Primeros teatros tucumanos

Primeros teatros tucumanos

Antes del Belgrano, hubo una sala junto al Cabildo, en los años 1830, y en 1864 se empezó otra en San Martín y Maipú

25 DE MAYO Y SAN MARTÍN. En la esquina del Cabildo, el  teatro estaba después de los dos balcones de la derecha. 25 DE MAYO Y SAN MARTÍN. En la esquina del Cabildo, el teatro estaba después de los dos balcones de la derecha.

En la actualidad existen varias salas de teatro en Tucumán, además de las viejas e importantes. Vale la pena echar una mirada a lo que ocurría en los tiempos remotos. Por de pronto, a fines del siglo XVIII debe haber existido una precaria sala en la ciudad. Esto porque el 16 de diciembre de 1789, los sacerdotes Del Pino y Brizuela se dirigen al Cabildo de San Miguel de Tucumán, solicitando que se les facilite el “Coliseo de Comedias” para celebrar los oficios de Semana Santa. Dónde se encontraba ese “Coliseo”, no lo sabemos.

Junto al Cabildo

El primer teatro de la ciudad data de comienzos de la década de 1830: los tiempos del gobernador Alejandro Heredia. Según Manuel García Soriano, estaba instalado en la hoy calle San Martín, aproximadamente en el solar lindero, por el oeste, con el Cabildo, hoy Casa de Gobierno. Apunta que “era una gran sala de 20 varas de ancho, cuyo techo estaba sostenido por tirantes de madera de aquellas dimensiones, recogidos en los bosques de la provincia”.

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Según sus referencias, estrenó el local una compañía española de comedias, que en la primera función representó la pieza “La posadera feliz o El enemigo de las mujeres”, de Carlo Goldoni. Se afirma que Heredia era asiduo concurrente al teatro, y que incluso hubo uno de sus enemigos, el comandante Gabino Robles, que planeó ultimarlo allí: abandonaría esa idea, que concretó después en el camino de Lules.

Una concesión

Heredia, militar culto y doctorado en la Universidad de Córdoba, consideraba al teatro como vehículo adecuado para elevar el nivel espiritual de la sociedad. Lamentablemente, falta una investigación que arroje mayores datos sobre la actividad de aquel primer escenario. García Soriano dice que allí se representaban trozos de óperas y algunos “dramas y juguetes cómicos”, a cargo de aficionados.

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Suponemos que el teatro acallaría su actividad entre 1838 y 1841, años ocupados por las dramáticas instancias de la Liga del Norte contra Rosas. El gobernador que asumió luego de la batalla de Famaillá, general Celedonio Gutiérrez, procedería a reconstruir la sala, hacia 1847.

La dio en concesión a un vecino, Miguel Valladares, quien se comprometió tanto a hacer las reformas que el edificio requería como a traer compañías dramáticas. Todo esto, a cambio de la exclusividad en la venta de licores y refrescos a los concurrentes.

Mal negocio

Valladares contrató, como primer espectáculo, a la compañía Rodenas, que estaba actuando en Salta. Su debut en Tucumán se produjo el 19 de setiembre de 1847. Al año siguiente se le prorrogaba la concesión del teatro.

El documento respectivo da la impresión de que se trataba de un local de cierta importancia. En efecto, Valladares se comprometió a instalar divisorias y puertas en los palcos altos y bajos; “poner 300 y más lunetas de brazos”; colocar “una gran araña iluminada con aceite” en la sala, además de dotarla de cielorraso y piso embaldosado.

Pero no resultó un buen negocio. Don Miguel invirtió 1.600 pesos en los trabajos del teatro y no los pudo recuperar. En una dolorida carta al gobernador Gutiérrez, en 1850, le manifestaba que se había arruinado como consecuencia de esa “engañosa especulación”.

Decreto de Posse

Pasaron los años. Germán Burmeister narra que, en su visita de 1859, como el teatro estaba demolido, se ofrecían funciones “en el patio de una posada”. Había el proyecto de edificar uno nuevo: él mismo confeccionó un plano, más barato que el que había presentado “un arquitecto francés”.

El 27 de enero de 1864, el gobernador José Posse dictó un decreto donde elegía “el terreno de propiedad del Estado, ubicado a dos cuadras de la plaza principal, rumbo al poniente”, para la construcción de un teatro. Se trataba de la actual esquina San Martín y Maipú, donde hoy se alza la sucursal del Banco de la Nación. El arquitecto Alejo Devillers debía levantar el plano y presentar el presupuesto respectivo.

