Pablo Vera repasa su vida sobre y abajo del escenario

Pablo Vera repasa su vida sobre y abajo del escenario

“Yo quería jugar con muñecas... ¡Y qué!” se estrena en el teatro municipal Rosita Ávila. Los momentos.

APRENDER DIVIRTIÉNDOSE. Pablo Vera eligió diversos momentos relevantes de su vida para su unipersonal “Yo quería jugar con muñecas... ¡Y qué!”. APRENDER DIVIRTIÉNDOSE. Pablo Vera eligió diversos momentos relevantes de su vida para su unipersonal “Yo quería jugar con muñecas... ¡Y qué!”.

Pablo Vera se lanza a recorrer su vida en público en el escenario del teatro municipal Rosita Ávila (Las Piedras 1.550), donde esta noche a las 21.30 estrenará “Yo quería jugar con muñecas... ¡Y qué!”, su primer unipersonal donde aborda momentos artísticos y personales desde un enfoque humorístico. El debut implicará, además, la única función en esa sala, adelanta La Teoría del Gran JA!, a cargo de la producción.

Ese camino empezado en Tucumán y con distintas escalas (y trabajos) hasta el regreso a la provincia sirve de excusa “para dar un paseo amoroso por los caminos andados, esos caminos que nos han ido construyendo pasito a paso”, plantea para LA GACETA.

“Es un espectáculo en el que me animo a estar, por primera vez, solita mi alma en el escenario. Propongo y me propongo jugar todo el tiempo; con el camino recorrido, con las contradicciones, con los aciertos, con las certezas y las dudas. Es una propuesta teatral-audiovisual-retroprospectiva-autobiográfica-ficcional-musical-ontológica y lisérgica. Es una mezcla rara entre la narración oral escénica y el stand up. En esta oportunidad, utilizo como herramienta escénica la pantalla gigante del teatro para apoyar en distintos momentos lo que voy contando con fotos y videos”, adelanta.

- ¿Cuáles son los momentos de tu vida que contás?

- En este espectáculo cuento sobre cómo fui armando esta propuesta teatral, las idas y venidas en el proceso creativo y en la selección del contenido y de qué manera fui entrelazando las imágenes con el texto. Utilicé como disparador de todas las imágenes e ideas que vinieron después una foto mía en la que estoy con un juguete que al parecer no me gusta mucho. Es una foto de mi fiesta de cumpleaños número dos. En lo que respecta a mi vida profesional, elegí momentos que fueron trascendentes para mí, como la primera vez que me subí a un escenario, cuando tuve mi primera experiencia haciendo televisión junto a Darío Vittori, lo que fue Agarrate Catalina, cuando me instalé en Buenos Aires por la beca que me gané para estudiar en la Escuela de Comedia Musical de Julio Bocca y todo lo que me pasó hasta que pude ver mi foto y mi nombre en la marquesina del Teatro Nacional Cervantes.

- ¿Qué implica jugar?

- Jugar es aprender. De niños aprendemos jugando; luego, cuando nos institucionalizamos, esa capacidad lúdica va siendo “pulida” hasta que prácticamente no queda nada porque para aprender “hay que ponerse serio” y con actitud responsable. Es una tarea ardua mantenerse conectado con lo lúdico, imprescindible para los que compartimos nuestro arte en vivo y en directo con el público. Porque jugar también es compartir. Y por eso el teatro está a salvo: ahí encontramos el espacio para jugar y soñar, por un rato, todos el mismo juego, el mismo sueño.

- ¿Cómo estructuraste la obra?

- Está planteada en dos momentos. Primero comparto algunas anécdotas con imágenes y canciones y luego hago un cambio de vestuario y es más interactivo, charlo con la gente, les hago preguntas y quiero que me hagan preguntas. Hay bailarines (Mariana Segovia, Alejandro Rojas y Lourdes Salas, responsable de la coreografía) que me acompañan , incluso con una escena bien hot.

