El PJ entró en el radar de Manzur y de Jaldo

El PJ entró en el radar de Manzur y de Jaldo

Una filosa ironía de Martín Caparrós en Argentinismos determina que el peronismo se define por ser siempre “otra cosa”. Cuando las políticas neoliberales del menemismo daban como resultado dos dígitos de desocupación, muchos “compañeros” advertían que “el peronismo es otra cosa”. El mismo pregón recitaron muchos durante los barquinazos del duhaldismo y, sobre todo, durante el kirchnerismo. Que Cristina Fernández de Kirchner fuera candidata a senadora en 2017 por Unidad Ciudadana y no por el PJ es casi el argumento favorito de quienes sostienen, incluso, que la senadora (especialmente ahora que está múltiplemente procesada) sólo quería destruir al movimiento creado por Juan Domingo Perón. Así que miran los “cuadernos” del chofer Oscar Centeno y lo ratifican: “el peronismo es otra cosa”.

Esta “otredad” explica una lógica arraigada en el peronismo tucumano. Muchos de sus principales referentes se caracterizan por plantear siempre, respecto de su futuro político, “otra cosa” distinta de lo que “son” en la función pública. A pesar de que hay reelección consecutiva, en la Argentina y en Tucumán, a instancias del peronismo.

Entonces el gobernador se encarga de que se ventile a través de comunicadores nacionales que coquetea con una postulación nacional. El intendente de la capital filtra mediante voceros oficiosos que no le desencanta explorar un lugar en la fórmula opositora provincial del año que viene. Y el senador nacional por Tucumán manda a decir que tiene cada vez más asumida la decisión de ser candidato a gobernador por cuarta vez, el año que viene, por fuera del PJ.

Claro que en estos postulados hay mucho de amague. Pero también aparece la expectativa de escalar en el cursus honorum de la política, aspirando siempre a más. Surge, además, el hecho de que en el escenario siempre cambiante del país y de la provincia, sobre todo en años de crisis, hay que estar en la gatera siempre listo para lo que pueda presentarse. Sin embargo, lo que busca esta estrategia es que las discusiones electorales refieran a cualquier cosa menos a lo que ya se “tiene”: el cargo que se ocupa.

Entonces Juan Manzur conversa acerca de si este es el momento para dar el salto nacional. Germán Alfaro dialoga sobre si le conviene buscar el escalón provincial el año que viene. Y José Alperovich debate si debe intentar ahora retornar a la gobernación. Pero ninguno, ni por asomo, acepta siquiera discutir si van por la reelección en la Casa de Gobierno, la Intendencia o el Senado. El mensaje es que la continuidad en sus cargos es, para ellos, un derecho político indiscutible. Por eso no lo discuten.

Si buena parte de la “verdad” de la política está en lo que se calla, es irremediable reparar no en lo que dice sino en lo que se hace. Y al respecto pocos hechos en gestación son tan reveladores como la no anunciada decisión de que, el año que viene, la conducción del Partido Justicialista tucumano tenga, en la presidencia y la vicepresidencia, a Manzur y al vicegobernador Osvaldo Jaldo.

Dada la crisis económica y social, la dupla que conduce el Ejecutivo y la Legislatura ha decidido hace tiempo no hablar de candidaturas para el desértico 2019. Mucho menos para el PJ. Sin embargo, los tiempos internos del partido oficialista ya han ingresado en fecha de vencimiento: los mandatos de su conducción, con la ex senadora Beatriz Rojkés de Alperovich a la cabeza, caducan en abril. A más tardar, hay que votar en marzo. Lo que determina que el cronograma electoral pejotista debería estar siendo presentado ya el mes que viene.

En simultáneo con la presión del calendario, la operación política alperovichista para instalar la posibilidad de que el ex mandatario se postule a la gobernación por afuera del PJ habría terminado de decidir a Manzur (Jaldo no necesitaba de que lo convenzan de nada). No fue un mero chisme: cuando el líder de Fotia y secretario de Trabajo, Roberto Palina, le ofreció su Partido de los Trabajadores al senador, la cuestión adquirió un rasgo de verosimilitud histórico: en esa misma salida había pensado Alperovich en 2003, cuando temía que la interna del PJ lo llevara a una encerrona que frustrara su candidatura a gobernador. Palina, luego, declinó el ofrecimiento, pero el hecho ya estaba consumado.

Hace dos semanas, el columnista Juan Manuel Asís ya había planteado en su Panorama Tucumano dominical que si el ex gobernador barajaba “salir” por fuera del PJ, la primera implicancia era que también salía su esposa del justicialismo.

Si la decisión de Manzur de presidir el PJ se confirma en la realidad (en la historia local reciente, el único mandatario que no lo hizo fue José Domato), el gobernador habrá consagrado un movimiento determinante en la búsqueda de un segundo mandato consecutivo.

