Sensaciones

Sensaciones. Es la palabra más escuchada entre funcionarios nacionales, provinciales y municipales. También entre los empresarios y hasta en la sociedad toda. Sensación de que todo puede mejorar dentro de un año, que la inflación se desacelerará paulatinamente, que el cepo irá disipándose en la medida que la confianza retorne a la Argentina, que el país honre sus deudas y presente a sus acreedores un verdadero plan de pagos, sin cambiar tanto las reglas de juego por efecto de la imposibilidad de generar ingresos en medio de tanta recesión. Sensación de que la grieta será un triste recuerdo del pasado, pero que en el presente algunas actitudes de ciertos actores políticos no hacen más que consolidarla y sentir que esas diferencias se profundizarán en el futuro inmediato.

Sensación de que el poder adquisitivo irá recuperándose, lo que implicará que un vasto sector de la sociedad deje de estar más cerca de la pobreza que de esa sensación de constituir la clase media tradicional.

Sensación de que Tucumán puede mejorar los indicadores socioeconómicos con la ayuda discrecional de la Casa Rosada. En ese aspecto, Juan Manzur comenzó a hacer las primeras incursiones por el despacho del ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, que ayer recibió al tucumano antes de asistir a las asunciones de otros dos gobernadores, acompañando al presidente Alberto Fernández: del santafesino Omar Perotti y del entrerriano Gustavo Bordet.

En el comunicado, difundido por la cartera del Interior, se expresó que Manzur confía en que la estrecha relación con el ministro será fundamental para comenzar a cambiar la triste realidad. La provincia necesita no menos de $ 20.000 millones de inyección adicional para encarar obras públicas y cambiarle la cara a la provincia. Esa cifra fue estimada por algunos funcionarios que manejan proyectos ejecutivos, listos para ser financiados por la Nación o cualquier organismo internacional que otorgue financiamiento a tasas razonables. “Wado” de Pedro se ha convertido en el nexo entre Manzur y el cristinismo. Fue quien propició el encuentro entre el gobernador y el presidente del bloque de diputados del Frente de Todos, Máximo Kirchner. Romper el hielo kirchnerista para con quien se desempeñó como ministro de Salud en tiempos de Cristina Fernández no está resultando sencillo. Allí también hay una grieta interna entre la actual vicepresidenta de la Nación y el gobernador tucumano. Pero esa diferencia no llega al punto del observado el martes pasado en el Congreso cuando la ex Presidenta desairó a quien le sucedió: Mauricio Macri.

Tucumán necesita bajar con urgencia sus indicadores socioeconómicos. Los últimos que se difundieron son claros: una inflación mensual del 2,6% en octubre (mañana se reportará la de noviembre, que puede superar el 4%); una desocupación del 10,7%; un índice de desempleo juvenil que trepó al 23,45%; una tasa de informalidad que alcanza al 48,5% de los asalariados del distrito; un nivel de pobreza del 40,4% en el área metropolitana, que se complementa con una indigencia del 6% y una canasta básica alimentaria que ha subido por encima de la inflación oficial (2,8%). Esas son realidades, no sensaciones.

La gran mano de la Nación puede contribuir a bajar algunos de esos índices en el mediano plazo. Es lo que Manzur reclama tibiamente en Buenos Aires, porque ya no puede vivir de prestado. El elevado costo del financiamiento no admite más endeudamiento público. El Gobierno local, como el de otras provincias, aspira a sostener el actual esquema impositivo, por lo que no hay que esperar que se cumpla el Consenso Fiscal y que baje la carga de Ingresos Brutos. Aún más, el fisco local no deja de analizar gravámenes para más sectores de la economía, apelando a la ingeniería impositiva de otras jurisdicciones. La necesidad de dinero tampoco es una sensación. Los $ 427 millones diarios proyectados en el Presupuesto 2020 le resultan escasos a la actual gestión para atender las obligaciones del Estado. La sensación oficial es que los $ 156.224 millones presupuestados no alcanzarán para cubrir el gasto del año que se avecina. ¿Qué hará el Gobierno cuando en marzo deba sentarse a negociar el reajuste salarial del sector público? Esa es una pregunta que incomoda a cualquier miembro del gabinete manzurista.

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