México, la capital parchada que se está hundiendo

México, la capital parchada que se está hundiendo

La gigantesca ciudad tiene cada vez más problemas urbanos.

CASI UN PAISAJE CUBISTA. Los edificios presentan ventanas inclinadas, cornisas onduladas y puertas que ya no están alineadas con sus marcos. NYT CASI UN PAISAJE CUBISTA. Los edificios presentan ventanas inclinadas, cornisas onduladas y puertas que ya no están alineadas con sus marcos. NYT
22 Febrero 2017

Michael Kimmelman - The New York Times

CIUDAD DE MÉXICO.- En los días malos, el hedor se percibe a un kilómetro y medio de distancia, a la deriva sobre una expansión de urbanizaciones y parques de oficinas.

Cuando se completó el gran canal, a finales de los 1800, fue como el puente de Brooklyn para la Ciudad de México, una gran hazaña de ingeniería y un símbolo de orgullo cívico: 29 millas de longitud, con capacidad para mover decenas de miles de millones de litros de aguas negras por segundo. Se prometía resolver el problema de las inundaciones y del drenaje que habían plagado a la ciudad durante siglos.

Pero nunca fue así. El canal estaba basado en la gravedad. Y la Ciudad de México, a unos 2.300 metros sobre el nivel del mar, se estaba hundiendo sobre sí misma.

Todavía es así, cada vez con mayor rapidez, y el canal es solo una víctima de un círculo vicioso. Siempre con escasez de agua, la Ciudad de México sigue perforando a mayor profundidad para tener más, debilitando los antiguos lechos de arcilla de los lagos sobre los cuales los aztecas construyeron gran parte de la ciudad, causando que se derrumbe todavía más.

En la inmensa delegación de Iztapalapa -donde viven 2 millones de personas, muchas sin agua corriente-, a un adolescente se lo tragó una grieta que se abrió en el suelo quebradizo de una calle. Las aceras parecen porcelana rota y 15 escuelas primarias se han derrumbado.

El cambio climático

Mucho se escribe sobre el cambio climático y el aumento en el nivel de los mares en las poblaciones costeras. Pero las costas no son los únicos lugares afectados. La Ciudad de México -muy alto, en las montañas, en el centro del país- es un ejemplo notorio. El mundo tiene invertido mucho en capitales abarrotadas, como ésta, con superpoblación y economías enormes.

Un estudio reciente pronostica que 10% de los mexicanos, de entre 15 y 65 años, podrían tratar de emigrar al norte como resultado del aumento en las temperaturas, las sequías y las inundaciones, con lo que, potencialmente, se dispersarían millones de personas y se intensificarían las tensiones políticas, ya extremas, por la inmigración.

Esa es la clave de la cuestión: cómo las ciudades mundiales abordan las amenazas, o no lo hacen.

Este es el primer siglo urbano en la historia de la humanidad, la primera vez en la que son más las personas que viven en las ciudades, y las proyecciones son de que tres cuartos de la población mundial serán urbanos para el 2050. Para entonces, es posible que haya más de 700 millones de refugiados climáticos en movimiento.

Si el cambio climático causa estragos en el tejido social y económico mundial, como en la Ciudad de México, advierte el escrito Christian Parenti, “ninguna cantidad de muros, armas, alambres, drones o mercenarios podrían salvar a la mitad del planeta de la otra mitad”.

Vicio de conquistadores

Hay un elemento de realismo mágico en el hundimiento de la Ciudad de México. En una rotonda en el Paseo de la Reforma, el amplio bulevar en el centro de la ciudad, está el Angel de la Independencia, bañado en oro y símbolo del orgullo mexicano. Los turistas toman fotos sin percatarse de que cuando se inauguró la columna en 1910, el monumento descansaba sobre una base a la que se llegaba subiendo nueve peldaños. Pero al paso de las décadas, toda la colonia alrededor del monumento se hundió: a la base se le tuvieron que añadir 14 escalones para que el monumento siguiera conectado a la calle.

