“Aborrere”
“Aborrere”
En 1964, el escritor Isaac Asimov afirmó que el aburrimiento iba a convertirse en la principal enfermedad de nuestra época, “expandiéndose y aumentando de intensidad hasta tener consecuencias mentales, emocionales y sociológicas serias”. No se equivocaba: buena parte de los problemas mentales más frecuentes en nuestros días tienen su origen en una insatisfacción mendaz y obstinada, que es el rostro más habitual del aburrimiento. Los otros son la agresividad desplegada en las redes sociales, las conversaciones banales a través de whatsapp, la mirada vacía frente al celular, el crescendo sórdido de los reality shows, la brevedad ofensiva de los mensajes políticos y publicitarios... los videos virales.

Pero todo eso que vivimos, es producto de un aburrimiento sin sentido, que casi siempre es la simiente de todos los vicios. No de ese otro aburrimiento: el aburrimiento reflexivo, que es menos frecuente y al que casi siempre evadimos. Sin embargo, es justamente este aburrimiento -dicen los expertos- el que nos conecta con nosotros mismos y dispara nuestra creatividad. Muchos filósofos han escrito sobre él. Schopenhauer y Nietzsche, por ejemplo, lo abordaron con incontrastable apatía. El primero aventuró que apenas el dolor y la miseria le conceden una tregua al hombre, el aburrimiento se cierra sobre él como una criatura tentacular. Kierkegaard, en cambio, razonó que el aburrimiento es el único motivo por el cual existe el universo. Es decir, no se trata de un aburrimiento estático, sino sucesivo: Dios se aburrió y por eso creó a Adán; Adán y Dios se aburrieron y por eso crearon a Eva, y así sucesivamente hasta llegar a Kierkegaard y hasta usted mismo, lector, que con estas líneas tal vez está empezando a sentir la presencia de este compañero tan poco apreciado en nuestro mundo moderno. Pascal, por su parte, sostuvo la teoría de que el aburrimiento es el gran compañero del hombre: “aburrirse en el momento adecuado es signo de inteligencia”, solía repetir sin ningún tipo de reparos.

Semejante especulación filosófica no hizo más que construir una fama más bien ambigua en torno del aburrimiento. A tal punto que hoy todos huyen de él. Si vemos las frenéticas publicidades televisivas podremos razonar hasta qué punto el aburrimiento es considerado un virus tan letal como el ébola. Nadie ignora (o mejor dicho, todos han olvidado) que nuestra sociedad se sustenta en una especie de código binario: diversión vs. aburrimiento. Mientras que la diversión nos colma de felicidad -una felicidad que se puede comprar y cuya naturaleza es más un efecto que un afecto-, el aburrimiento nos genera tristeza, depresión y angustia. Lo que nos resistimos a aceptar es que este aburrimiento también nos lleva a una introspección, un proceso de reflexión que nos desnuda, que nos hace tocar ese lado prohibido de nuestra realidad.

A propósito: muy pocos saben que la palabra diversión deriva del latín diversum, superlativo de divertere que significa “alejar”. Entonces, la diversión nos aleja -en el sentido más estricto- de nosotros mismos. Y por eso, lo divertido es adictivo. Hoy, la diversión es ese estado que mueve al mundo y que hace que no veamos lo que realmente somos. Por eso, apenas empieza el verano, la televisión se llena de gritos, bailes, programas absurdos y diálogos disparatados... No vaya ser que el público se aburra y entre en contacto consigo mismo. Claramente, la diversión actual es un sedante y no un motor humano.

Por el contrario, la palabra aburrimiento proviene del latín aborrere (del prefijo ab, “sin”, y horrere, “horror”). Es decir, describe un estado en el que el miedo no existe. Y, donde no existe el miedo, habita la valentía. Bertrand Russell decía que una generación que no soporta el aburrimiento “es una generación de escaso valor”. Tal vez esta misma frase fue la que llevó al neurocientífico Facundo Manes a recomendar el aburrimiento como una manera de sacar a los chicos de las redes sociales. “No se sabe cuánto es el tiempo que un niño debe estar conectado. Lo que sí se sabe es que los chicos tienen que estar aburridos, tienen que estar introspectivos, tienen que imaginar, tienen que soñar. Si están todo el día conectados no pueden hacerlo”, afirma.

¿Necesitan los chicos de hoy más tiempo para estar aburridos? Tal vez sí. Y a los adultos les corresponde administrar ese tiempo. No vaya a ser que de tanta diversión necia perdamos la noción de que vivir es crear; y que sólo se puede crear en el aburrimiento reflexivo. Después de todo, no hay realidad más fuerte y verdadera que la que llevamos dentro; como un verdadero tesoro. Démosle el valor que corresponde.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios