Se viene 2017, un año parecido a tantos otros

Se viene 2017, un año parecido a tantos otros

Hay quienes dicen que los problemas de salud comienzan cuando visitamos al médico. Hasta ese momento sólo padecemos molestias pasajeras que se van con los días o bien nos vamos acostumbrando a convivir con ellas. Por eso, algunos afirman que lo que en realidad nos hace mal son los análisis.

Con la Argentina ocurrió lo mismo en 2016. Es como que fuimos al médico, nos indicó algunos estudios y nos enteramos que teníamos un montón de problemas.

Nada nuevo en verdad que no sepan los adultos mayores o los jóvenes más informados. Las mismas nanas de siempre pero que durante la última década decidimos esconder bajo la alfombra y disfrutar la vida, que por otro lado es corta.

Hace diez años el médico nos dijo que teníamos el colesterol alto, el ácido único por las nubes, una bronquitis camino a convertirse en crónica, el azúcar en niveles peligrosos, el hígado graso y las articulaciones en alerta amarilla.

Decidimos guardar los análisis en la mesita de luz y seguir como si nada. Fumando a lo loco, comiendo y bebiendo de todo, sin hacer ejercicio, trabajando de sol a sol y renegando todo el día. Negación le dicen.

Como si pretendiéramos que por arte de magia diez años después el médico nos vaya a decir que ya estamos bien sin haber hecho nada para que esto ocurra. O peor aún, continuando con los mismos malos hábitos de siempre. Lo más probable es que cada año que pase los análisis nos muestren resultados más preocupantes.

Un país quebrado

Argentina es un país que da pérdida desde hace décadas. Deficitario le llaman los economistas. Si fuera un negocio hace tiempo que debería haber cerrado.

Pero los países son comercios que pueden hacer trampa y los argentinos venimos haciendo trampa desde hace demasiado tiempo.

Hacemos trampa de muchas formas, aunque básicamente de tres maneras muy notorias y repetitivas, casi de modo patológico.

La primera. Vendemos los bienes que tenemos, a veces a precios irrisorios. Los rifamos, como suele decirse, en la desesperación por conseguir dinero. Como el ludópata que se queda sin plata y empieza a vender todo lo que tiene para seguir jugando. Y como quema ese dinero en vez de invertirlo, en algún momento ya no tendrá nada para vender. “Las joyas de la abuela” le decíamos en la década del 90, cuando privatizamos medio país para seguir pagando la fiesta.

La segunda. Imprimimos billetes sin respaldo o con respaldos endebles. Si todos hiciéramos lo mismo e imprimiéramos dinero cada vez que lo necesitamos, en algún momento esa plata ya no valdría nada, porque todos tendríamos un montón de billetes y ya nadie los aceptaría a cambio de un bien real. Eso se llama inflación. A los argentinos nos encanta hacer esta trampa. Pan para hoy y hambre para la gestión que viene.

La tercera trampa es pedir plata prestada. De nuevo, esos fondos no se invierten en crear fuentes de producción o de trabajo sino que se usan para pagar las deudas internas que tenemos (el déficit). Como los prestamistas ya saben que hacemos esto y que por lo tanto no vamos a devolver lo que pedimos, entonces nos prestan a intereses usurarios, que por otro lado son impagables aunque quisiéramos.

Argentina para principiantes

Son tres formas de ser cada vez más pobres. O también una especie de resumen de la economía argentina para principiantes.

En algunos momentos de la historia, distintos factores externos hicieron que ingrese dinero imprevisto al país. Situaciones cambiarias internacionales atrajeron inversiones extranjeras, como pasó en los 90, cuando un peso equivalía a un dólar. O como cuando aumentan los precios de los commodities que nosotros producimos, como pasó con la soja y otros productos agropecuarios durante el gobierno de Néstor Kirchner. También con algunos minerales gracias al aumento de la demanda por la expansión tecnológica.

El problema es que cada vez que entró dinero extra al país en vez de achicar la deuda la maquillamos, es decir nos olvidamos que existe, o peor aún, la agrandamos.

Es como darle el aguinaldo al ludópata y que en vez de usarlo para pagar lo que debe lo use para apostar más que antes.

Los argentinos siempre estamos haciendo estas tres trampas, pero cada tanto alguna más que otra. En los 70 nos endeudamos, pidiendo afuera y también estatizando deudas de empresas privadas, a cambio de jugosas comisiones, claro. En los 80 imprimimos para sostener ese déficit y nos comió la inflación. En los 90 vendimos las joyas de la abuela y además pedimos prestado para seguir pagando lo que habíamos pedido antes. En el 2001 el país explotó y seis de cada diez argentinos pasaron a ser pobres.

En los años siguientes el famoso “viento de cola” de los mercados internacionales nos permitió salir del pozo. Cuando estábamos apenas sacando la cabeza, el viento de cola paró. Entonces empezamos a imprimir de nuevo para financiar el gasto y otra vez se disparó la inflación.

Ahora, con este último gobierno dejamos de imprimir, la gente comenzó a quedarse sin plata y la inflación empezó a bajar. Pero de nuevo volvimos a pedir plata prestada afuera para seguir tapando los agujeros internos.

Y ¿por qué Argentina da pérdida, no puede dejar de ser deficitaria? Porque unos pocos ganan demasiado, sobrefacturan, sostienen posiciones de privilegio o monopólicas, especulan y evaden fortunas y no son obligados a reinvertir sus ganancias, mientras que a la mayoría no le alcanza.

Entonces, el Estado debe compensar ese desequilibrio para evitar que el país estalle, algo que ocurre cada más o menos diez años. Y los compensa con empleos improductivos y subsidios y jubilaciones de hambre o permitiendo millones de trabajadores en negro, incluso estatales, que a su vez no tributan.

Coyuntura anti estallidos

Es un círculo tóxico que sostenemos desde hace décadas. Una sociedad político-empresaria que mantiene un status quo para pocos, y que cada tanto afloja la cincha para frenar los estallidos. Medidas de coyuntura para sostener una paz aparente. Estallidos sociales que en general logran evitarse a gran escala, pero que ocurren masivamente a diario. Micro estallidos sociales que se traducen, erróneamente, en hechos de inseguridad. La inseguridad, en la escala de los países latinoamericanos o tercermundistas, no es más que una consecuencia de la desigualdad en grandes proporciones.

¿Qué es el blanqueo de capitales sino entonces, impulsado por el kirchnerismo primero y ahora por el macrismo? No es más que el reconocimiento público de que las grandes fortunas que se hacen aquí evaden al fisco, se fugan al exterior o se guardan bajo el colchón en vez de reinvertirse, a sabiendas de que este país está quebrado, da pérdidas, es deficitario. De nuevo el círculo tóxico.

Los 45 millones de argentinos se dividen más o menos así: Hay un millón que la pasa bomba; diez millones que trabajan, prestan servicios y comercializan alrededor de este millón que la pasa bomba; 12 millones que mantiene el Estado; diez millones que dependen de los 12 millones que mantiene el Estado; y 12 millones que directamente se cayeron del mapa.

Estos últimos 12 millones no tienen ninguna chance de ingresar al sistema en, por lo menos, los próximos 30 años, y suponiendo que desde hoy mismo todos los argentinos nos ocupáramos de ayudarlos en serio. Algo que, obviamente, está muy lejos de ocurrir.

Nos dicen que el 2016 fue un duro camino que había que transitar, para que en 2017, que mañana comienza, todo empiece a mejorar.

Lo cierto es que detrás de la espuma política mañana se inicia un año electoral, donde van a derrocharse millones de pesos en campañas y en mentiras, como que ningún trabajador pagará ganancias o que a la inflación no la pagarán los que menos tienen, por ejemplo. Millones que podrían destinarse a crear empleos, a mejorar los servicios públicos o darle casa, vestimenta y comida a tantos argentinos que están muy mal.

En el último medio siglo los distintos gobiernos se han ocupado básicamente de las mismas tres cosas, a juzgar por los hechos y no por los discursos: cuidar y elevar el nivel de vida del establishment político-empresario, reprimir y encarcelar a los marginales, y mantener más o menos conforme a la clase media con una zanahoria que aparece y desaparece.

Ahora, en lo discursivo, cada gobierno dijo haber hecho otra cosa de la que hizo. Cristina, que eliminó la pobreza; De la Rúa, que lo voltearon; Menem, que nos llevó al primer mundo; Alfonsín, que con la democracia se comía, se curaba y se educaba; y los dictadores, que nos salvaron del comunismo. Lo que ninguno reconoce es que la pobreza estructural del 30% sigue siendo la misma desde los años 70 y que cada tanto la aumentan.

Que tengamos un feliz 2017, un año que se presenta bastante parecido a los últimos 50.

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