En el centro histórico de la ciudad, la parte trasera del Palacio Nacional se inclina ahora hacia la acera. Los edificios aquí se pueden parecer a los dibujos cubistas, con ventanas inclinadas, cornisas onduladas y puertas que ya no están alineadas con sus marcos. La catedral en la plaza central, conocida como Zócalo, se hundió en el último siglo y tiene una capilla inclinada y un campanario al que se le insertaron cuñas de piedra.

Loreta Castro Reguera una joven arquitecta, formada en Harvard, ha hecho del suelo en hundimiento de la Ciudad de México una especialidad. Ella da cuenta de toda la ciudad ocupa lo que alguna vez fue una red de lagos. En 1325, los aztecas establecieron su capital, Tenochtitlán, en una isla. Al paso del tiempo, expandieron la ciudad con rellenos y sembraron cultivos en jardines flotantes llamados chinampas, que son lotes de suelo arable creados con zarzos y sedimentos. Los lagos proporcionaron a los aztecas una línea de defensa; y las chinampas, el sustento. La idea: vivir con la naturaleza.

Luego, los conquistadores españoles le hicieron la guerra al agua, determinados a someterla. El sistema azteca les era ajeno. Remplazaron los diques y canales con calles y plazas. Drenaron los lagos y despejaron las zonas boscosas, y sufrieron inundación tras inundación, incluida una que cubrió a la ciudad durante cinco años seguidos.

“Los aztecas se las arreglaron”, puntualiza Castro Reguera. “Pero tenían 300.000 habitantes. Ahora tenemos 21 millones”, contrasta.

La Ciudad de México hoy es una aglomeración de colonias que realmente son muchas ciudades grandes, una junto a la otra. Durante el último siglo, millones de inmigrantes llegaron del campo para encontrar empleo. El crecimiento de la ciudad, de 78 kilómetros cuadradas en 1950 a un área metropolitana de unos 7.800 millas cuadradas 60 años después, ha producido una megalópolis vibrante, pero caótica, de un desarrollo sin planeación en su mayor parte y en expansión.

Las vías rápidas y los coches ahogan a la atmosfera con el dióxido de carbono, inductor de calor. El desarrollo ha borrado casi todo rastro que quedaba de los lagos originales, poniendo a prueba a los acuíferos subterráneos y forzando al que fuera un valle rico en agua a traer miles de millones de litros de lejos.

Ramón Aguirre Díaz, el director del Sistema de Agua de la Ciudad de México, es inusualmente franco sobre los peligros que se avecinan.

“Se espera que el cambio climático tenga dos efectos”, notó. “Esperamos lluvias más fuertes y más intensas, lo que significa mayores inundaciones; pero, también, más sequías, y más prolongadas”.

En contraste, si deja de llover en las reservas donde la ciudad obtiene su agua, “estamos enfrentando un desastre potencial”, comentó. “No hay forma de proporcionar suficientes camiones de agua para lidiar con ese escenario”.

Concreto y asfalto

La Ciudad de México descansa sobre una mezcla de lechos arcillosos y suelo volcánico. Áreas como el centro de la ciudad están sobre arcilla. Otros distritos se construyeron sobre campos volcánicos.

El suelo volcánico absorbe el agua y la deposita en los acuíferos. Es estable y poroso. Imaginen un balde lleno de bolillas. Es posible verter agua en ella y apenas si se moverán. Si se introduce un sorbete se puede extraer el agua y las canicas seguirán sin moverse.

Las crisis de agua que hoy tiene la Ciudad de México surgen, en parte, del hecho de que se ha urbanizado gran parte de este suelo poroso, incluidas grandes franjas de lo que se había apartado como “tierras de conservación”. Es decir, se está enterrado bajo concreto y asfalto, por lo que la lluvia no se filtra hasta los acuíferos, causando inundaciones y creando “islas de calor” que incrementan las temperaturas y solo aumenta la demanda de agua. Este es parte del problema de la expansión.

Ahora, imaginen capas de sábanas de plástico. Al nivel molecular, la arcilla actúa como algo parecido. Realmente, no absorbe el agua. Más bien, el agua se queda entre las sábanas. Cuando se drena, las sábanas pueden colapsar y agrietarse. Si toda la Ciudad de México estuviera construida sobre arcilla, al menos, se hundiría en la misma proporción. Sin embargo, debido a que la ciudad está construida sobre una mezcla de arcilla y suelo volcánico, se hunde irregularmente, lo que causa fisuras drásticas y letales.

En Iztapalapa, Pedro Moctezuma Barragán, el director de estudios ecológicos de la Universidad Autónoma Metropolitana, bajó por un barranco en donde cedió una calle. Lleva años haciendo el seguimiento del problema. Se han dañado 15,000 casas en la zona, dijo, debido al hundimiento del terreno.

Eje de vida de la mujer

El agua que se extrae de los acuíferos termina en los límites de la ciudad, en Ecatepec, en una de las estaciones de bombeo más grandes a lo largo del gran canal. La bomba, terminada en 2007, se construyó para mover 40.000 litros por segundo: agua que ahora tiene que sacarse de donde colapsó el canal, para que pueda seguir su camino.

El nombre encargado de esta tarea es Carlos Salgado Terán, jefe del departamento de drenaje para la Zona A de la Ciudad de México. Según él, el gran canal hoy funciona sólo al 30% de su capacidad. Admitió que es una quimera seguirle el paso al deterioro de la ciudad. Partes del canal se han hundido dos metros adicionales desde la construcción de la planta, notó.

La delegación de Tlalpan está ubicada en el extremo opuesto de la Ciudad de México. Allí, Claudia Sheinbaum, ex secretaria del ambiente que desarrolló el primer programa de cambio climático para la ciudad, es ahora la jefa delegacional. “Con el cambio climático, la situación solo va a empeorar”, dijo. Un clima que se calienta solo incrementará los problemas de la ciudad con la contaminación, específicamente, por ozono. Las oleadas de calor significan crisis sanitarias y costos en aumento en la atención de la salud, en una ciudad en la que el aire acondicionado no es algo común en los barrios pobres. Apoyó lo que había dicho Aguirre sobre la amenaza de sequía. “Sí”, notó, “si hay sequía, no estamos preparados”.

Por lo pronto, el Pozo 30 ayuda en el suministro de agua a Tlalpan. Una mañana reciente, grandes camiones llamados “pipas”, hacían fila hacia los tubos que se hunden 300 metros para llegar hasta el acuífero. Allí, con mangueras, llenan sus potables cargas.

La espera es tal que, cuando un particular encarga una provisión de agua, las entregas se prometen entre tres y 30 días. Durante ese lapso, los residentes se ven obligados a quedarse en su casa todo el tiempo porque se cancelan los pedidos si no hay nadie cuando llega la “pipa”.

“El agua se vuelve el centro de la vida de las mujeres en lugares donde hay un problema grave”, señala Mireya Imaz, una directora de programas en la Universidad Nacional Autónoma de México. “Las mujeres en Iztapalapa pueden pasar toda la noche esperando a las ‘pipas’ y, a veces, se suben con los choferes para asegurarse de que entreguen el agua, lo que no es algo seguro”.

Una pipa, dos burros

Hay lugares en la Ciudad de México a donde ni las pipas llegan, donde la precariedad de todo el sistema de agua y, por extensión, toda la ciudad, está personificado en unos cuantos acres descuidados.

Diana Contreras Guzmán vive en las tierras altas de la delegación de Xochimilco, donde las calles son casi verticales y los caminos de terracería llevan hasta chozas hechas de lámina corrugada, ladrillos de hormigón y cartón. Una joven madre soltera vive con nueve parientes en una choza de un cuarto.

Una vez a la semana, la pipa entrega agua más arriba del cerro, donde la calle está pavimentada. Cuando eso pasa, Contreras, una mujer pequeña y delgada, pasa dos horas subiendo y bajando el cerro, siete veces en total, cargando con trabajo 40 litros de agua en cada viaje de regreso. A veces, Josué y Valentina, dos de los niños, tratan de ayudar y llevan botellas de dos litros. Contreras no puede dejar la casa por mucho tiempo, contó, porque alguien podría robarse el agua de su cisterna.

Por 400 litros de la pipa, paga 25 centavos de dólar. Pero eso ni siquiera es suficiente para el consumo de su familia. Así es que, cada día, también le paga a Ángel, un vecino de setentaitantos años, que tiene un par de burros llamados Reno y Conejo. Los burros cargan contenedores plásticos con agua, de cuatro en cuatro, desde un pozo.

La familia de Contreras gana 600 dólares mensuales. Al final, tienen que gastar más de 10% de ese ingreso en agua; suficiente para rendir 40 litros por persona al día.

El habitante promedio en una colonia acaudalada de la Ciudad de México al occidente, más cerca de las reservas, consume 150 litros diarios. Y paga una décima parte de lo que abona Contreras.

“¿Hay algún indicio más claro de que todo lo del agua en esta ciudad se reduce a la desigualdad?”, notó David Vargas, cuya compañía, Isla Urbana, produce un sistema para captar agua de lluvia, de bajo costo.

Le formulo esta pregunta a Tanya Mueller García, la secretaria del ambiente del ayuntamiento. “Constantemente estamos rompiendo marcas en los meses más calurosos”, notó; y entregó un informe sobre los planes de sustentabilidad para la Ciudad de México. Hay proyecciones de que la temperatura promedio en la ciudad, en 2080, habrá aumentado varios grados; mientras que la precipitación pluvial anual habrá decrecido 20%.

Mueller estuvo a la defensiva en cuanto a la incapacidad para suministrar agua limpia a cada habitante de la ciudad, e insistió en que son exageradas las cifras de los no atendidos. Mencionó los nuevos programas progresistas cuyo propósito es combatir la contaminación, preservar los espacios verdes y reducir la demanda de coches con el mejoramiento del transporte colectivo.

Esta ciudad está llena de personas brillantes con buenas ideas, incluido un plan para crear un fondo del agua: las empresas con uso intensivo del suministro de agua pagarían un canon para ayudar a mejorar los servicios en las zonas menos favorecidas. Otro plan concibe un parque público que también serviría como una cuenca para capturar agua de lluvia. Y hay una agenda de largo plazo para convertir al aeropuerto en una delegación verde, de uso de suelo mixto.

Entre tanto, el gobierno federal mexicano visualiza la construcción de un gigantesco aeropuerto nuevo en el lecho de un lago seco, exactamente, el peor sitio para hacerlo. Recientemente redujo a cero el dinero federal presupuestado para arreglar las tuberías, el metro y otra infraestructura crítica para la ciudad. En parte, se trata solo de política. El jefe del gobierno de la Ciudad de México ha hablado de contender por la presidencia de México. El gobierno federal actual no quiere hacerle ningún favor. Al mismo tiempo, éste tiene su propia agenda de promoción de carreteras, coches y expansiones.

La desconexión entre los funcionarios locales y federales no es exclusiva de México. Es frecuente que los políticos estatales y federales socaven a las grandes ciudades por atender a un electorado diferente, como si, al final, las consecuencias no fueran ruinosas para todos.

“Tiene que haber un consenso de científicos, políticos, ingenieros y sociedad cuando se trata de la contaminación, el agua, el clima”, enfatizó Sheinbaum, la ex secretaria del ambiente. “Tenemos los recursos, carecemos de voluntad política”.

Sheinbaum vive en una casa que cuenta con agua en el grifo solo dos veces al mes. Así es que ella, también, pide “pipas” para que le llenen la cisterna.

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