Viejo Colegio Nacional

Viejo Colegio Nacional

Los recuerdos de un profesor y unos alumnos.

ENTRAÑABLE MAESTRO. Al centro, el vicerrector José Ignacio Aráoz y Córdoba y, a la derecha, el profesor Ruperto Fotheringham. ENTRAÑABLE MAESTRO. Al centro, el vicerrector José Ignacio Aráoz y Córdoba y, a la derecha, el profesor Ruperto Fotheringham.

El 8 de julio de 1914, al inaugurarse el nuevo edificio del Colegio Nacional de Tucumán, evocó los comienzos (1865) uno de los primeros egresados, el doctor Servando Viaña. Entre sus condiscípulos, recordaba a Julio Muñoz, “el estudiante metódico, inteligente y llena de juicio y de amor al estudio”; a Benoni Luna y Liendo, “locuaz e insinuante, fácil, perspicaz y bien dotado”; a José Mariano Astigueta, “ansioso de figuración y brillo y con condiciones para conseguirlo”; a Ángel Pereira, “el alma más noble y honrada que he conocido, de acción franca y leal en todas las ocasiones, servida por una inteligencia pronta, de rápida concepción”; y a Emilio Terán, “modelo del estudiante laborioso, siempre dispuesto a abordar cualquier problema y resolverlo con éxito”.

Dedicó cálidos conceptos al primer vicerrector, don José Ignacio Aráoz y Córdoba. Se detuvo largamente en su figura. Lo llamó “el alma del colegio, que ya en ese tiempo tenía el concepto moderno del maestro; nadie sabía como él lo que enseñaba, y nadie sabía enseñar como él”.

Publicidad

Se lo veía “a todas horas cruzar las galerías con su paso largo e igual, su ancha y elevada frente descubierta, su mirada investigadora, buscando a quién enseñar, preguntando cuál curso estaba atrasado de cualquier materia que fuese, para ponerlo en estado de presentarse a los exámenes con éxito”. Daba lecciones de Matemáticas y de Astronomía. Al inaugurar esta última cátedra, decía “con voz inspirada” a la clase: “Vamos a viajar por las regiones del infinito, vamos a pisar los umbrales de la eternidad”.

Se lo conocía como “Don Pepe”. Tenía “una mirada limpia y tranquila” y sus ojos “brillaban de entusiasmo cuando un discípulo resolvía satisfactoriamente el problema por él propuesto”. Agregaba el doctor Viaña: “¡Y qué amigo tan afable del estudiante, con qué cariño nos trataba y con cuánto placer y estímulo seguíamos sus enseñanzas!”.

Publicidad
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios