Las mil y siete noches

Las mil y siete noches

Por Roberto Espinosa. De un extraño pueblo, obeso de promesas incumplidas.

09 Octubre 2005
Se sentía agobiado. De mal humor. No había logrado aún ganar la gran batalla en un reino que había conquistado hacía pocos años. Luchar contra el analfabetismo -sobre todo el mental- era comparable a una de las hazañas de Hércules. Ató sus pensamientos y el dromedario a la palmera. El rey Shahriyar sólo deseaba arrojarse a los brazos de la voz de la bella Scheherezade e iniciar su noche 1.007, escuchando un cuento. La hizo llamar. Entró cantando: "Y qué hiciste del amor que me juraste, y qué has hecho de los besos que te di..." Al rey se le iluminó el corazón, pero la timidez desbarató las palabras que deseaba decirle. Le pidió entonces una nueva historia de ese pueblo subtropical que crispaba sus nervios, pero que también lo fascinaba. Scheherezade se acomodó el rodete y comenzó."En ese Jardín de la República, había un personaje histórico que se fue reproduciendo como hongo en las distintas generaciones que le sucedieron. Se llamaba Pedro Urdemales. Era simpaticón, entrador, verborrágico, embaucador.
Hambriento de poder, de riqueza, de figuración, tenía el don de la palabra. Su convicción era tal que los pelados creían que comprándole una pomada mágica volverían a tener cabellera, que bebiendo su poción cósmica habría trabajo y salarios dignos, y que, cuando llegara finalmente la prosperidad, los pobres tendrían un buen pasar como él. Sus hijos no padecerían indigencia, ni se alimentarían en los basurales a la vera del río Salí, ni andarían limpiando parabrisas en los semáforos".
Scheherezade tarareó: "y qué excusa puedes darme si fallaste, y mataste la esperanza que hubo en mí..." Bebió un sorbo de vino blanco y prosiguió. "Era, por cierto, un pueblo ávido de esperanzas. Se desesperaba por salir de la postración a la que lo habían sometido los últimos reyes. Como dije, Pedro Urdemales tenía una gran inventiva y poseía diferentes ropajes. Era capaz, por ejemplo, de ser puntero y escalar a edil, a legislador, a intendente y hasta a gobernador. Podía ser también un abogado, un cantor, un general, un contador, un rey o un iletrado. Su poder de mimetismo era tal que sólo se lo descubría por sus promesas que, lógicamente, nunca se cumplían. Además, al cabo de los años, no había un Pedro Urdemales, sino cientos, que se valían de la ingenuidad de los vecinos para acrecentar su poder y el de sus familias, salvo algunas excepciones. Era una sociedad desdichada, obesa de promesas incumplidas".
"¡Sólo un pueblo sin educación puede dejarse embaucar tantas veces!", dijo el rey Shahriyar, ya enojado.
"Las estrategias eran las mismas. Cuando había elecciones les regalaban a los pobres bolsones, chapas, ladrillos, colchones para conseguir su voto. Por ejemplo, un monarca dijo algo fantástico: que los pobladores de Uncos, Burruyacu, cuya escuela era una tapera, tendrían en un mes un nuevo edificio; aún lo están esperando. Prometió que en 90 días le iba a cambiar la cara a la Banda del Río Salí porque quería que un seguidor suyo heredara la intendencia vacante. Pero el rostro de esa ciudad siguió lleno de un hollín que causaba enfermedades a sus moradores y a otras vecindades. La basura amenazaba con caer al río Salí. En la capital, había logrado que su adelantado pelirrojo fuera designado intendente sin que el pueblo lo hubiese elegido. Cuando de acumular poder se trataba, la opinión de los ciudadanos ya no importaba. Uno de sus funcionarios había prometido que en diciembre de 2004 la presencia de los vendedores ambulantes en las calles céntricas sería igual a cero porque se los reubicaría. Había prometido escuelas a granel. Nunca había culpables en las irregularidades de su reinado; como, por ejemplo, las toneladas de polenta destinadas a los pobres y a los comedores escolares, que se habían dejado podrir y servían de alimento a los animales. No se castigaba a los que contaminaban los ríos y el aire. Pedro Urdemales escondía bajo una bella alfombra la ilegalidad en el transporte y el nepotismo, y la Justicia usaba sus vendas para no ver a los verdaderos responsables".
"¿Y cómo termina esta cantilena?", dijo ofuscado el rey. "Y a qué debo dime, Pedro, tu abandono, y en qué ruta tu promesa se perdió; y si mientes de nuevo te condeno, a que pases tus días en prisión..."

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