientos en Juntos por el Cambio hasta el logro de la candidatura.

Las asperezas de una contienda electoral interna en última instancia se entienden por excesivas que hayan sido. ¿Pero cómo explicar el desafinamiento del expresidente Mauricio Macri cuando ha hablado de un tiempo a esta parte en el papel ajeno al que sería más natural en su caso, el de oficioso pater familiae?

Milagro será, a esta altura, que Macri se llame a un prudente silencio y deje de comportarse como el eterno play boy que salta de una mesa de bridge en Europa a la dudosa compañía de los prohombres que regentean el sucio fútbol mundial, y de allí a un aula de gran prestigio académico. En principio, son esas cuestiones personales; el problema es que en los intersticios de tiempo libre Macri se atreve a formular grandes definiciones políticas sin el pulso debido de lo que más conviene o no a la suerte en juego de los candidatos de su partido, el Pro, y de la coalición que integra.

Milagro sería saber a ciencia cierta si Macri comprende la magnitud de las torpezas que lleva cometidas desde que su larga indefinición sobre las funciones que asumiría en el proceso electoral de 2023 llevó a un apresurado, enconado y dañino enfrentamiento para todos en Juntos por el Cambio, y en particular entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich. Saber, en fin, si haber caído en reiteradas necedades ha sido por las frecuentes distancias que Macri ha tomado de la política práctica, que exige presencia activa y focalización, y anula cualquier margen de distracciones. O, bien, si estamos ante una estrategia personal deliberada que explicaría el ninguneo que afectó, primero, el eventual encumbramiento de Rodríguez Larreta, y el posterior y demorado apoyo a Bullrich en manera tan singular que, si esta llegara a triunfar, podrá decir que lo ha hecho sin deudas con otra jefatura fuera de la que ella misma encarna.
Milagro cumplido ha sido que Patricia Bullrich se resolviera, a espaldas de una ineficaz orientación de su campaña, a entablar al final un duelo de ideas y estrategias con Javier Milei. Eso ha significado amenguar la obsesión por apuntar machaconamente contra el kirchnerismo. De lo que resta de este ya se ocupan las redes de una cruel realidad y, de forma más solapada, la personalidad elástica del candidato presidencial y ministro de Economía, el tercero en discordia y quien asegura, con los otros dos candidatos, que al menos por el camino de las urnas no asoma una revolución chavista en la Argentina.

© La Nación

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