- ¿Implicó algo no jugar con muñecas?

- Nada grave. Pero creo que podría haber sido obstetra, estilista o diseñador de modas (risas). Pertenezco a una generación heteronormativa. Para el niño el color era el celeste; para la niña, rosa. Eso ya grafica perfectamente la forma y el contenido. Esas normas, para mí, podían ser desacatadas. Y así lo hice. No fue fácil, pero como mi familia era disfuncional; aproveché esa grieta y me escabullí, empecé a jugar con tomar decisiones y hacerse cargo de ellas desde los 16 o 17 años. Decidí estudiar teatro y casi todo lo que vino después.

- ¿Cómo te llevas con la autoficcion como género dramático?

- “Yo quería jugar…” es un buen ensayo. Tengo tres obras escritas, una de ellas estrenada. En esta propuesta, mientras escribía el texto, tuve que ir seleccionando los momentos de mi vida que quería contar y qué parte de ellos era necesario ficcionar. Fue arduo tarea para no perder de vista la progresión del hilo narrativo.

- ¿La reivindicación de lo que uno es y quiere es una meta difícil de alcanzar?

- Es difícil si buscás el reconocimiento del entorno. Hoy y después de mucho ir y venir, mi “estar” en el escenario es “vivir escénicamente” ese momento en íntima comunión con los espectadores. Es celebrar la belleza del ritual. Ahí y solo ahí reivindico mi pacto, mi compromiso.

- ¿Con qué querés jugar ahora?

- Ahora quiero jugar con el bienestar, con los desafíos, con las incomodidades, con los logros, con los desaciertos. Porque antes, pero no mucho, estaba demasiado “serio”. Porque, al fin y al cabo, como dice el negro Alejandro Dolina en un tramo de su obra maestra “Lo que me costó el amor de Laura”, en el que el protagonista se encuentra con él mismo cuando era niño, éste le replica: “La vida es solo un juego, en el que no importa perder o ganar”.

Última función: se despide “Réquiem para noches claras”

En un futuro imaginario, aunque bastante posible y probablemente no tan lejano, un hombre se entrena permanentemente para redimirse de un acto que ha cometido de características trascendentales para la humanidad. En esa obcecada preparación van sucediendo situaciones sorprendes y cambiantes que develan aspectos ocultos y causas que lo han llevado a la situación que vive. Este es el argumento de “Réquiem para noches claras”, la obra de Carlos Alsina interpretada por Federico Cerisola que subirá a escena esta noche a las 22, en su despedida, en el teatro independiente El Pulmón (Córdoba 86), que celebra sus 21 años de existencia con este texto, el número 34 de la producción del dramarturgo y director que monta en esa sala. “Terminé de escribirla en 2018, antes de la pandemia y de la actual guerra en Ucrania, que no es otra cosa que una guerra mundial entre intereses imperialistas”, señala Alsina.

Baja un music hall: termina “¿Qué carajo quieren los hombres?”

La sala de la Sociedad Sirio Libanesa (Maipú 575) a las 22 se despedirá el music hall “¿Qué carajo quieren los hombres?”, con las historias de Nora y Patricia quienes, entre divertidas anécdotas y populares canciones de distintas épocas, intentan responder esa milenaria pregunta cuando un viejo amigo invita a una de ellas a un encuentro de imprevisible evolución. La obra de Fabrizio Origlio, con las actuaciones de Celeste Tríbulo y de Meli Berrettoni (foto), con la dirección de Jackie Anastasio Salas, es una propuesta escénica que augura risas y buena música, pero que al mismo tiempo plantea el lugar en el que se encuentran las mujeres hoy en día, reafirmando la lucha de nuevas conquistas que revaloricen su espacio dentro de una sociedad llena de estereotipos y mandatos. Para que nadie se quede sin disfrutar de la última función, se dispuso una promoción especial de tres por dos en la compra de las entradas.

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