Lo mejor de la literatura se está escribiendo en los diarios *

Lo mejor de la literatura se está escribiendo en los diarios *

ELOGIO DE LOS ARTICULISTAS. “Al atarse semanalmente a una columna se consagran a dar a conocer una suerte de diario íntimo de viaje por la vida, la política, la cultura, la sociedad de sus tiempos”, describe el autor de El Puñal. ELOGIO DE LOS ARTICULISTAS. “Al atarse semanalmente a una columna se consagran a dar a conocer una suerte de diario íntimo de viaje por la vida, la política, la cultura, la sociedad de sus tiempos”, describe el autor de El Puñal.
14 Mayo 2017

Por Jorge Fernández Díaz

Ciertos críticos ya lo han advertido, aunque con sospechosa timidez: lo mejor de la literatura moderna se está escribiendo en los diarios. Esta aseveración polémica pero verosímil ha sido, sin embargo, poco analizada, y suele quedar asociada al fenómeno de la crónica o el reportaje novelado, que el Nuevo Periodismo de Tom Wolfe ya había canonizado, que las grandes publicaciones buscan una y otra vez resucitar con suerte diversa y que algunos suplementos quieren convertir de un modo erróneo y forzado en el “nuevo boom latinoamericano”. Desde Truman Capote, Gay Talese y Norman Mailer está claro que la no ficción, cuando es tratada de una manera excelsa, constituye una forma artística tan portentosa como la novela o el cuento. Pero existe otra intervención literaria fundamental en el periódico, y es el articulismo de costumbres y de opinión, verdadero suceso de las letras que en la actualidad es protagonizado por las grandes plumas del idioma. Escritores prestigiosos practican esa forma breve e impresionista: Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte, Manuel Vicent, Javier Cercas, Rosa Montero, Almudena Grandes y Fernando Savater en España han retomado la larga y rica tradición de Mariano Larra, Julio Camba, Azorín, Pío Baroja y Miguel de Unamuno. Lo propio ha ocurrido, aunque con características algo diferenciadas, en América latina, y especialmente en nuestro país, donde Tomás Abraham, Beatriz Sarlo, Martín Caparrós, Santiago Kovadloff, Luis Alberto Romero, Jorge Fontevecchia, Marcelo Birmajer, Leila Guerriero, Daniel Guebel y Fabián Casas, por solo nombrar a diez de los muchos, ennoblecen el género con textos agudos, bellos o memorables que en algunos casos resultan imperecederos, terminan compilados en libros y pueden ser leídos como lo que son: capítulos mayores del análisis y la observación. Tal vez la sospechosa timidez de aquellos críticos tenga que ver con esta paradoja: los libros de artículos de ciertos novelistas, sociólogos, poetas, investigadores o filósofos serán más valiosos en el futuro que sus propias novelas, poemarios y tratados. Esta ironía del destino hace pensar un poco en Discépolo, que dijo: “Me pasé la vida haciendo mis tanguitos mientras intentaba escribir mi gran obra. Hasta que por fin me di cuenta de que mi gran obra eran los tanguitos”.

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La reflexión, traída al campo del articulismo, alude al equívoco sesgo marginal que tienen esas piezas en la caudalosa producción de todo escritor que se precie. Sus autores consiguen con esas notas periódicas estipendio y popularidad, pero en el fondo sólo las consideran un subproducto, puente o remolcador hacia su “obra mayor”, sin entender que al atarse semanalmente a una columna se han transformado sin quererlo en ensayistas de hecho y derecho; se han consagrado a dar a conocer una suerte de diario íntimo de viaje por la vida, la política, la cultura, la sociedad de sus tiempos, y también a elaborar una prosa con estilo específico y depurado que lo haga legible. Existen, por supuesto, escritores que tienen más claro esto. Tomás Abraham denominó a su producción de prensa “pensamiento rápido”, y siguiendo a los grandes popes de la filosofía la ha ido incorporado de un modo regular y corriente a sus libros centrales. No hace otra cosa que lo que se ha hecho desde la génesis del articulismo, que por cierto se confunde con la historia misma del ensayo...