En primer lugar, estará consolidando poder. La consagración de Manzur como titular del PJ ya tiene discurso: en la crisis, el gobernador debe ser fortalecido institucionalmente a través de la gestión; y políticamente por medio del partido.

En segundo término, procederá a ratificar en los albores de 2019 la fórmula de 2015. Lo cual, obviamente, fortalece a Jaldo, porque ese es uno de los reaseguros de Manzur en su disputa de poder con Alperovich. La fórmula que ideó el ex mandatario es, a la vez, la fórmula contra el ex mandatario. En términos nomenclados en Casa de Gobierno: el senador ha mostrado que, por separado, se les anima al gobernador y al vice; pero no se les va a animar a los dos juntos.

En tercera instancia, hacerse de la conducción del PJ es ordenar y organizar toda la maquinaria peronista en el año de la reelección. Esto es así porque, en los hechos, el partido oficialista se ha convertido, durante este siglo, en una ramificación del Estado tucumano.

La conducción pejotista se completa con funcionarios de Casa de Gobierno, miembros del Poder Legislativo, intendentes, ediles y delegados comunales. Es así desde la gobernación de Julio Miranda (quien acaba de ser dado de alta en el hospital Italiano por una indisposición que sufrió en estos días). Precisamente, la interna contra la ex senadora Olijela del Valle Rivas y el ex vicegobernador Julio Díaz Lozano se resolvió favorablemente para el mirandismo porque el PJ había sido copado con hombres y mujeres con cargos públicos. Entonces, literalmente, el Gobierno echó todo el peso del aparato y no hubo dirigencia histórica que valiese a la hora de contar los votos.

Ese esquema de partido estatizado le permitió a Miranda imponer a Alperovich, un extrapartidario que para más datos venía del radicalismo (fue legislador de la UCR entre 1995 y 1999), como candidato a gobernador del peronismo.

Y esa organización, donde las autoridades públicas son también las autoridades partidarias, es lo que le permitió a Alperovich consagrar a su esposa como titular del PJ en 2007, durante la última gran interna peronista, con el entonces vicegobernador Fernando Juri como contendiente. Juri aplicaba la misma lógica: su lista estaba compuesta mayormente por legisladores. Pero la de los Alperovich tenía mayor peso territorial, mayor aparato y mayor presupuesto. En esa interna, por cierto, el alperovichismo leyó la confirmación a un apotegma que las “águilas” de Casa de Gobierno proclamaban desde hacía tiempo: a los votos, en el peronismo, los tiene el gobernador. Los intendentes aportan poco. Los legisladores, nada. El trato institucional que el pasado Gobierno les deparó a continuación lo confirma. Ninguneo de la Legislatura mediante decretos de necesidad y urgencia que quedan firmes si no son tratados por la Cámara; y dictado, mediante esos DNU, del Pacto Social para sellar el sometimiento de los intendentes, que entregaban toda su coparticipación a la Casa de Gobierno.

Cuando Manzur y Jaldo organicen el nuevo PJ no sólo estarán repartiendo recompensas y castigos entre funcionarios y “compañeros” con cargos electivos, sino que estarán dando un mensaje final a los proalperovichistas que integran el poder político: el partido va a ser manzurista porque el Estado es manzurista.

La cuarta consecuencia surge de las anteriores: si el PJ es una ramificación estatal en Tucumán, sacar al alperovichismo del partido no sólo es removerlo de la política oficial: también es desalojarlo del Estado. Es el fin de la dualidad en el oficialismo: hoy se puede estar en el poder político y reivindicarse alperovichista. Mañana ni siquiera se podrá estar en el PJ si no se es manzurista.

En quinto término, el oficialismo materializa una fantasía gubernamental: la oposición es de su propio palo. Ni siquiera del mismo partido, sino de la misma línea. La misma expresión justicialista de la que han surgido todos los gobernantes tucumanos en lo que va del siglo genera, a la vez, a los oficialistas y a los opositores. En términos más domésticos: la intrascendencia en la que está empantanada la oposición tucumana es tal que, en la escena política, Alperovich es el opositor de Manzur y de Jaldo, con quienes trabajó codo a codo durante 12 años.

Más aún: sin perder de vista que la disputa por el poder es incesante, surge una pregunta que, lejos de plantear una contradicción, presenta un escenario complementario. ¿Para qué estar todos juntos en el mismo nicho electoral, si yendo por separado se pueden capitalizar los votos de quienes apoyan al Gobierno provincial y, también, los de muchos que quieren castigarlo?

Si el oficialismo y la oposición tienen idéntica matriz, si las alternativas son caminos distintos que conducen a un mismo signo, el PJ ha logrado aquí el monopolio de la política. Y eso no se consigue porque el Justicialismo se lo ha propuesto, sino porque la dirigencia de las otras fuerzas lo han permitido. Aquí, la oposición es siempre “otra cosa”.

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