La hora del balance y de pensar en lo que vendrá

La hora del balance y de pensar en lo que vendrá

El 31 de diciembre es un día que suele encontrar a las personas fatigadas tras un ajetreado año; deprimidas si no les ocurrieron cosas positivas o eufóricas por los logros obtenidos. A la medianoche, en medio de los brindis -si los hay- se recuerda con frecuencia a los seres queridos que partieron al silencio y la tristeza darnos una zancadilla. Pero también está el hecho de que un nuevo año comienza y sería conveniente recibirlo, si no con alegría, al menos con la esperanza de que los 365 días que nos esperan pueden ser mejor.

En una producción periodística que efectuamos hace unos años, sobre cómo enfrentar el último día del año con “la frente alta”, el responsable del Observatorio de Ampimpa manifestó: “El tiempo es irreversible: lo hecho, hecho está y lo que no se hizo y no fue, ya no se puede cambiar. El tiempo no da marcha atrás. Entonces, ¿por qué detenernos tanto en examinar y revisar aquello que ya no se puede cambiar? En realidad, por unas pocas razones que tienen que ver con el futuro y no con el pasado: para reparar aquello que pueda ser reparado, para no volver a cometer los mismos errores, pero principalmente para reconocer los aciertos que nos indicarán el camino correcto hacia el éxito”.

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En esa oportunidad, una licenciada en psicología definió al último día del año como un momento en el que podemos interrogarnos acerca de nuestra responsabilidad en los planes futuros, así como en posibilidad de tomar las riendas de nuestra vida, en el caso de que no lo hubiéramos hecho. “Los invito a perdonarse un poco por lo no logrado en el año que se va; a implicarse en los planes y proyectos que sostenemos para el próximo, y a mantenernos al margen de los proyectos titánicos, sabiendo de antemano que sólo sirven para que no se concreten. Si el año nuevo trae consigo un cambio de actitud ante la vida o la planificación de nuevas metas, entonces no necesariamente el comienzo de un año debe coincidir con el 1º de enero, sino con el deseo de ser protagonistas de la novela más importante de todos los tiempos: nuestra vida”, dijo.

La reflexión en lo que se refiere a la vida personal, es importante, pero también sería interesante que se pensara, por ejemplo, en cómo podemos participar activamente en proyectos comunitarios. Somos especialistas en quejarnos de la realidad que vivimos, pero no nos involucramos en ella. Podríamos preguntarnos qué podemos hacer para que nuestra sociedad tenga un mayor bienestar, independientemente de que los representantes tengan la obligación de trabajar por el bien común porque para eso han sido elegidos por el pueblo. La droga, la violencia en las escuelas, la marginación social, el analfabetismo son campos en los que se puede trabajar integrándose en grupos o en una ONG.

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Una actitud positiva frente a las adversidades ayuda a superarlas sin caer la frustración o en la desesperanza total. Por supuesto, hay quienes prefieren ver el vaso medio vacío, siempre dependerá de una mirada personal. Si así fuera se debería pensar en qué estamos dispuestos a hacer para verlo medio lleno o lleno. A menudo criticamos a los otros y los responsabilizamos de nuestros males, pero generalmente somos incapaces de tener una actitud participativa. Una comunidad progresa cuando sus habitantes se involucran en el destino colectivo y cada uno aporta un granito de arena. “Cuando el infierno son los otros, el paraíso no es uno mismo”, afirmaba el poeta Mario Benedetti. El nuevo año nos espera está todo por hacer. Manos a la obra entonces.

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