Poco antes de morir de una enfermedad que le fue bloqueando paulatinamente todo el cuerpo, el autor de La novela de Perón y Santa Evita me contó dos cuestiones que vienen al caso: hacía rato quería escribir un ensayo donde argumentaría que en determinados niveles el periodismo y la literatura de ficción eran lo mismo, y que cada mañana se arrojaba de la cama y se arrastraba hasta la computadora para escribir una línea más de la columna que debía entregar a la semana siguiente. Una más, una línea más. “Porque escribir es la única razón por la que seguir vivo”, me dijo sin rebajarse a lo sentimental, pero con una actitud heroica que todavía me eriza la piel.

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El libro sobre las equivalencias entre el periodismo y la literatura quedó cancelado con su muerte, pero el asunto sigue vivo, candente, es nuclear y alude al modo con que los escritores de artículos se toman la materia. No conozco a ninguno de ellos que no ponga en sus notas el mismo esfuerzo, la misma angustia y exigencias con que acometen la página en blanco de un poema, de una novela o de un cuento. A diferencia de muchos periodistas acostumbrados a la entrega caliente e industrial, ningún escritor es capaz de “despachar” un texto que lleva su firma. España sigue teniendo, pese a todos estos ejemplos argentinos, los mejores “escritores de diario”. Muchos de ellos fueron reclutados por Juan Cruz Ruiz, gran cazador de talentos: primero jefe cultural de El País de Madrid y luego director editorial de Alfaguara. Gracias a su insistencia, muchos escritores como Millás, Llamazares, Rivas, Muñoz Molina, Elvira Lindo y recientemente Boris Izaguirre arribaron a los periódicos. Y también gracias a su comprensión acerca de la importancia de los artistas del periodismo, las compilaciones de artículos son habituales en las mesas de las librerías españolas. Juan Cruz sigue así el consejo de Borges, quien meditaba sobre el asunto de esta manera: “Hay tanta actualidad que no hay pasado. Lo bueno de los libros es que están escritos para la memoria. Lo malo de los diarios es que están escritos para el olvido. El mismo artículo, leído en un libro, se recuerda; leído en un diario, se olvida”...

El articulismo político tiene también sus variantes. La primera forma es practicada por periodistas (la Argentina es pródiga en firmas excelentes) y su sesgo constitutivo es la información analizada: un panorama de coyuntura, la trama secreta de los hechos y sus consecuencias. La segunda suele estar en manos de escritores, por lo general surgidos de la politología, la economía, la sociología y la historia, pero también de la novela, el cuento y el poema. Estos últimos son fondistas, su carácter es más ensayístico que periodístico, y cuando son capaces de crear un estilo, pueden arañar el arte, algo que ocurre excepcionalmente en la Argentina. Mi trabajo dominical intenta, con modestia, inscribirse en esa tradición y busca sin conseguirlo ese objetivo: pensar el fondo de la política y hacerlo con una prosa literaria. Es por eso que resulta para mí un inmenso honor integrar esta Academia en mi doble condición de narrador de ficciones y articulista de diario, y sentarme nada menos que en el sillón Juan Bautista Alberdi, que mis compañeros académicos con generosidad me han destinado.

Este discurso pretendió trazar una genealogía del articulismo cruzada por el gusto personal, y por lo tanto llena de olvidos y arbitrariedades: no puede ser una historia sino apenas el pequeño esbozo de un fenómeno muy amplio, un fogonazo en el infinito firmamento del articulismo en lengua española. El artículo está en el Parnaso de la literatura, se sienta a la mesa y mira de igual a igual al cuento, la novela, el ensayo largo y el poema. Se ha hecho imprescindible para entender, para sobrevivir a la velocidad y a la polución mediática de nuestras sociedades, y así como los otros géneros tienen una crítica concienzuda, éste deberá en algún momento ser estudiado con cuidada atención y por especialistas en la materia. En efecto, gran parte de lo mejor de la literatura moderna se está escribiendo en los diarios, aunque ni siquiera sus propios autores sean capaces de reconocerlo. Esas piezas de cada día, que a veces son una meditación y otras un retrato, en ocasiones un abanico o una ametralladora, fueron escritas para el instante, pero muchas de ellas treparán a la inmortalidad. Aunque sirvan para envolver el pescado del día siguiente. Noble destino de cualquier diario de todos los tiempos.

* Fragmentos del discurso del autor en su asunción como miembro de la Academia Argentina de Letras.

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