Consideraba Posse que “el progreso material de esta capital, la cultura de su población y el refinamiento de sus buenas costumbres”, definían la necesidad de erigir el teatro, “como una necesidad generalmente sentida por todas las clases de la sociedad”. El decreto fue aprobado por la Sala de Representantes y convertido en ley el 16 de mayo de ese año.

Pero hubo problemas en la construcción del edificio. Se vinieron abajo los arcos de las galerías y hubo que rehacer la pared del frente. Estos inconvenientes (agregados a la escasez de mano de obra que causaba la recluta para la guerra del Paraguay), hizo que en 1865 todavía la obra siguiera en estado embrionario. Así lo informaba el mensaje del Ejecutivo a la Sala de ese año. Entretanto seguía utilizándose, para dar funciones, el improvisado escenario de la posada.

Aun con lentitud, el siguiente gobernador, Wenceslao Posse, hizo avanzar notablemente los trabajos. En enero de 1867 manifestó a la Sala que solamente faltaba “el trabajo de los palcos, para que este magnífico edificio, que es la expresión propia del país donde refleja su carácter emprendedor, entre a funcionar, ostentando su hermosura y elegancia”. Afirmaba que “Tucumán tiene derecho de decir que posee un teatro casi igual al Colón de Buenos Aires, donde resalta el orgullo de aquella gran sociedad”.

Cambio de destino

En su “Provincia de Tucumán”, el doctor Arsenio Granillo describía el teatro. Decía que “su fachada es majestuosa y de dos pisos. El vestíbulo es de doble galería, de donde parten las escaleras que conducen a los palcos y demás departamentos. El alto piso de la fachada es un salón de 27 varas de largo, sobre 12 de ancho, con balcones a la calle”.

Añadía que “tiene palcos altos, bajos y cazuelas; es decir, tiene tres departamentos laterales solamente, pero tan grandes que pueden servir con comodidad a la población de esta ciudad, hasta dentro de cien años”. Repetía que “por su tamaño y belleza, será el segundo teatro de la República, es decir, reconocerá por superior únicamente al Colón de Buenos Aires”.

Granillo había redactado su texto en 1870, pero al editarlo en 1872 debió colocar una nota rectificatoria al pie de página. Decía: “Este edificio ha cambiado de destino. Parece que la Municipalidad, habiendo recibido informes desfavorables respecto de la solidez de su construcción, ha resuelto desarmar su interior y edificar allí el Colegio Sarmiento, quedando únicamente intacta la fachada. Será siempre un edifico notable”. Añadía que “el teatro se construirá en otra parte y será de menores dimensiones”.

El Belgrano

Efectivamente, se construyó, en vez del teatro, el local del Colegio, primero para mujeres que tuvo la ciudad. Luego funcionó allí la Escuela Normal y finalmente fue sede de la Municipalidad de Tucumán hasta 1960, año en que terminó demolido.

En 1873, un grupo de tucumanos se propuso con firmeza la construcción de un teatro. Constituyeron la “Sociedad Anónima Teatro Belgrano”. Con la suscripción de acciones, que también adquirió el Gobierno de la Provincia, pudo adquirirse el solar de la actual calle San Martín al 200.

La construcción empezó de inmediato, a cargo de la empresa Falcone Hermanos. El telón de boca fue pintado por el escenógrafo Vázquez, según informa García Soriano. El coliseo se inauguró el 6 de julio de 1878, con la obra “Yorick o un drama nuevo” de Manuel Tamayo y Baus, puesta en escena por la Compañía Dramática de Zarzuelas, que dirigía Manuel Risso.

Demolición en 1960

La sociedad anónima lo explotó hasta 1898, año en que lo transfirió a la Municipalidad, que realizaría una refacción integral del edificio en 1899-900. Luego, la Sala fue objeto de sucesivos arriendos, mientras avanzaba su deterioro.

Cuando se inauguraron (1912) los dos teatros nuevos, el Odeón -hoy San Martín- y el Alberdi, entró en una decadencia más pronunciada. En 1935, cuando ya no funcionaba como tal, el teatro pasó a propiedad de la Provincia, que lo facilitó en préstamo a la UNT para cobijar al Instituto Superior de Artes. En 1958, al crearse el Consejo Provincial de Difusión Cultural, integraría su patrimonio. Un par de años después fue demolido, y en el solar se edificó la Casa de la Cultura, inaugurada en 1973, hoy sede del Ente Provincial del área.

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